Atlantismo: la cizaña que divide a la derecha
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álvaro navarroSe suele decir que en política exterior la derecha es realista y se basa en ideas claras. Cada vez será menos así. Sobretodo tras el nuevo respaldo electoral a Bush.
En Italia es una idea asentada que en política exterior la derecha tiene los conceptos más claros que la izquierda. Las elecciones norteamericanas pueden haberlo demostrado: quizás Bush haya ganado porque exhibe posturas sin ambigüedades, en especial sobre la guerra contra el terrorismo, discurso obsesivo de la actual administración estadounidense. Kerry, a su vez, ha querido granjearse el voto de los opositores a la guerra en Irak sin por ello querer parecer demasiado blando, y ha dado una imagen poco solvente con un discurso más bien desdibujado. Pero más allá del ejemplo norteamericano, ¿es cierto que la derecha europea tiene las ideas tan claras en materia de política exterior?
Sin duda alguna así sucedió hasta 2001, año de la intervención en Afganistán cuando –al menos para el electorado y la opinión pública- se podía asegurar que la izquierda estaba contra la guerra y por lo tanto contra los Estados Unidos, y la derecha siempre con ellos.
¡Ellos son más europeos y tú no!
La negativa franco-alemana de participar en la aventura iraquí introdujo enseguida un elemento muy desestabilizador en este juego: Europa. París y Berlín se han aprovechado de manera inteligente de la crisis iraquí para reclamar su europeísmo y de rebote han sentado las bases –junto con Bélgica y Luxemburgo- de una colaboración europea más intensa en materia de política exterior y de seguridad. Con su “no a la guerra” se han convertido en los ídolos de la Europa pacifista, y la catastrófica gestión de la post-guerra no ha hecho sino reafirmar sus posiciones.
Durante los años 90’, todo eran votos de amistad hacia los Estados Unidos, por entonces única superpotencia en pie; hoy, no parece de buen recibo presentarse como anti-europeo. Incluso para las derechas del continente. En el futuro ya no le será tan fácil a la derecha decir: “estamos con los Estados Unidos”, porque con independencia de la postura de su país respectivo, los líderes nacionales deberán tener en cuenta también la postura de la Unión. Tener un pie aquí y otro allí será cada vez más difícil para la derecha: estaría arriesgándose a ceder los derechos de autor del europeísmo a la izquierda de Schröder y compañía.
La impopularidad de Bush: el rompecabezas de los atlantistas
Buena parte de los Estados firmantes de la Constitución en Roma comparten la exigencia de llegar gradualmente a formas de cooperación más estrechas en materia de política exterior entre los países de la Unión, y esto tendrá consecuencias entre los países con gobiernos de derechas. Washington nunca ha visto con buenos ojos la emergencia de una Europa fuerte, y trata de contrariarla y dividirla según la célebre fórmula “divide y vencerás”. El propio Berlusconi, uno de los más fieles aliados de los Estados Unidos, se ha mostrado entusiásticamente pro-europeo en Roma e incluso a favor de reservar un asiento para la Unión en el seno del consejo de seguridad de la ONU. No se excluye que el amigo italiano, una vez cumplida su misión en Irak, sea despedido de la Casa Blanca ingratamente.
De este modo, es posible que se perfile para la derecha el mismo problema que para la izquierda en materia de política exterior: las modalidades de relación con los EE UU. Si en un futuro la UE dispusiera de una política exterior común, tanto la derecha como la izquierda deberán sacrificar algunos de sus valores. La reelección de Bush puede acelerar este proceso: su impopularidad en tierras europeas desaconseja mostrarse muy amigo suyo.
Pero, ¿alinearse con los EE UU da realmente réditos?
¿Acaso sigue siendo cierto que la política exterior, tradicional punto fuerte de la derecha, contribuye a su éxito? Si bien en Italia muchos tiemblan con la sola idea de que una izquierda confusa se haga con las riendas de la política exterior del país, ¿qué decir de España? Los conservadores del Partido Popular van a pensárselo dos veces antes de lanzarse en una dirección contra la que se manifiesta el 80 % de la población, como ha sucedido con la guerra de Irak; seguro que los Tories británicos también se lo pensarán en caso de regreso al poder, conociendo la postura de la opinión pública al respecto. En Alemania, fuentes diplomáticas han revelado que durante la campaña electoral de 2002, cuando todos cantaban la victoria de la CDU, el candidato a canciller Edmund Stoiber viajó a París para analizar la posibilidad de una intensificación de las relaciones con Francia; como ya sabemos, son los socialdemócratas del SPD de Schröder quienes ganaron, y desde entonces su política exterior se apoya en la estrecha colaboración con Francia en su oposición a los EE UU.
Finalmente, no hay que olvidar que el caso alemán es muy sintomático de la confusión en la que podrían sumirse las derechas europeas: si por un lado la líder conservadora, Angela Merkel, se manifestó incondicionalmente como pro-americana durante la crisis iraquí, por otro lado en las filas de la CDU no faltan las críticas a los EE UU.
Translated from Atlantismo: la zizzania che dividerà anche la destra