Atentados de Bruselas: Cuando la rutina da un giro de 180º
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Raquel LorenzoEl 22 de marzo de 2016 la capital europea sufrió dos graves atentados terroristas. Uno de ellos se produjo en la estación de metro de Maelbeek, en pleno barrio de las instituciones europeas. Relato de un día interminable.
Hoy no estoy en mi oficina, aunque debería, pues tengo trabajo pendiente para antes de las vacaciones de Pascua. El edificio en el que trabajo, situado a 400m de la estación de Maelbeek, en el barrio europeo, está cerrado y, tras los atentados de ayer por la mañana, el acceso ha sido restringido.
"Son los terroristas quienes han cambiado las normas"
Normalmente voy en metro al trabajo. Es mucho más rápido que el autobús, que en muchas ocasiones se ve afectado por los atascos. En cambio, ayer salí de casa antes porque tenía programada una reunión importante a las 9 de la mañana. Cogí el bus, que a las 8.20h todavía no tiene problemas con los embotellamientos. Fue precisamente en este autobús donde descubrí que se habían producido dos explosiones en el aeropuerto de Zaventem. Como muchas otras personas, pensé directamente en un atentado terrorista. Sin embargo, en aquel momento y hasta donde sabíamos, todavía no existía ninguna prueba firme. Podía tratarse simplemente de una fuga de gas.
Esa mañana, por tanto, paso por la Plaza de Luxemburgo y no por Maelbeek como suelo hacer. Frente al Parlamento Europeo, los militares parecen algo más nerviosos de lo normal, pero no me sorprende dadas las circunstancias. Al llegar al Comité de las Regiones de la UE empiezo a darme cuenta de que la situación es grave: A pesar de mi identificación de acceso al edificio, que normalmente me permite entrar directamente, nos cachean a todos y me obligan a pasar el bolso por un escáner de rayos X. Una compañera pregunta: "¿Han cambiado las normas?". Los guardias de seguridad responden: "Son los terroristas los que han cambiado las normas". Y así es como se confirmaron mis peores sospechas.
Más tarde, sobre las 9.10h, estaba esperando en la recepción del Comité para comenzar la reunión (ya con retraso), cuando de repente el ambiente, bastante tenso ya, se volvió escalofriante: Los militares que estaban descansando salieron rápidamente a la calle para unirse a sus compañeros, casco puesto y armas automáticas en mano. Se oían gritos de "¡Joder! ¡Joder!" y los miembros de seguridad comenzaban a agitarse. Los rumores aumentaban: "¡Explosión en Schuman y en Maelbeek!". De pronto, me doy cuenta de lo que está sucediendo y el miedo me estrangula al pensar en aquellos amigos míos que toman esa línea de metro cada mañana.
22 de marzo de 2016, el día más largo en Bruselas
En ese momento, la seguridad decide cerrar por completo el edificio: Nadie más puede entrar ni salir. Justo enfrente, en la calle Belliard, vemos cómo el ejército y la policía toman posiciones. El barrio europeo está completamente cercado. Comienza entonces un largo día, marcado por el incesante baile de helicópteros y de mensajes por Whatsapp o Messenger para intentar averiguar el estado de nuestros familiares y amigos, pues las líneas telefónicas están saturadas. Me entero de que mi novio ha pasado por la estación de Maelbeek cinco minutos antes de la explosión, y lo mismo les pasa a varios compañeros. Algunos todavía están fuera del edificio, esperando que les autoricen a entrar y angustiados por si algún compañero ha tenido menos suerte que ellos.
Me ha costado ser consciente de lo que ha sucedido; he pasado las horas como en una especie de niebla espesa. He visto una foto en las redes sociales del vagón del metro que cojo todas las mañanas: Negro, carbonizado. Irónicamente, el sol brilla en Bruselas, algo que no ocurre muy a menudo. A las 4 de la tarde por fin nos podemos ir, pero ya no hay ni metro, ni bus, ni tranvía, ni nada. Entonces, decidimos caminar. Caminamos entre enormes atascos. Una vez más, Bruselas está paralizada y el ambiente es terrible. En la Plaza Jordan me cruzo con una señora que rompe a llorar frente a unos militares.
El barrio europeo sigue bloqueado hoy, ya que la investigación en las inmediaciones de Maelbeek sigue en curso. Por tanto, hoy, un día bastante gris, me he quedado en casa.
Me niego a acostumbrarme
Soy francesa, pero resido en Bruselas desde hace casi tres años. Por eso viví los atentados contra Charlie Hebdo y los del 13 de noviembre desde lejos, desde aquí. Hoy ya no es mi país de origen el que ha sufrido atentados ciegos y crueles, sino mi país y mi ciudad de adopción. Las imágenes del horror que vemos una y otra vez en las televisiones del mundo entero muestran lugares que conozco perfectamente y por los que paso todos los días. La oficina de Cafébabel Bruxelles también se encuentra en este barrio. Esta sensación es, sin duda alguna, la misma que sintieron los parisinos el pasado mes de noviembre: La sensación de que la tragedia se produce cada vez más cerca de nosotros.
¿Se supone que nos tenemos que "acostumbrar" a vivir así, tal y como afirma mucha gente? Yo no quiero acostumbrarme al miedo, a la inquietud, a la sensación de que nuestras rutinas cotidianas de "metro-trabajo-metro" puedan dar un giro de 180º y convertirse en escenas de desolación en tan solo un instante. Me niego a acostumbrarme.
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Este artículo ha sido redactado por la redacción de cafébabel Bruxelles. Todos los derechos reservados.
Translated from Attentats à Bruxelles : quand la routine matinale bascule