¡Basta de política realista!
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manuela ponceArtículo publicado originariamente el 3 de octubre de 2005. La integración europea está preñada de promesas, el proceso no ha de ser abortado.
Como lo hicieran en 1957, los padres fundadores de Europa se han reunido en Roma, la ciudad de Rómulo y Remo, para presenciar el nacimiento de un nuevo orden europeo. Ante ellos se presenta la Constitución europea, fruto de innumerables deliberaciones y de 15 meses de negociación de la Convención por el Futuro de Europa. Su cometido, al igual que 46 años atrás, es histórico: de una Europa preñada de promesas han de asistir al nacimiento de una joven Unión que irá creciendo hasta convertirse, en palabras de Habermas, en una “constelación posnacional”, un espectro de Estados cuya historia y destinos estarán muy ligados bajo la bandera de la corona de estrellas de la Unión.
Sin embargo, estos ideales que apuntan hacia las estrellas se enfrentan ahora a una estrepitosa caída al vacío. Las negociaciones en Roma corren el riesgo de mostrar que, incluso en la supuesta constelación “posnacional”, la política realista (Realpolitik) entre Estados sigue siendo el verdadero centro de gravedad. A pesar de que cada Estado estaba representado en la Convención, los gobiernos están intentando hacer cambios. El gobierno británico está en desacuerdo, sobre todo, en política fiscal y de exteriores. Los países católicos, y en particular Polonia, piden que se incluya en el Tratado constitucional una referencia a las “raíces cristianas” de Europa. El ministro polaco de asuntos exteriores, Wlodzimierz Cimoszewicz declaró que era imposible aceptar el Tratado tal y como estaba. Frente a la tarea de traer una nueva entidad al mundo, los padres fundadores de Europa parecen más preocupados por discutir las características que tendrá, y no tanto del propio bienestar de la misma.
¿Por qué ha sucedido esto? Algunos eurofederalistas decepcionados se lo han tomado como un signo inequívoco de que Europa no puede ser confiada a sus gobiernos, ya que los Estados miembro persiguen sus propios objetivos primero y dejan los intereses europeos para más tarde. La conclusión es que el futuro desarrollo de la UE no ha de estar en manos del Ejecutivo de los Estados, sino reposar en el pueblo europeo. Esta conclusión, presenta a las claras una brecha que la conducirá al fracaso, puesto que pasa por alto que en la mayoría de los casos, los gobiernos buscan cambios en la Constitución de manera agresiva debido, precisamente, a la presión de sus ciudadanos. Nadie puede dudar de la popularidad que goza la insistencia de los polacos en incluir referencias a las “raíces cristianas” de Europa, ni de la fuerte actitud negociadora de los británicos. De hecho, en el caso de que los gobiernos no tuviesen un electorado nacional al que complacer, sería poco probable que fuesen tan persistentes.
El problema, pues, no reside en un “déficit democrático”, sino paradójicamente, en el hecho de que la élite europea es responsable en sus respectivos países, de sus propios ciudadanos, y éstos últimos no parecen compartir su aspiración por el ideal europeo. El problema es, en esencia, la falta de modelos europeos, es decir, un pueblo que comparta valores comunes y un sentido del destino. Es posible que durante un gran período de tiempo, la participación en las instituciones europeas instale un sentido de propósito común entre todos los ciudadanos europeos. En la actualidad, son muchos los signos que apuntan a lo contrario, entre los que encontramos figura el resultado del reciente referéndum sobre el Euro en Suecia y el crecimiento de movimientos de euroescépticos.
En cuanto a las negociaciones en Roma, un resultado abortivo no es una opción viable. La ampliación ha forzado la necesidad de rediseño institucional, y debe alcanzarse un acuerdo. Para cada participante, el coste del fracaso será mayor que el coste de concesión, cualesquiera que sean sus peticiones en cuanto a la Constitución europea, un cálculo que incluso el más tozudo pero realista en política exterior, puede entender.
Translated from Enough with Realpolitik