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Bielorrusia y su fantasmada electoral

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Política

“Ni libres, ni justas”. Para el medio millar de observadores enviados por la OSCE a las elecciones bielorrusas del pasado día 19, la victoria de Alexander Lukashenko es tan holgada como sospechosa.

El 82,6% de apoyos cosechados por el “granjero de Gorodiets” -el sovjoz que dirigió Lukashenko antes de hacer lo propio con los destinos de más de 10 millones de bielorrusos-, no ha podido certificarse por los observadores internacionales, que tienen prohibido por ley presenciar el recuento de votos. Para la oposición, liderada por Alexander Milinkevich, el apoyo a Lukashenko no sobrepasaría el 45%, lo que obligaría a celebrar una segunda vuelta.

El aspecto que presentaba la Plaza de Octubre de Minsk después de que el Comité Electoral Central hiciese públicos los resultados recordaba al de la Plaza de la Independencia de Kiev en el invierno de 2004. En este caso la marea naranja ha sido sustituida por una oleada de banderas nacionales blancas y rojas -prohibidas por el gobierno- y distintivos con el círculo de estrellas de la UE. Entre gritos de “¡Gañbá!” (vergüenza) y “¡Zhivie Belarus!” (viva Bielorrusia), 10.000 personas desafiaban las gélidas temperaturas y las amenazas del propio Lukashenko, que horas antes había declarado que trataría como “terroristas” a aquellos que osaran manifestarse tras la proclamación del vencedor de los comicios. Cercados por camiones policiales y por la KGB –el Servicio Secreto de Seguridad bielorruso aún conserva el inquietante nombre de los tiempos soviéticos-, la protesta popular ha sido la mayor que se recuerda en el país, aunque las cifras de manifestantes ya se habían reducido a la mitad en la tarde del lunes, sin que se hayan producido acampadas masivas o cortes de tráfico como sí ocurrió durante el invierno ucraniano.

Una tormenta internacional

Mientras las protestas en Minsk pierden fuelle, la verdadera tormenta se ha desencadenado en la comunidad internacional. La UE no ha permanecido impasible ante el desenlace de una campaña que se ha saldado con docenas de activistas detenidos, con observadores deportados y con el secuestro de medios de comunicación como el diario Narodnaia Volia (Voluntad Popular). El Secretario General del Consejo de Europa, Terry Davis, no ha dudado en calificar los comicios de “farsa electoral”, mientras la Ministra de Asuntos Exteriores de Austria –país que ostenta la Presidencia de turno de la UE-, Ursula Plassnick, ha declarado que los bielorrusos han votado en un clima de clara “intimidación”. En EE UU, que en 2005 situó a Bielorrusia entre los países del “eje del mal”, el portavoz de la Casablanca, Scott McClellan, ya ha instado a la celebración de nuevos comicios. Al otro lado del mundo, Rusia y la Comunidad de Estados Independientes (CEI) se han apresurado a felicitar al presidente, recordar su legitimidad y “alabar” la “transparecia” de la jornada electoral.

A pesar de que países como Alemania o Polonia preferirían adoptar una postura “dura” contra el gobierno de Lukashenko, las acciones de la UE irían encaminadas al establecimiento de sanciones como la prohibición de visados a responsables gubernamentales o el aislamiento internacional. En los planteamientos de la UE no entra un posible no reconocimiento del presidente “electo”, ni la puesta en marcha de sanciones económicas –en 2005 Bielorrusa recibió más de 9 millones de euros en ayudas europeas-. Con este panorama, para quienes esperaban con expectación una nueva entrega de las revueltas de color, el retrato de estos comicios se pinta en gris.

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