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Austria o el fin de los consensos

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Solo un estrecho margen ha impedido la llegada de la extrema derecha a la presidencia de un país europeo. Lo vivido en Austria evidencia una crisis de valores en la que se han roto los puentes entre la ciudadanía y la Unión Europea. Ante la falta de respuesta común a los problemas de nuestro tiempo, la población deambula abrazando posiciones políticas que se creían ya olvidadas.

Este lunes 23 de mayo Europa pasó el día conteniendo el aliento, mirando a Viena, a su capital espiritual, suplicando para que el voto por correo impidiera que la extrema derecha alcanzara las mayores cuotas de poder en el continente desde la década de 1930. El drama se quedó en amago gracias a un independiente que llevó la contraria a las encuestas, pero lo ocurrido es mucho más que una invitación a reflexionar. Austria, Viena, la ciudad de los parques y los palacios en un apacible país centroeuropeo, la cuna de los valores universales, de Stefan Zweig y, al fin y al cabo, del europeísmo. Es precisamente en las grandes ciudades –Viena, Salzburgo, Linz y Graz–  donde se ha evitado la debacle,  amasándose en ellas la victoria de Van der Bellen, pero en el rural, en el Tirol y el bello Lago Constanza, ha triunfado el extremista Hofer, que ha cazado también un buen número de votos en las urbes. ¿Qué se ha roto en una sociedad siempre tan madura democráticamente como la austríaca para que un neonazi haya estado a punto de convertirse en presidente del país?

Lo vivido en Austria, paradigma del bipartidismo perfecto de la democracia-cristiana y la socialdemocracia desde la II Guerra Mundial en un sistema en el que eran habituales las grandes coaliciones, es un ejemplo más de la ruptura de consensos de nuestro tiempo. La democracia-cristiana y la socialdemocracia se han quebrado y ahora divagan por Europa como fantasmas políticos. Su muerte no tiene nada que ver con que esas ideologías se encuentren desfasadas, sino más bien se debe a que estas familias políticas se han vaciado de ideas, de una cosmovisión del mundo que defina sus actuaciones. La carencia de ese enfoque propio les ha impedido trenzar una respuesta a los desafíos actuales, permaneciendo atónitas a la transformación de la Unión Europea en un proyecto puramente tecnócrata.

Frente a todos estos vaivenes, que podrían ser simplemente un cambio de ciclo histórico (nada dura para siempre), no existe un discurso alternativo capaz de construir nuevos consensos. Ese nuevo discurso debería ser necesariamente progresista, porque es la igualdad y el Estado del Bienestar lo único que ha hecho avanzar a esta tierra. Sin embargo, no pensamos en ello, estamos demasiado ocupados discutiendo la tonalidad de azul del cielo, sobrellevando nuestras ajetreadas vidas y olvidando que las decisiones se toman en Bruselas. La ultraderecha, que siempre ha tenido un discurso muy definido, encuentra así un caldo de cultivo perfecto, sobre todo en aquellos Estados que no cuentan con un traumático pasado fascista a sus espaldas.

Construir un discurso conjunto a escala europea suena cuanto menos utópico, pero lo vivido en Austria también deja abierta una ventana al optimismo. Un candidato independiente, de pasado ecologista y apoyado por los Verdes, ha conseguido igualar y vencer a la maquinaria ultraderechista del FPÖ, y lo ha hecho apelando a los valores que tenemos en común. Las sociedades de la UE, principalmente de Centroeuropa, son hoy en día muy ecologistas, concienciadas socialmente–sirva de ejemplo el alto grado de protesta social en Alemania contra el TTIP–, y a la vez se sienten preocupadas por el futuro de sus hijos, una generación que vivirá mucho peor que sus progenitores. Unamos todo ello y elaboremos una propuesta de verdadero alcance social que vaya directa a la raíz del problema, a la dimensión exclusivamente económica de la UE que con su falta de ideas nos está abocando al desastre. La pelota está sobre el tejado de los políticos, pero también sobre nosotros, sobre cada uno de los ciudadanos de nuestro continente. Es hora de dar un paso al frente, de impedir que ningún fascismo vuelva a habitar jamás el territorio europeo.