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Barack Obama le roba la cartera de la simpatía global a Europa

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Europa confidencial

Son las seis menos cinco de la tarde, y Barack Obama está a punto de pronunciar las palabras que le coronarán como primer presidente negro de los Estados Unidos. “Muchos dicen que somos demasiado ambiciosos”, deslizará dentro de unos minutos en su discurso dirigido a la nación mundial de parias e incrédulos pegados a los televisores y las pantallas de ordenador.

En la capital de la Unión europea, los demócratas se lo han montado bien, centenares de norteamericanos y europeos –representantes socialistas y liberales incluidos- comparten vino, cerveza y canapés mientras asisten al espectáculo protocolario con que los estadounidenses untan su catarsis colectiva cuatrienal.

expectacionporobamaDe capital a capital. De Washington a Bruselas. Hotel Hilton, sede de la fiesta organizada por Democrats Abroad para asistir a la investidura de Barack Obama. La puesta en escena y la atención a un lado y otro de las pantallas son dignas de un episodio a lo Evita Perón.

Se vitorea, se ríe a coro y se comenta cualquier gesto del nuevo ungido. Más que nada porque hay nervios. Son sobre todo las mujeres y los blancos quienes más aprietan los labios para laminar su ataque de legítimo sentimentalismo. El instante en que Obama pronuncia las últimas palabras del juramento es cuando con más fuerza mastican sus chicles los asistentes a esta comunión entre lo civil y lo religioso. Finalmente, estalla la euforia y se desatan los lagrimales sin complejos. Llevamos 6 meses hiperventilándonos con Obama, es normal que nos dé el colocón de turno.

Una ampliación de capital que deja fuera a Europa

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Sobre todo en Europa, desde donde se observa con borrosa envidia y difusa esperanza el subidón de los norteamericanos. No en vano, los europeos hubieran votado 6 a 1 por Obama, según una encuesta de la BBC. ¿Será que queremos también uno para nosotros? “No creo que la figura de Obama sea extrapolable a Europa”, nos comenta la norteamericana Julia Alisson, residente desde hace años en Bruselas y confiada en que su nuevo líder sacará al país de la crisis “en este o en el siguiente mandato, pues seguro que será reelegido”. Si el carisma consiste en que la gente nos diga “sí” cuando todavía no hemos formulado la petición, el nuevo presidente norteamericano posee entonces cotas inéditas. En la sala todos comentan que la prioridad debe ser mejorar las relaciones con el resto del mundo. ¡Pero el mundo ya está a sus pies!

“No creo que vayamos a tener en Europa un líder tan guapo y elegante”, suelta entre risas la francesa Kalypso Nikolaïdis, miembro del Grupo de Sabios para el futuro de la Unión presidido por Felipe González, durante un encuentro con becarios en Bruselas al día siguiente. Julia Alisson, medio día antes, hubiera replicado con una nota de esperanza muy norteamericana: “¿por qué no?”, pero preguntada si consideraba que tras las elecciones europeas de junio de 2009 la UE debe de cambiar de líder al frente de la Comisión europea, ni siquiera sabía de qué tendencia política es el conservador Durão Barroso.

Europa sabe que no estará a la altura

Es lo duro de ser europeo hoy. En Europa sabemos de la emoción causada por un cambio de era política encarnada en un nuevo líder. Basta recordar la victoria de Yushenko en Ucrania en 2004 o las de Mitterrand y Sarkozy en Francia en 1981 y 2007 respectivamente, la de Tony Blair en 1997 o la de Felipe González y Zapatero en España en 1982 y 2004. Es precisamente porque sabe lo que es la ilusión por un futuro mejor y la esperanza de un cambio político de calado por lo que Europa observa resignada y turbia los episodios que se viven en los Estados Unidos.

Europa, estos días, se siente justamente relegada a un segundo plano. Es más, siente como nunca su irrelevancia al comprobar con qué facilidad los norteamericanos le roban la cartera de la simpatía global. Ignasi Guardans, eurodiputado liberal europeo también presente en la celebración del Hotel Hilton en Bruselas lo define en términos similares: “En el mundo se acaba de hacer una gran ampliación de capital y estados Unidos es quien se la ha llevado entera”. Europa se muerde los labios porque sabe que no puede estar a la altura del impulso transformador que lleva consigo la elección de Obama como presidente de los Estados Unidos. Los europeos se asoman al Atlántico y sienten de pronto una ola de saudade marinera agotadora, esa nostalgia de lo aún no vivido pero ya soñado en carne propia. >