Béla Tarr: Los cineastas actúan como prostitutas
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marcel vidal carbonellAl director húngaro de El Hombre de Londres, protagonizada por Brit Tilda Swinton, se le escapó la Palma de Oro el 27 de mayo en favor de una película rumana.
Béla Tarr tiene los ojos verdes, una barba cana, echa miradas cortantes y rumia durante segundos todas sus frases. A sus 51 años, es aclamado por la crítica internacional como “uno de los cinco mejores directores de cine del mundo”. Una vez, su profesor de fotografía en la era comunista le espetó de que “no tenía la más mínima idea” de realizar películas, así que se retiró a trabajar en un taller, de portero.
El trabajo de Tarr se está empezando a difundir sólo ahora en Europa. Por ejemplo, tres de sus películas (Almanaque de Caída (1983), La Condena (1987) y Armonías de Werckmeister (2000)), acaban de salir en DVD en Francia, país en el que ha vivido un tiempo. Este antiguo vigilante afirma que no ve diferencias en sus públicos europeos, pero es consciente de sus distancias culturales. Como director se interesa por los verdaderos problemas existenciales del Hombre. Sus películas son capaces de llegarle al alma a la gente. Desconecta de países concretos.
Su última co-producción europea, El Hombre de Londres (2007), recoge esta sensibilidad. Rodada en Francia, la película húngaro-franco-alemana tiene un reparto de fondo internacional, con iniciativas checas y británicas (incluyendo a Tilda Swinton). El el equipo técnico es alemán y el guión está basado en una novela policíaca belga escrita por Georges Simenon. Tras superar el suicidio del productor, Humbert Balsan, en febrero del 2005, y ciertos problemas de financiación, la película por fin apareció en las pantallas después de un periplo de cinco largos años.
Su obra épica postcomunista, El Tango de Satán (1994) es una pasada de siete horas y quince minutos de duración. ¿Es la perspectiva del tiempo en Londres similar al ritmo lento de un Tango y las escenas en blanco y negro?
Bueno, no hay ninguna sorpresa en la trama de la historia. Quiero que la audiencia vea la diferencia de las cosas. La duración de una escena refleja la importancia de una capa que quiero enfatizar. Estoy intentando expresar el tipo o clase de Estado que somos, y en esta película lo expreso manteniendo el diálogo en húngaro.
¿Podemos esperar el regreso de símbolos repetitivos como veíamos en La Condena: lluvia, bailes, culto al cuadrado, etc?
Sí. De alguna manera hay una repetición con esta estructura de fuga. Algo similar vuelve, aunque con una forma cambiada. Este tipo de monotonía me es muy querida, me encanta usar instrumentos anticinematográficos como éstos.
Cada vez más directores húngaros parecen seducidos por las coproducciones. ¿Por qué?
La coproducción real se ve poco en Hungría. Sucede poco que participen más países en una producción de cine -no sólo en términos financieros, sino también en el proceso de producción, con trabajadores, rodando escenas, o con actores de distintos países-. Creo que es fácil ser un “húngaro corto de miras” para quien el mundo termine en los Cárpatos. Sin embarog, yo prefiero imitar a Ady (poeta vanguardista húngaro del siglo XX). Escribía en húngaro, pero siempre pensaba a escala universal. He colaborado por lo menos cuatro veces con el escritor László Krasznahorkai, que me ha transmitido su forma de pensar a escala global. Ahora bien, hay que tener en mente una identidad nacional para plantarse ante el mundo.
¿No estaremos escapando poco a poco del cine nacional húngaro?
Las industrias nacionales del celuloide se están volviendo cada vez más proteccionistas en Europa. En Hungría, por lo general, hablamos de cofinanciar una película. Un director húngaro hace una película húngara con la ayuda financiera de inversores extranjeros. Llamo a esto pseudo coproducción. Es el dinero lo que se transfiere a cambio de ciertos derechos de mercadeo. El problema en el sistema húngaro es que los cineastas actúan como prostitutas. Sólo quieren satisfacer ciertas necesidades culturales específicas o adaptar guiones cinematográficos a una tradición nacional principal.
¿Porqué se interesa tanto en personajes pobres, socialmente desaventajados como el Maloin de Londres, que es un guardagujas en una estación de trenes en un poblado de la costa, o la tropa circense que viaja hasta Werckmeister?
Siempre he tenido esta sensibilidad social. La gente que vive en los límites éticos de la existencia me interesan más que cualquier otra cosa. Sus conflictos son mucho más reales. Se les puede representar mejor en este segmento de sociedad que en el mundo burgués, adinerado, donde todo se barre debajo la alfombra.
En cuanto a mí, nunca me he considerado un director de películas. Yo siempre he pensado que mi única misión era cambiar el mundo. Hoy, sería lo bastante bueno si podría cambiar sólo la lengua del rodaje de un apelícula. Naturalmente, el rodaje es también una parte del mundo, y tengo éxito en lo que hago. Sin embargo, me cuesta creer que esto haya cambiado el mundo de algún modo. Eso sí, podemos confiar siempre en la sensibilidad de gente. No es malvada por naturaleza; se limita a pecar si las circunstancias le obligan.
Traducido de húngaro a inglés por Lorant Havas
Micro foto: Tilda Swinton, la iniciativa femenina británica apodada de húngaro de la película (eugene/Flickr)
Translated from Béla Tarr: 'Filmmakers act like prostitutes'