Cacahuetes para el elefante indio
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La caridad de la UE resulta insuficiente para atajar la problemática del polvorín indopaquistaní. Europa cierra los ojos y emite declaraciones vacías.
Hay dos actitudes posibles a la hora de inmiscuirse en el progreso de una sociedad para construir sólidos lazos de unión entre dos regiones del planeta. La primera se limita a saldar escrúpulos de conciencia con subvenciones, cooperaciones al comercio y al desarrollo, intercambio de know-how obsoleto. Peanuts, dirían los anglosajones. Una segunda actitud consistiría en sumarle a esto un tremendo esfuerzo a largo plazo orientado al estudio profundo de la sociedad a la que se pretende ayudar y con la que se pretende colaborar.
India y Pakistán son dos potencias demográficas, culturales y militares. Su horizonte expansivo es estremecedor: poseen armamento atómico; son, cada cual, catalizadores de un sentimiento religioso que supera sus propias fronteras; y cuentan, el primero con 1030 millones de habitantes, y el segundo con 150. Como posibles socios y algo más que amigos de la Unión Europea aún no sabemos quiénes son. Las acciones europeas no se inscriben en el marco de acuerdos regionales como los suscritos con el Magreb o el Mashred; no forman parte de tratados internacionales ratificados por los diferentes parlamentos, de modo que no existe sino desde 2002 un metódico diálogo político como sí lo hay desde hace décadas con los países reunidos en el acuerdo de Lomé/Cotonú.
No meterse en líos
El análisis de las relaciones entre Europa y los países del subcontinente indio arroja un balance claro: Europa ha decidido no “meterse en líos”. Desde que la UE iniciara tímidos contactos de colaboración en 1973 con la India, se han ido sucediendo las simbólicas actualizaciones de sus acuerdos: 1981, 1994 y 2000. Pero la vacuidad de sus relaciones clama al cielo. El último episodio tuvo lugar en diciembre de 2003, con la firma de un acuerdo de desarrollo del comercio y de las inversiones valorado en 14 millones de euros, con el añadido de la participación de la India en el proyecto Galileo y la cooperación en la lucha contra el fraude en aduanas: un grano de sal diluido en el océano del país más poblado del mundo.
Con respecto a Pakistán la política europea ha demostrado ser aún más inconsistente e improvisada. Iniciada la cooperación en 1976 y reactualizada en 1986, se suspende acto seguido del golpe de estado que en 1999 aupó a Pervez Musharraf a la jefatura del Estado. No obstante, vuelve a reanudarse tras el 11-S, incardinada en una serie de comisiones ad-hoc que todavía no han emitido un plan coherente para hacer bascular a Pakistán del lado de las sociedades desarrolladas y democráticas.
No en vano, los acuerdos con India y Pakistán son declarados por la UE como “acuerdos no preferenciales”, y programas como el de cooperación económica y cultural entre India y UE entre 1997 y 2000 presupuestaron una suma –27, 6 millones de euros- que difícilmente puede corresponderse con un país que a los más de 1000 millones de habitantes hay que sumarle que el 48% de la población es analfabeta,(58% en Pakistán), que sólo el 1,5% tiene acceso a Internet, (0,3% en Pakistán), o en el que un 56% de las tierras son de labrantío. El mencionado programa UE-India se ha visto renovado en septiembre de 2003, sin embargo no ha previsto sino la cifra modesta de 12 millones de euros.
Voluntad volátil
La SAARC (Asociación de Asia Meridional para la Cooperación Regional), fue creada en 1985 como primer paso para la creación de un mercado común entre Pakistán, India, Bangladesh, Sri Lanka, Nepal, Buthán y Maldivas. Hasta la fecha de hoy la UE – que predica su modelo de mercado común como parte del progreso- no ha establecido relaciones contractuales con dicha Asociación. En relación a la zona, es habitual leer de manos de las autoridades comunitarias comunicados encabezados con fórmulas volátiles del tipo “La UE saluda la exitosa cumbre SAARC y los importantes desarrollos...” o “La UE alaba el compromiso de los dos países...”. Pero entre toda esta maleza de palabras uno se queda con esta descorazonadora declaración de la comisión europea en 2001: “la comisión considera que la implicación de la Unión en la resolución del problema de Cachemira sólo sería oportuna y posible si India y Pakistán la solicitasen; la Unión no prevé tomar una iniciativa en esta cuestión”.
Una declaración que al menos no esconde una realidad sin matices: Europa no tiene una conciencia clara de cuáles son los retos de la zona. Por lo cual no puede emitir un plan de ayuda integral y a largo plazo, basado en el conocimiento mutuo y en el intercambio de equipos humanos de verdadera Intelligentsia. Y no parece que vaya a haberlo en un futuro próximo; tras la mascarada de la presidencia semestral de Berlusconi –orientada según sus propias palabras en el diálogo de las culturas- nadie ha reaccionado ante el empecinado monólogo que cada cultura mantiene consigo misma.