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Caminando por la milla de Lal Masjid

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Lifestyle

Musharraf, Presidente de Pakistán, se enfrenta a las elecciones del mes de diciembre debilitado por el asalto sangriento de la Mezquita Roja ocupada por fundamentalistas armados en julio y por los regresos de los ex-dirigentes Bhutto y Sharif.

Mi joven conductor se ha perdido. Bajo el calor de agosto y en el tráfico del mediodía de la capital de Pakistán, varios conductores señalan hacia el La Mezquita, erigida por el anterior dictador militar Zia-Ul-Haq, parece intacta aunque algo magullada vista desde lejos. Su parte inferior ya no es roja. El bazar de Aabpara que lleva hasta ella está atestado de ladrillos y piedras. Un enorme erial con puestos de control militares se extiende a la izquierda de la mezquita, donde la madrasa fue arrasada hasta la raíz. Hay oficiales apostados detrás de filas de sacos terreros y alambres de espino, en la veranda del complejo. Evitamos la mirada asediante de los guardias mezclándonos con una familia de transeúntes que se encuentra de pie en la Carretera de Lal Masjid. “Aquí es donde murieron las hijas de todas esas mujeres”, dice una señora ignorando los aspavientos de un guardia situado a sólo unas zancadas de distancia para decirle que no debe quedarse ahí.

“La gente todavía encontraba trozos de manos, pies, trenzas de chicas y pedazos del Corán en los desagües, un mes más tarde”, dice un taxista de Attok que lleva conduciendo en Islamabad y Rawalpindi 47 años. “El ejército es cruel: no se llevaron los cuerpos de inmediato.” Raja también describe cómo semanas más tarde, cuando las oraciones de los viernes se reanudaron, todavía quedaban restos sangrientos dentro de la mezquita. “El gobierno es demasiado cruel”, repite otro taxista. “Mataron a menores de 7 años cuando asaltaron la mezquita para sacar a los militantes.”

El punto de vista extremista

Un vídeo de 18 minutos cuenta el punto de vista de los extremistas pro-talibanes. “Alla-hu-akbar allah”, arranca el vídeo llamando a la oración. Luego, enfoca la bóveda blanca y el minarete de la mezquita a través de las ramas de los árboles colindantes. El contador marca el 7 de julio de 2007, cinco días después del comienzo del encierro en protesta contra el gobierno de Musharraf, contra las prostitutas y contra la música y las tiendas de vídeos de películas de Bollywood, el Hollywood indio.

El sonido de un tiroteo interrumpe la escena, anunciando imágenes de otros protagonistas: Musharraf y el Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, dándose la mano. Seguidamente, la cara cubierta de sangre de un imam muerto, su boca abierta y crispada de dolor, una chica ataviada con un burka y una pancarta con la inscripción “cerca de 17 millones de estudiantes asisten a las madrasas pakistaníes”. Unos metros más abajo de la Lal Masjid, avisto un par de mujeres jóvenes sosteniendo libros; me pregunto dónde estudiarán.

“Desde temprano por la mañana hasta por la tarde yo iba a la madrasa a leer el Corán”, explica con voz estridente una alumna mientras mira hacia la cámara, asegurando que estaba presente dentro de la mezquita durante el ataque. “Intenté recoger todos los cadáveres de mis amigos. Mis manos estaban rojas de sangre.” Cuando su aguda voz se quiebra, el encuadre se amplía para incluir una figura vestida de negro a su lado, su mano descubierta temblando mientras llora. Algunos estudiantes de la madrasa en Islamabad –a menudo hijos de la clase pudiete y de los oficiales del ejército- blandieron palos durante el asedio, algunos ocultando armas destinadas a los cabecillas militantes.

He conocido a estudiantes de las madrasas con anterioridad, en las zonas rurales, y es difícil creer que el fanatismo haya podido asentarse con tanta fuerza. Muchos de ellos ya se saben el Corán de memoria con tan sólo doce años de edad en esas zonas. En el pueblo montañés de Abbottabad, al principio de la larga carretera Karokaram que conduce a China, Rabia es incapaz de enseñarme cualquier foto de la boda de sus padres. Las quemó todas: no deberían existir imágenes del profeta Mahoma, ni tampoco de su familia. “¿De qué sirviría que fuera a una madrasa y aprendiera las enseñanzas del profeta si luego no las llevo a la práctica?”

Optando por un futuro de justicia y libertad

Alejándonos de la madrasa, un simbólico pañuelo blanco marca un poster de elecciones bajo un puente. La anterior primera ministra Benazir Bhutto anuncia que terminará su exilio de siete años en Londres el 15 de septiembre. El frenesí mediático de su “acuerdo para compartir el poder” con Musharaff significa que si las elecciones generales se celebran a finales de diciembre, Bhutto se convertiría con gran probabilidad en la futura Primera Ministra y Musharaff se mantendría como Presidente, aun abandonando el mando del ejército. Por otro lado, el 10 de septiembre, Musharraf volvió a deportar al anterior primer ministro y contrincante político Nawaz Sharif (del partido Liga Musulmana) a Arabia Saudita. Las políticas internas de jugar al escondite prosiguen, mientras la UE organiza el siguiente paso: una misión de observación de las elecciones en Pakistán, que vendría a completar el trabajo realizado en las últimas elecciones “defectuosas” de 2002.

Translated from Walking the Lal Masjid mile