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Banlieue: el lugar del destierro

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Lifestyle

Banlieue es la inversión coloquial de lieu du ban, literalmente, “lugar del destierro”. En los suburbios franceses se amontonan obreros parados en edificios de arquitectura carcelaria y, contagiados de desesperanza, sus hijos.

En los años setenta las fábricas francesas necesitaban mano de obra, y la inmigración de las ex colonias fue la principal, y muy barata. Entonces alcanzó su clímax la vivienda social: edificios fríos y altos en localidades periféricas sin comercios almacenaban a esos individuos que hoy engrosan las listas del paro y que trajeron a sus familias antes del cierre de fronteras de 1974. Hoy, la falta de inversión y la marginación de estos limbos de hormigón son fruto de un plan estatal que no supo adelantarse a las consecuencias. De ellas y de sus causas hablamos en Les Canibouts, un centro social situado en una banlieue muy particular: Le petit Nanterre.

Le Petit Nanterre

Esta bidon-ville sufre un doble aislamiento: el río y las vías del tren separan a sus habitantes (9.000) del resto de residentes de Nanterre (76.000). Tiene por vecinas La Defénse, zona de negocios de París; y Neully sur Seine -el suburbio más lujoso- donde gobernaba Sarkozy antes de llegar al Eliseo, y desde donde llamó racaille (chusma, deshecho) a la población de suburbios como Nanterre.

El Hospital de Nanterre es conocido por ser donde pernoctaban los sin techo de París cuando dormir en sus calles estaba prohibido. Y ahora que está permitido, es en la banlieue donde los jóvenes -según la política de tolerancia cero- no pueden reunirse en los portales de las casas. Con ello, se pretende evitar capítulos como el de la quema de un bus en Nanterre a manos de cinco encapuchados en el primer aniversario de las revueltas de 2005.

Allí se ubica el centro socio-cultural Les Canibouts. Como tantas otras iniciativas sociales cuenta con una autofinanciación baja –fruto de cobros simbólicos por ciertas actividades- y alta dependencia de ayudas. En su caso provienen de la CAF, ayuda en el alquiler del local; de la DDJS (Direction Departamentel de la Jeunesse et d’Sport); y del ayuntamiento. Marjorie Vignon, trabajadora social en Les Canibouts, considera que “hay mucha burocracia para la solicitud y pocas garantías de obtenerla, por lo que es difícil hacer planes a largo plazo”.

Marjorie es de origen bretón, y la responsable de los niños de 6 a 12 años: “Mediamos entre la demanda de los ciudadanos y unas aportaciones que no se ajustan a ella”. Muchas iniciativas mueren por falta de subvenciones y para evitarlo colaboran con el otro centro social de la zona, el Valérie Méot -especializado en familias. Con el desarrollo del cartier como prioridad, organizan El café de los padres –debaten sobre la educación de los menores y política local- o la fiesta de Navidad, que este año tuvo menú de cús-cús.

Antiguetos

Como el cús-cús y la Navidad, las religiones conviven en la banlieue, aunque se señalase a los musulmanes como responsables de los disturbios. Lejos de aplicar esquemas prejuiciosos, el sociólogo Loic Wacquant usa el término antigueto para asegurar que “las banlieues europeas son heterogéneas. La marginación de sus habitantes no viene por la raza ni la etnia; sino por la clase social”.

De hecho, el urbanismo de los suburbios franceses impide las relaciones de vecindad y comunidad que por ejemplo puede promover una religión. Están diseñados para dificultar a los obreros emigrados relacionarse y distraerse, incitándoles al ahorro para ser futuros propietarios. En localidades de desconocidos está más justificada la omnipresencia policial tan característica de esta República. Acerca de ella, Ludovic Alexandre -coordinador de adolescentes en Les Canibouts- ironiza junto a la ventana de un aula del centro: “¿Dónde están los coches ardiendo y los jóvenes agresivos?”. Él canaliza la energía creativa de sus chicos con talleres de teatro, slam y vídeo; y financian salidas a la naturaleza el fin de semana y en vacaciones.

Ludovic lamenta que a los abusos policiales y la desatención estatal se una “la visión que los medios de comunicación dan de las banlieues” al difundir sin descanso las reacciones violentas y los policías heridos, sin dedicar portadas a las palizas a jóvenes banlieusards –difundidas por Youtube- o a los orígenes de las protestas. Sobre ellas trata el libro ¿Chusma? [C'est de la racaille? Eh bien, j'en suis! (à propos de la révolte de l'automne 2005)], en el que un testimonio afirma que “si hubiese monumentos no quemarían coches”. El automóvil es un elemento simbólico en una era de postfordismo y paro. También el aislamiento de algunas banlieues es tal que sin coche difícilmente se sale de ellas. Es el caso de Clichy sous Bois, protagonista de las revueltas de 2005: no hay estación de metro ni de ferrocarril. Es la más pobre de todas, con un 45% de paro. Los incendios responden a un intento de que los ojos miren a los suburbios, que sea allí donde haya cambios.

Contención policial no significa solución

La contención policial impide que esta situación termine de estallar; pero no la mejora. La prueba son los disturbios acaecidos en otoño de 2007, motivados por la muerte de jóvenes racaille en persecución policial. “Esta creciente presencia policial coincide con las restricciones para pedir ayudas sociales”, dice Marjorie. Consciente de que el capitalismo excluyente necesita bolsas de pobreza, explica también que “la mayoría de actividades son herramientas para la igualdad de oportunidades” como cursos de alfabetización, francés o informática. También hay servicio de guardería, salidas culturales, asesoramiento jurídico gratuito o ayuda en la búsqueda de empleo. “Y mientras niños y mujeres acuden a los centros, los hombres raramente participan”, lamenta Marjorie, quien asegura que promueven actividades mixtas.

En la banlieue de Marjorie y en la otras saben del aumento progresivo de demografía penitenciaria; cuya causa –según el Ministerio de justicia francés- “no es el aumento de criminalidad sino las políticas penales”. Entre 1996 y 2006, las condenas a penas de 20 a 30 años se han multiplicado por 3,5. Y, según indica el informe del ministerio, “la mayoría de los entrantes en prisión son hombres jóvenes y socialmente poco insertados”. En el país del Gran Encierro, París ya llenó su psiquiátrico hasta tenerlo que abrir; igual camino llevan sus cárceles, como denuncia el sindicato francés de trabajadores sociales penitenciarios: “saturadas”.

Fotos, Marta Palacín Mejías