Budapest y los iluminados del distrito XVI
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Fernando Navarro SordoLos Testigos de Jehová se van de misión a Europa del este. En Budapest, ya tienen capilla propia financiada por su matriz en Nueva York.
El distrito XVI de Budapest es un gueto de miseria entre lo más olvidado de Europa oriental. Al paso de algún extranjero, estallan los ladridos de los perros en los patios traseros mientras asoman, amenazadores, sus dentaduras. Aquí se encuentra el “Bethel”, tal y como llaman al hogar los Testigos de Jehová (TJ). “Bethel” significa “la casa de Dios” en hebreo. En este caso, un caserón levantado donde antes había un cuartel de rusos. Comprende oficinas, alojamiento para 75 miembros, una cocina, un salón comedor y una lavandería. Fuera, un jardín y un pequeño estanque, arbustos que comienzan a verdear y algunos abedules jóvenes. ¿Una visión del paraíso?
Ordenado, limpio, coqueto
En la recepción, los inquilinos se turnan en el puesto de portero y atención telefónica. El decorado recuerda a los catálogos de venta por correspondencia de la Alemania de los años ochenta: paredes blancas, solería de color claro, un neceser de despacho forrado en cuero azul borbón, una mesa ovalada de cristal y plantas de interior. Antes eran los soldados rusos quienes deambulaban por aquí. Hoy, cuadros con alegorías bíblicas inundan las paredes de la estancia. Todo es orden, pulcritud y detalle.
Estoy citado con dos representantes de la rama húngara de los Testigos de Jehová: el alemán Karlheinz Hartkopf y el austríaco Bernhard Dorfner, responsables de las relaciones públicas de la comunidad magyar. Según Hartkopf, fueron nombrados miembros del comité de dirección de la organización por parte de la jerarquía, los “apóstoles” de la sede de Nueva York, sita en Brooklyn. Están acostumbrados al trato con periodistas. Calculan en 22.085 el número de nuevos bautizados en Hungría y en más de 40.000 el de “interesados”. En seguida desvían la conversación hacia el recuerdo del mártir de los Testigos de Jehová bajo el régimen nazi. Por entonces, muchos miembros de la secta fueron deportados a campos de concentración al negarse a realizar su servicio militar.
Una esclava fiel y sagaz
Zsuzsa Tóth tiene 29 años y viene de Szombathely, un pueblo en el oeste de Hungría, cerca de la frontera con Austria. Desde hace cinco años Zsuzsa vive en el Bethel. 13 años atrás, fue en busca de un “sentido para su vida” y conoció distintas religiones en boga entre los jóvenes, como por ejemplo el Hare Krisna. “Por fortuna”, un día se le acercó un Testigo de Jehová anunciándole la palabra de Dios. El tono de Zsuzsa Tóth es pausado, dando a entender satisfacción propia al hablar. Hoy, se define como una “esclava fiel y agaz” que vive “en la Verdad”, dos conceptos clave de la terminología de los Testigos de Jehová.
Cada habitante del Bethel recibe un refugio, un plato, detergente para la ropa, servicio de peluquería y 17.000 forints (unos 70 euros) en dinero de bolsillo. A cambio, todos trabajan de 8h a 17h traduciendo los escritos de Brooklyn y redactando publicaciones propias. Zsuzsa posee un despacho independiente. Después del trabajo, participa en los encuentros de los TJ, durante una hora y media tres veces a la semana. A veces, tiene que hacer un “servicio”, es decir: ir a la plaza del museo nacional húngaro de Budapest y abordar a los turistas para llevarles la palabra de Dios y explicarles los entresijos de la Biblia. De vez de en cuando, los sábados, le toca fregar la vajilla en la cocina comunal.
Donaciones que provienen de América
Los TJ están persuadidos de que los servicios que prestan a la comunidad les salvará el día del Armagedón, una especie de apocalipsis divino. Esperan poder vivir mil años en el paraíso después del fin del mundo. Para ello, deben eliminar de sus vidas todo lo que no esté conforme a la Biblia: por ejemplo, los TJ no se inmiscuyen en la vida política. No votan, se niegan a hacer el servicio militar y no forman parte de organización social alguna. Se muestran opuestos a todo gobierno y a toda Iglesia, pues piensan que están “controlados por Satán”, tal y como Raymond Franz, antiguo miembro del colegio central de la secta, escribió en su libro Crisis de conciencia. Los TJ no se permiten festejar los cumpleaños, o la Navidad, o la Pascua o el Pentecostés. Los niños no tienen derecho a vivir en el Bethel de Budapest y las mujeres embarazadas deben abandonar la casa.
A los Testigos de Jehová se les suele criticar bastante. Estos últimos años, numerosos reportajes sobre ellos han desvelado maltrato a los niños, métodos extraños de organización laboral y jerarquización acentuada dentro de esta comunidad religiosa. Incluso su política presupuestaria es controvertida. Es cierto, como subraya Karlheinz Hartkopf, que “la construcción de la sede de Budapest ha sido posible gracias a las donaciones provenientes del extranjero y al trabajo de los voluntarios”. Sin embargo, la sociedad de “la Atalaya” húngara -denominación jurídica de los Testigos de Jehová- no hace públicas sus cuentas.
Basta echar un vistazo a las páginas web de las sociedades americanas de la Atalaya para adivinar a lo que se refiere Hartkopf con “donaciones provenientes del extranjero”. En el transcurso del ejercicio contable 1997-1998, la Watchtower Bible and Tract Society of Pennsylvania poseía ella sola 705 millones de dólares netos en activos. La comisión bursátil norteamericana (U.S. Securities and Exchange Commission) sostiene que la sociedad de la Atalaya –que predica objeción de conciencia y abstención política- posee acciones del banco estadouniddense J.P. Morgan, así como el 50% de la empresa responsable de la tecnología armamentística “Silver Fox”, un instrumento teledirigido probado durante la segunda guerra de Irak. El banco USPDR estima, por su cuenta, que los bienes inmobiliarios de la sociedad de la Atalaya de Nueva York ascienden a 204 millones de dólares. Lo suficiente como para invertir en Europa del este. Y es que para estos mercaderes de paraísos, no todos los mercados han sido conquistados aún.
Translated from Die Paradiesverkäufer vom 16. Bezirk