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Atentados en Estambul: La singularidad del mal

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Melisa Laura Díaz

Sociedad

El pasado sábado, después de lo sucedido en Sultanahmet el 12 de enero, un nuevo atentado golpeó Estambul e hizo estallar su segundo pulmón, Taksim. Más aún, el corazón de la ciudad fue destruido. Un relato personal.

Poco antes del atentado de este fin de semana, algo ya había cambiado en Estambul. Desde el jueves anterior, el juego del terror había entrado en una nueva dimensión: Ahora era virtual. Ese día, escondida en un club de comedia porque tenía demasiado miedo de tomar el metro para ir a trabajar, ya me había dado cuenta de que la atmósfera era diferente. Finalmente, después del atentado del 13 de marzo en Ankara, lo habían logrado: Todo el mundo estaba nervioso, todos tenían miedo. El sentimiento de inseguridad había tomado el control. Elementos desencadenantes de esta transición: Alemania, las redes sociales, el rumor y su confirmación. Repaso de un fin de semana de terror: Real y virtual.

Alemania

Primer elemento de la ecuación desastrosa de lo que fue ese jueves negro: Alemania, que por razones indeterminadas, pero inevitablemente fundamentadas (es Alemania después de todo), decidió cerrar su embajada en Ankara, así como su consulado y escuelas privadas en Estambul, Taksim... Sólo por un día. Un día, ni más ni menos. ¿El motivo aparente? Fuertes sospechas de un atentado inminente ese día. Y yo no sé vosotros, pero cuando Alemania se asusta, yo también me asusto. Por lo que comencé a preocuparme. Y decidí no ir a trabajar, sabiendo que inevitablemente tendría un ataque cardíaco antes de llegar al destino.

Lo sé, porque después de dos atentados en Ankara en un mes, mi relación con el terrorismo ha evolucionado, y el terror ya no me es banal. En ese momento yo observaba desde la calma y la negación. Pero ya no estoy en la negación, ni estoy muy tranquila: Tengo miedo de los coches, tengo miedo del metro, tengo miedo de la plaza Taksim, e incluso tengo miedo de los niños que juegan con sus petardos y de las motos que pasan por encima de botellas de plástico. En pocas palabras, tengo miedo de todo sonido que se asemeje a un "bum", "paf", "crac", etc.

Las redes sociales

La gran diferencia —además de la imposibilidad de enfrentar la realidad de saber que vivo en un país involucrado en al menos dos guerras— es que desde el último atentado en Ankara, el terror ingresó en las redes sociales, para hacer estallar nuestros nervios además de desfigurar nuestros barrios.

En las grandes ciudades de Turquía se utilizan mucho las redes sociales. A veces el uso es bueno (a nivel de información, en particular teniendo en cuenta el control gubernamental), a veces admirable (para solicitar donaciones de sangre durante el atentado del 10 de octubre) y, a veces, inevitablemente torpe y/o abusivo, como este jueves en particular. Durante los cuatro días siguientes fuimos testigos de una cadena de mensajes en Facebook y WhatsApp, seguramente bien intencionada, pero que fue tan incoherente como alarmante.

Ese mismo jueves por la mañana, mi amigo entró al salón leyéndonos el mensaje de uno de sus contactos que decía que "175 kalachnikovs habían sido encontrados en un apartamento y que había un riesgo considerable de incendios provocados en los barrios 'nocturnos' este fin de semana".

Otros contactos de Facebook y WhatsApp estaban compartiendo a su vez mensajes similares, a veces incluso acompañados de copias de documentos pseudo-oficiales:

"Dicen que planean ataques terroristas terrestres. Que van a abrir fuego".

"Un médico recibió ha recibido información que afirma que los hospitales deben estar listos las 24 horas. Se esperan ataques terroristas en las paradas de los autobuses Zincirlikuyu, Mecidiyekoy, Besiktas, Sisli, Levent, en los centros comerciales y en los transbordadores".

"19 bombas estallarán en Estambul como consecuencia de la primera bomba en Ankara. ¡Manténganse alejados de los mercados, de los centros comerciales, y del metro!".

Los rumores

¿El origen de estos mensajes? Completamente desconocido. Muchos de nosotros sospechamos que fueron spam, un engaño. Yo también. Pero los habitantes de Turquía, que desde hace tiempo han perdido toda confianza en su Gobierno, son más partidarios de la teoría conspiracionista. Todo el mundo lo sabe, pero nadie nos dice nada. Así pues, los ciudadanos turcos siempre acaban por convencerse de que es mejor creer un en engaño que en el silencio gubernamental.

El jueves, cuando escuchamos del cierre de los intereses alemanes en Estambul, cuando otros colegios cerraron sus puertas y cuando comenzaron a llegar estos mensajes del todo alarmantes, el Gobierno no hizo ningún comentario. Como un turco diría, en este caso mi compañero de piso, "si el Gobierno sólo dice que Alemania está asustada, es probablemente porque la información es lo bastante grande para cerrar las instituciones alemanas y demasiado importante para no perturbar el orden público".

El acto

Y entonces sucedió que —ese jueves, cuando se suponía que debía ir a estrechar la mano de Pascal Nouma (antiguo futbolista profesional francés, ed.) y comer pequeñas tartas con forma de balón de fútbol en una ceremonia en el Palacio de Francia— entré en pánico, cancelé todo y fui a refugiarme en el famoso club de comedia del que hablaba más arriba. Sin embargo, nada perturbó la rutina de Estambul y terminé sintiéndome un poco tonta de haber cancelado todo "por nada". Tonta por no haber logrado llevar a cabo el mensaje de "no dejaremos que nos impidan vivir".

Ya tranquila, el viernes fui a Taksim (Istiklal), a pesar de que Alemania había decidido mantener sus edificios cerrados. Bebí, bailé y algunas horas más tarde, decidí volver a mi casa en Taksim, al otro lado del parque Gezi. Al día siguiente, el sábado a las 11 de la mañana, mi ciudad y yo nos despertamos con resaca. Marie, una amiga, escribió en Facebook: "La guerra no cuenta los kilómetros para venir, de vez en cuando, a llamar a tu puerta y recordarte que aún está allí (…). Hoy todo está tranquilo, como si Estambul hubiese estado de fiesta toda la noche y tuviese resaca…".

Luego pensé en esas pobres personas que el sábado decidieron no tener miedo. Me sentí triste, porque el corazón de mi propio barrio había sido atacado. Luego me sentí culpable por nunca haberme sentido triste por el barrio de otros, el corazón de otros.

Y pensé en Alemania, que nos había prevenido. Si uno de los rumores ya no era un rumor, eso quería decir que todos los otros podían volverse realidad… Eso fue suficiente para que los engaños, mencionados aquí y allí, comenzaran a circular nuevamente. Y a recordarnos, por ejemplo, que 19 coches bomba debían estallar supuestamente en 19 lugares diferentes de la ciudad estos 20 y 21 de marzo, durante la fiesta de la primavera Newroz. Y entré en pánico nuevamente.

Me encerré en casa a pensar hasta el lunes por la mañana, porque "nunca se sabe". Y otros dos millones de personas hicieron lo mismo que yo, porque "nunca se sabe". La ciudad estaba desierta, y un desierto de 14 millones de habitantes es simplemente devastador.

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Este artículo fue redactado por el equipo editorial de cafébabel Estambul.

Translated from Attentats à Istanbul : la singularité du mal