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Cadáver Exquisito en el País de los Mirlos Negros: capítulo cinco

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Pablo Ángel

SociedadCadáver exquisito en el país de los mirlos negros

¿Fue Kosovo, a comienzos del 2000, escenario de tráfico de órganos de prisioneros serbios perpetrado por guerrilleros kosovares? La antigua fiscal del TPIY, Carla Del Ponte, seguramente es la persona mejor situada para saberlo. Encuentro entre vapores de cigarrillos apagados.

V - Señora Fiscal

En este día sofocante de verano, cuando Carla Del Ponte entreabre la puerta de búnker, situado sobre un lago suizo. Desprestigiada siempre por su adversario más feroz, el antiguo dictador serbio, Slobodan Milosevic, ella no posee exactamente los atributos de la "Nueva Gestapo". Con pantalones rosa fucsia y pendientes de oro, la fiscal luce una sonrisa burlona y una gestualidad muy italiana, a pesar de tener un brazo fracturado. Carla Del Ponte llego en 1999 como fiscal del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia de La Haya: donde permaneció hasta 2007. "En la antigua Yugoslavia, conocimos de todo, las violaciones, las masacres, la barbarie", me recuerda ella con su voz ronca y encendiendo un cigarrillo. "¿Pero tráficos de órganos en plena guerra? Es técnicamente imposible".

Por adquisición de conciencia más que por convicción, Del Ponte  abre  una investigación preliminar en 2004. Sin embargo, los elementos recogidos en Burrel por los expertos forenses no bastan para abrir una instrucción. "Lo que Baraybar había encontrado en Albania eran indicios, no pruebas". A la espera de una denuncia, las piezas son registradas y almacenadas en los cajones de archivos del Tribunal. Durante los años 2000 el TPIY empezó a hundirse en juicios por crímenes de guerra. La ecuación es ahora más simple para la comunidad internacional: los serbios son los principales culpables y los kosovares las víctimas. Entre 1998 y 2000, el conflicto originó exactamente 13 472 víctimas, principalmente albaneses, según los datos del Centro de Derecho Humanitario de Belgrado.

Del Ponte "olvida" el caso del tráfico de órganos y se centra en los peces gordos como el antiguo presidente serbio Slobodan Milosevic. Su muerte ­–un ataque al corazón en su celda de La Haya- después de 5 años de instrucción y en vísperas del último informe, arranca ahora a Del Ponte un furioso “porca miseria”. La misión de esta última a la cabeza del TPIY es difícil. “Traer las más altas instancias político-militares en lugar de declarar durante los procesos para crímenes de guerra”. Rodeada constantemente de guardaespaldas, su día a día se resume en desplazamientos cronometrados, tentativas de atentados, amenazas y presión política. En las salas de audiencias, Del Ponte no tardó en descubrir que es casi imposible ofrecer un programa eficaz de protección de testigos durante los procesos que a menudo se celebran en una "atmósfera de presión y de inseguridad". Cuando ella instruye contra los antiguos jefes de guerra del UÇK, algunos testigos que figuran en las listas amparadas por el anonimato, desaparecen.

Unos meses más tarde, golpe de efecto. Las piezas recogidas en Burrel volaron. Alguien limpió los archivos sin avisar a Carla Del Ponte. Algunos miembros del Tribunal la acusan y argumentan que fue ella quien dio la orden de destruir las pruebas. "Es terriblemente estúpido, nunca debemos destruir indicios, y mucho menos si la investigación no se ha cerrado", atiza ella, dejando volar el misterio sobre lo que pasó. ¿Se le impidió a Carla Del Ponte llegar más lejos? Ella no dirá más nada. "Hicimos todo lo posible a pesar de los obstáculos políticos pero no somos Don Quijote. Todo no es o no ha sido juzgado ni dado lugar a juicio". Inflexible, tenaz y sin compromiso. Del Ponte ha sido temida y admirada tanto por jefes de guerra como por familiares de víctimas. Pero al máximo nivel, sus cualidades también pudieron volverse embarazosas. El TPIY, estructura judicial internacional, deja un instrumento político a merced de los estados que lo financian.

Los estadounidenses siempre han "condenado a Serbia, haciendo como si ignoraran los crímenes cometidos por sus pretegidos" del UÇK. Todo en nombre de la "estabilidad del país", deja caer, con el enésimo cigarrillo en el extremo de los labios. "La colaboración del TPIY con la MINUK siempre ha sido complicada. Y la OTAN siempre ha dado apoyo al UKÇ. Cuando queremos tener acceso a las informaciones militares para las instrucciones judiciales, necesitamos en un primer momento reunir los permisos de los gobiernos en Bruselas y al final siempre acabamos por encontrar mil obstáculos". 

En diciembre de 2007, el puesto de Del Ponte en el TPIY expira. De vuelta a la "vida normal", ella publica sus memorias en abril de 2008. Dentro de La Traque, los criminales de guerra y yo, menciona publicamente y por primera vez el asunto del tráfico de órganos. "Había preguntado a la MINUK y después a la misión europea de EULEX si podían retomar la investigación. Como nada se hizo, decidí hablar de ello en mi libro. Esta nueva forma de crimen de guerra no debería quedar impune en absoluto".  

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Translated from Cadavre exquis au pays des merles noirs : chapitre 5