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Bajos impuestos, grandes ilusiones

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Alemania y Francia, quienes fueran en su día el símbolo de la generosidad del Estado del bienestar en Europa occidental, se plantean ahora rebajar los impuestos a las empresas y a los individuos. El nivel del debate, sin embargo, es aún más bajo que el de las tasas que se discute.

Paul Kirchhof es el gurú en temas fiscales de la Unión Cristiano Demócrata alemana (CDU) y ministro de Finanzas del gobierno en la sombra de Merkel. Han causado revuelo sus recientes declaraciones sobre sus planes para un impuesto único y uniforme del 25% para todo. Al otro lado de la frontera, el ministro francés del Interior, Nicolas Sarkozy, declaró que el impuesto francés de sociedades debería descender hasta el 6% para asimilarlo a la media europea. Parece que los últimos bastiones europeos de altos gastos e ingresos públicos y generoso Estado del bienestar están a punto de desmoronarse. Lo que preocupa en especial a la izquierda francesa es el miedo a que el Estados social de los miembros fundadores comunitarios tire la toalla.

Sin boom económico, a pesar del regateo de impuestos

Este temor se justificaría si los Estados miembro fueran capaces de relacionar su competitividad internacional a las bajadas de impuestos. Los tipos impositivos, siempre han sido sobreestimados en términos de importancia de cara a la creación de empleos y de crecimiento económico. Los ejemplos de Eslovaquia y Suecia son muy ilustrativos: a comienzos de 2004, Eslovaquia introdujo un Impuesto único del 19% sobre el Valor Añadido (IVA), sobre el Impuesto de Sociedades (IS) y sobre el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF). Si los apóstoles de los bajos impuestos estuvieran en lo cierto, este país oriental tendría que estar experimentando un boom como pocos en su Historia y alcanzando el pleno empleo. Pero cifras del Instituto Vienés para la Comparación Económica Internacional prueban que no es el caso. Las inversiones extranjeras directas en Eslovaquia en 2002-2003 fueron de 2.200 millones de euros pero, desde la entrada en vigor de la reforma, la cifra ha descendido a 1.300 millones de euros. En el mismo periodo, el crecimiento del país cayó de un 2,7% a un 2,2% del PIB, según cifras de la OCDE. El desempleo sólo bajó del 18% al 17%. En cambio, Suecia, a pesar de su leve rebaja de impuestos y del gasto público, sigue teniendo una alta presión fiscal –el IVA, por ejemplo, es del 25%, y alrededor del 50% de los ingresos económicos fluye hacia las cajas gubernamentales-. Bueno, pues lidera la clasificación de la OCDE con un 3,6% de crecimiento del PIB el año pasado.

Mucho Estado, pocos impuestos

¿Son Eslovaquia y Suecia sólo anomalías, excepciones a la regla? En absoluto. El grado de competitividad de un país tiene poco o nada que ver con su nivel de impuestos o el tamaño del sector público. Los factores decisivos son más bien la estructura y la calidad de los ingresos estatales y de sus gastos –una conclusión que incluso el Financial Times, poco dado a estar de acuerdo con la visión del mundo izquierdista o con la defensa del Estado del bienestar, ha llegado a declarar: “Un gran gasto no implica menos crecimiento”. Si el Estado es capaz de gastar el dinero que recibe de los contribuyentes mejor de lo que ellos mismos lo harían, una alta presión impositiva y un gasto público elevado podrían conducir a una mejor calidad de vida que la del modelo de pocos impuestos y Estado jibarizado. Los políticos europeos deberían emplear el mismo tiempo que desperdician en discutir sobre bajadas de impuestos en reflexionar sobre cómo optimizar la inversión de su gasto público. Serán recompensados con crecimiento. Y hay que recordar que un crecimiento económico constante ofrece las dos caras de la moneda que tanto divide a los políticos: permite financiar un amplio Estado social a la vez que bajar los impuestos.

Translated from Niedrige Steuern, große Illusionen