Con más de 300 inmigrantes que intentan instalarse cada día, Grecia se ha convertido, en pocos años, en la puerta de entrada de una nueva inmigración que busca un futuro en la Unión Europea. Sin embargo, en el país de la filosofía, que está viviendo unos importantes cambios sociales, la crisis económica roba la suerte y oportunidades de los nuevos allegados. La falta de interés en buscar soluciones a este fenómeno se explica por varios factores económicos, sociales e históricos: la crisis del gobierno griego, que está a punto de entrar en bancarrota, una economía que se nutre básicamente del turismo y el sector terciario (produce el 71% del PIB) y un recuerdo lejano y doloroso de la ocupación otomana. A pesar de que se tolera la inmigración en Grecia, las perspectivas no van más allá de sus propios ojos. En Atenas, donde la principal fuente de ingresos es el turismo, los inmigrantes deambulan cerca de los sitios turísticos buscando algo de dinero para comer. Lo que ganan día a día depende del tiempo y del humor de los visitantes, por eso, para no molestar a los viajeros, se comportan de forma discreta y se convierten en invisibles. Junto a las estatuas de la antigüedad, los inmigrantes forman parte del decorado y sienten que han perdido toda identidad.