Bosnia: una paz artificial
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Tras las elecciones del 1 de octubre en Bosnia, el conflicto entre croatas, musulmanes y serbios sigue lejos de resolverse.
Con el 40% de los votos escrutados en las elecciones bosnias del pasado 1 de octubre, Siladzic encabeza los resultados en la parte musulmana. Este candidato es partidario de acabar con la federación croato-musulmana y la república Serbia de Bosnia, a lo que se oponen con fuerza los serbo-bosnios. No parece que el futuro de Bosnia sea el de la reconciliación.
Hay que tner en cuenta que la economía bosnia mantiene niveles de renta impropios para un país de Europa, con apenas algo más de 1.000 dólares de PIB por persona y un desempleo del 40% de la población activa. Hay casi un 40% de desplazados y refugiados de las tres etnias que todavía no han regresado a sus antiguas casas y los dos criminales de guerra más buscados del mundo, Radovan Karadzic y Ratko Mladic, siguen en la calle a la espera de que alguien vaya a detenerles. Oportunidades, desde luego, sí ha habido en los últimos lustros. Quizá algunos en La Haya prefieran evitar el bochorno y la vergüenza que las atronadoras y acusadoras palabras del difunto Slobodan Milosevic causaron en la esperpéntica corte holandesa, a cuyo frente se halla la mediática e inconsistente fiscal-jefe Carla del Ponte.
De aquel polvo…
El actual Estado de Bosnia y Herzegovina fue un producto de laboratorio creado en Dayton, allá por el año 1995, cuando la administración norteamericana de Bill Clinton decidió implicarse en el más largo e interminable conflicto habido en los Balcanes desde la Segunda Guerra Mundial. Los norteamericanos, cansados de una guerra que desangraba y dividía a Europa, amén de que amenazaba con desestabilizar toda la región, decidieron sentar a las tres partes –croatas, musulmanes y serbios de Bosnia- en una base militar e imponer una paz, aunque fuera frágil. Había que acabar con el contencioso aunque fuera con un mal acuerdo. Se trataba de repartirse el pastel de la ex república yugoslava de Bosnia y Herzegovina de una forma aceptable y consagrando, en cierta medida, una unidad de facto y la no disolución del país que habían reconocido en 1992 tanto los europeos de la Unión Europea como los norteamericanos, quizá de forma precipitada por la insistente acción diplomática de Alemania, Austria y, cómo no, El Vaticano.
… estos lodos
El resultado del pastiche político-teatral norteamericano fue el esperado: las tres partes salieron de Dayton con la sensación de haber sido derrotadas y se construía un marco político-institucional demasiado complejo para Bosnia y Herzegovina. Los croatas y los musulmanes fueron obligados, a regañadientes, a convivir en una misma entidad política -la Federación-, y a los serbios se les reconocía la República de los Serbios de Bosnia. A la Federación se le asignaba el 51% del territorio, mientras que los serbios se quedaban con el 49%, pese haber sido antes de la guerra una comunidad minoritaria que no llegaba al 40% del censo. Luego, en otro error, se creaban diez cantones para dividir la Federación, creando el Estado más descentralizado del mundo y el más difícil de conducir, debido a los numerosos equilibrios, pactos y componendas que hay que buscar para gobernar. Hay centenares de ministros, diputados, alcaldes y concejales en Bosnia. Casi todo el mundo parece dedicarse a la política o tiene algún familiar metido en ella en este país de apenas cuatro millones y medio de habitantes.
Una paz fruto de la fuerza
Como único éxito que pueden exhibir nuestros políticos y diplomáticos de los Estados Unidos y Europa -los mismos que provocaron la guerra con su errática decisión de reconocer a las nuevas repúblicas yugoslavas- es que la guerra terminó hace ya años y que reina una paz que se parece más a un armisticio que a otra cosa. Sin embargo, que nadie se engañe: las tres partes no han olvidado los objetivos políticos que les llevaron a la guerra y es más que seguro que al día siguiente de que las fuerzas internacionales se marchen comenzarán de nuevo las hostilidades. La paz es fruto del uso de la fuerza.
Un futuro negro
Se está negociando en la actualidad el futuro estatuto de Kososo. Las diferencias entre los albaneses -que quieren la independencia total de este territorio con respecto a Belgrado- y los serbios -que proponen una autonomía amplia pero dentro de Serbia- parecen insalvables. Dada la total simpatía que despiertan entre los fríos burócratas de Bruselas y en nuestras cancillerías los líderes albanokosovares, no debemos descartar que se acabe aceptando una nueva ruptura -¡una más!- del marco yugoslavo. Se acabará, pues, imponiendo un Estado kosovar en el corazón de los Balcanes: el error político-diplomático más grave desde que los gobiernos de París y Londres se rindieran en Munich en 1938 a las pretensiones de Hitler para quedarse con los Sudetes. Entonces, si lo previsible ocurre, es decir, la independencia de Kosovo: ¿con qué legitimidad moral y política le diremos a los serbios de Bosnia y Herzegovina que no pueden independizarse y que deben seguir arrimando el hombro al inviable Estado bosnio? Se abrirá el camino a nuevas e inesperadas secesiones, y estaremos a las puertas de la tan cacareada balcanización que nadie quiere nombrar.