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Aullidos a la luna azul: cuando el pop se alía con el futbol

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Cultura

Decía Groucho que la música militar es a la música lo que la justicia militar es a la justicia. La relación entro fútbol y música es parecida: o lo uno o lo otro. La mayoría de clubes fabrican himnos para recordarse el atávico orgullo de vestirse de rojo o amarillo limón. Por fortuna hay excepciones. De los Beatles a Bachelet, repasamos ejemplos de las aficiones con mejor gusto musical en Europa.

Cuando Debbie le preguntó a Ian Curtis cuál era su color favorito, este contestó, lacónico: “Azul, azul Man City”. Al menos así lo imaginó Anton Corbijn en el biopic sobre el líder de Joy Division. Curtis fue un genio prematuro. También era epiléptico y fan del Manchester City. El último dato puede ser irrelevante. Sí se considera trascendente en su vida -la cual liquidó ahorcándose a los 23 años- su relación con Deborah, su esposa, a la cual era infiel. Difícil imaginarlo poniéndole los cuernos al City con una bufanda del Manchester United.

El Manchester City era hasta hace bien poco un equipo básicamente perdedor y ya sabemos que eso resulta irresistible a músicos y otros bohemios. Tiene, además, un himno mucho más hermoso que el vecino, el United, que a cambio tiene muchos más títulos. El Glory, glory Man United es una canción de boy scouts incomparable al Blue Moon de Richard Rogers que aúllan los citizens y con el que Elvis contribuyó al baby boom en los cincuenta. Ahora que el City es rico y gana cosas, el melancólico silbido llega a estadios de toda Europa, como el Bernabéu, donde Liam Gallagher besó a un guardia de seguridad tras un gol de su equipo. El exmiembro de Oasis también estampó los morros en la camiseta celeste antes de interpretar la última versión de Blue Moon.

Este es un ejemplo raro de unión dichosa entre música y fútbol. Hay más en Reino Unido, donde se inventaron a los Beatles para tener hilo musical durante los partidos. Ahí está Hey Jude, sonando en cada estadio. Paradójicamente, los Beatles no fueron profetas en su ciudad porque en los sesenta Liverpool ya le decía a Bill Shankly que nunca caminaría solo. Rogers -el mismo que compuso Blue Moon- escribió You'll never walk alone para un musical de Broadway y Gerry & the Pacemakers la inocularon en las gradas de las islas: de Anfield Road en Liverpool a Celtic Park en Glasgow.

Caso curioso es el del West Ham, de Londres, un equipo que malvive en la primera división, alternando la mera superviencia con cíclicos descensos pero que puede presumir de un himno original: I'm forever blowin bubbles. “Lindas pompas en el aire”, dice el estribillo de la canción, escrita para otro musical de Broadway. Lo más asombroso es comprobar como 35.000 gargantas al unísono pueden convertir en himno de guerra incluso una canción sobre pompas de jabón.

Hay música después de la Premier. En Amsterdam tiñen de relativismo jovial un asunto a menudo tan grave como el fútbol, con el Three little birds de Marley que cantan los seguidores del Ajax. Y en Hamburgo está Sankt Pauli. Un día fue el barrio más salvaje del viejo continente. Marineros se partían la crisma cada hora en punto y en cualquier esquina uno podía perder su virginidad llevándose de recuerdo un par de venéreas. Allí resiste el FC Sankt Pauli, un equipo de culto que milita en segunda división y en cuyo estadio, repleto siempre hasta la bandera pirata, truena Hells Bells de AC/DC cuando los jugadores saltan al campo. Podría ser de culto también el Lens, equipo minero del norte de Francia, que en los ochenta adoptó Les Corons, de Pierre Bachelet. “La tierra era el carbón, el cielo el horizonte”, se escucha en las profundidades de la Ligue 2.

Los equipos italianos y españoles son cómplices en darle patadas a la música con sus himnos. Hay salvedades, como la del Napoli, república independiente de la bota también en esto. El equipo al que Maradona acercó una vez al sol -luego cayeron en picado-, escucha en su estadio los anhelos de O surdato 'nnamurato, una canción en la que un soldado escribe a su novia desde las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Aun entonada con el entusiasmo que permite la prosperidad actual, la canción posee el tono trágico que acompaña a Nápoles, al equipo, a la ciudad.

No tiene el mismo encanto el Roma, Roma, Roma que Venditti rindió a la AS Roma, equipo de la capital, y que la afición hizo suyo. Pero el unico grande amore de uno de sus versos queda como lema del club para la posteridad. Por cierto, Venditti llegó a pedir que su himno se retirara de la megafonía del estadio porque no se identificaba con los nuevos valores del club. La afición reaccionó contra Venditti, que rectificó en Facebook. El himno sigue sonando en el Olimpico y lo hará, posiblemente, hasta que Totti quiera.

En España los dos equipos con más seguidores en Madrid, Real y Atlético, tienen un relato antagónico que se plasmó en el himno que ambos encargaron para sus centenarios. El Real de las vitrinas desbordadas llamó al tenor Plácido Domingo para darle un aire distinguido a la entidad que entonces acunaba a 'Los Galácticos'. “Campo de estrellasdice uno de los versos, ni más ni menos, “juegas en verso”, sigue, en un apoteosis que sugiere una inmediata invasión al resto de clubes, alejados de Dios y del progreso. El Atleti escogió a Joaquín Sabina, poeta de los excesos y las batallas perdidas y ferviente colchonero. Un par de versos: “qué manera de palmar, qué manera de sufrir”. Con notable sentido del humor, Sabina consagró la resiliencia atlética y el orgullo de ser un derrotado. Eso no lo permiten las vitrinas, pero sí las canciones.