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Auto de fe para un dragón

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Frente al gran potencial del mercado chino, Europa ya no es lo que era en lo relativo a los derechos humanos, ya se trate del Airbus o de misiles, e incluso si hablamos de libros.

Las instancias oficiales de la Unión Europea nos han habituado a diversas formas de cobardía frente a ciertos pueblos del planeta en cuanto sus intereses económicos están en juego, y de esto saben algo los pueblos del Kurdistán, Chechenia o el Tíbet, quienes han oído las piadosas declaraciones de la UE sobre la “defensa de los derechos humanos”.

Inmovilismo, hipocresía, cálculos, regateo: Europa no necesita comprometerse para cuidar de los intereses materiales o geopolíticos que la unen a alguno de los cuatro países que se reparten el Kurdistán, a la Rusia del tirano-demócrata Putin o a la China del “socialista de mercado” Hu Jintao.

Sin embargo, Francia acaba de dar un paso más en su juramento de fidelidad a la tiranía por bajas razones comerciales. Para asegurarse la venta de aviones de línea (Airbus), trenes de alta velocidad y de lo que menos se habla pero que sin duda representa el mercado más jugoso, la venta de armas y de materiales militares de alta tecnología. Francia no ha dejado de recordarle a toda Europa desde hace meses que cuando hablamos de beneficios la moral deja de existir.

Falungong y el Nobel de literatura

Tres hechos han venido a ilustrar esta bajeza moral desde el comienzo en Francia del “año de China”. En primer lugar, la prohibición a las asociaciones que no hayan obtenido la bendición de Pekín de participar en el gran desfile organizado en los Campos Elíseos con motivo del año nuevo chino. Después, se produjo la detención de los miembros del Falungong que se habían apostado en el camino de Hu Jintao durante su visita a Francia y que habían manifestado su presencia silenciosa enarbolando un trozo de tela amarilla totalmente inofensivo. El Falungong, pacífica organización de gimnastas budistas calumniosamente calificada de “secta” por el poder de Pekín y después por todos los medios de comunicación del resto del mundo, está sometido desde hace varios años a una feroz represión tan sólo por sus afirmaciones ecologistas que cuestionan la locura del “desarrollo” salvaje que subyuga a China desde hace veinte años. Y por último, la negativa de invitación al premio Nobel de Literatura Gao Xingjian, establecido en Francia desde hace varios años y con nacionalidad francesa desde 1998, a participar en el salón de libro, que también se desarrolla bajo el signo del “año de China”.

Editores sin palabras

Y precisamente en este punto, la sumisión a los dictados de Pekín por parte del gobierno francés ha sido acompañada por una bajada de pantalones en toda regla por parte del mundo editorial presente en el salón. Que los hombres de estado pierdan sus principios para vender su costosa chatarra puede llegar a comprenderse; en el fondo es su trabajo. ¿No es acaso el presidente francés, Jacques Chirac, amigo íntimo de Serge Dassault, fabricante de aviones de guerra y persona que ha sembrado la muerte en todos los campos de batalla del planeta? Pero, ¿y las editoriales? Hubiese sido fácil que todos los editores honestos bajasen las persianas de sus casetas para protestar contra el destierro del premio Nobel Gao Xingjian de esta gran feria del libro. Ninguno realizó el más mínimo gesto para denunciar esta vil estratagema. Tan sólo un individuo y un distribuidor salvaron su honor. El escritor francés Beigbeder tuvo la osadía de imprimir camisetas con la efigie de Gao Xingjian, lo que le valió la expulsión manu militari cuando quiso regalarle una de esas camisetas a Jacques Chirac, quien vino a inaugurar el salón. Y el distribuidor VILO no tuvo miedo de exponer en su caseta el libro de la editorial L’insomniaque Bureaucratie, bagnes et business, cuya portada muestra un burócrata chino con la cara manchada de tita roja. Salvando estas dos manifestaciones de revuelta, el resto fue un concierto de ensordecedor silencio.

¿Cómo se explica tal espantada? Gallimad, Le Seuil, Albin-Michel y los demás editores franceses no venden ni aviones, ni trenes ni armas a China. Tendremos que creer, sabiendo que el 80% de los periódicos franceses pertenecen a Lagardère y Dassault, que los editores se han anticipado a la próxima compra de sus casas editoriales por parte de estos dos mercaderes de cañones.

Para celebrar el “año de China” la torre Eiffel se iluminó con luces rojas; rojas de vergüenza.

Translated from Autodafé pour un dragon