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Bucarest: El legado del dictador

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CulturaPolítica

El parlamento rumano reside en el segundo edificio más grande del mundo. El dictador Nicolae Ceausescu hizo construir un día este palacio en medio de la capital del país, Bucarest.

Sorin Vasilescu contempla desde su salón en el centro de la ciudad de Bucarest “un Monstruo”. Así llama el arquitecto al palacio parlamentario, que el dictador rumano Nicolae Ceausescu mandó construir como centro del poder. Vasilescu tenía antes la panorámica de un Bucarest diferente: en el centro de la ciudad serpenteaban los callejones y había casas del cambio de siglo, que tras el terremoto de finales de los años setenta tuvieron que ser restauradas con urgencia. “Una restauración es como una operación, hay que usar el escalpelo”, aclara decepcionado Vasilescu. “En su lugar, Ceausescu vino con un hacha.”

Arquitectura de lujo en tiempos de hambre

“Monstruo” es un término adecuado. Con 65.000 metros cuadrados, la superficie de la casa tiene unas dimensiones gigantescas. El Reichstag berlinés cabría cinco veces dentro. Quien quisiera contemplar durante un minuto cada una de las 5.100 habitaciones del palacio de Bucarest necesitaría tres días y medio. A los turistas se le enseña el edificio en una visita guiada de media hora. Estamos hablando de 20.000 trabajadores y 400 arquitectos que a mediados de los años ochenta tuvieron que edificar el palacio con materiales de construcción exclusivamente rumanos. No diremos nada de la despoblación forzosa del centro de Bucarest, de la destrucción de valiosos monumentos; no diremos nada de las inhumanas privaciones, mientras el país carecía de alimentos, energía y materiales de construcción, en Bucarest se erigía una construcción de lujo.

De la sede del dictador a la casa de la democracia

Después de la caída del régimen de Ceausescu, se ha discutido en muchas ocasiones sobre el monstruoso palacio. El millonario americano Donald Trump quiso convertirlo en un casino. Sin embargo, el edificio no está en venta. El parlamento reside en el edificio desde mediados de los años noventa; más tarde le siguieron el tribunal constitucional y los departamentos de los servicios secretos.

Ceausescu ya había planeado en el palacio un centro del poder. En la “Casa del Pueblo” debían entrar, junto al matrimonio soberano, el aparato partidista y el servicio secreto “Securitate”. Que esto se parezca a la utilización actual lo encuentran extraño sólo unos pocos. “La mayoría de los parlamentarios adoran su residencia oficial. Lo único complicado en esta inmensa casa es la orientación”, dice un ex diputado. También las anotaciones en el Libro de Visitas del palacio expresan esta adoración: “Por semejante obra maestra ha merecido la pena el hambre.”

“Estar primera división”

Incluso en el Libro Guinness de los Récords se menciona al parlamento rumano. Su volumen sólo lo supera el edificio del ministerio de defensa de Estados Unidos. “A los rumanos les encanta el edificio precisamente por su tamaño”, aclara el conservador de monumentos Hermann Fabini. “Por fin pueden formar parte de la primera división.” Como ex parlamentario conoce las habitaciones del palacio, “en las que una representación democrática del pueblo queda fuera de lugar.” Las habitaciones de mármol y madera fina tienen varios metros de altura y sobre las alfombras doradas cuelgan a menudo lámparas de cristal de varias toneladas de peso. “El lujo de esta casa sería más bien propio de Dubai”, dice Fabini. Además, añade que los doce pisos son como un laberinto, y que entre el despacho y la sala de juntas hay que recorrer a menudo kilómetros. Según Fabini, “esto no tiene nada que ver con la gestión eficiente y moderna”.

En la administración del palacio están orgullosos de la casa que, según Georgeta Ionescu, secretaria general del parlamento, “es una conquista del pueblo rumano”. ¿Para qué derribarla, si la estructura básica del edificio puede sobrevivir varios siglos? En los próximos años, Ionescu quiere presentar la sede parlamentaria de una forma más accesible, aunque todavía conserva el aspecto de una fortaleza inexpugnable. Es más, considera que ya ha llegado la hora de traer a la memoria a las víctimas de la dictadura de Ceausesco. Por motivos económicos estos proyectos están hasta el momento congelados. “Tenemos el segundo edificio más grande del mundo, pero no el segundo presupuesto más grande”, aclara Ionescu.

Mihai Oroveanu, director del Museo de Arte Contemporáneo, se refiere a la casa como una “horterada pomposa que el dictador ansiaba desde siempre”. El museo se ha trasladado por falta de alternativas a un ala del palacio. “En todo caso, fuimos nosotros los únicos inquilinos que tuvimos el valor de cambiar la pomposidad de esta construcción de Ceausescu.” En las salas de exposiciones se pusieron entretechos para que las habitaciones “no degradaran al arte y a los visitantes hasta el punto de que parecieran ácaros”. Con esto, el museo se ahorra gastos de calefacción, a pesar de que la rentabilidad casi nunca es objeto de discusión en el palacio. Sólo los gastos de mantenimiento y los costes adicionales devoran cada año alrededor de ocho millones de euros. “Los rumanos contemplan el palacio gobernante de una forma tan ingenua”, dice Mihai Oroveanu, “que a nadie le sorprendería que aquí se calentase con diamantes.”

Estos artículos sobre países del Este están firmados por autores de la red de corresponsales n-ost. n-ost nació en diciembre de 2005 en Berlín. Esta red organiza el trabajo de periodistas de 20 países, con la intención de acercar las visiones de la Europa oriental a la occidental. Abogan por la democracia y la libertad de prensa, y por una construcción europea impulsada por todos.

Translated from Bukarest: Das Vermächtnis des Diktators