Asiáticos en Francia en busca de su identidad
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Cristina Lizarbe RuizLas comunidades asiáticas de Francia dejaron de ser invisibles a ojos de la sociedad cuando en 2016, el sastre Chaolin Zhang fue brutalmente asesinado. Dos años más tarde, el racismo sigue muy presente en la vida de quienes como Sacha Lin-Jung, Mai Lam Nguyen-Conan y Kei Lam pertenecen a dos mundos.
Sacha Lin-Jung siempre ha sabido que, tarde o temprano, su hijo empezaría a hacer preguntas sobre su identidad como franco-asiático, pero el día clave llegó mucho antes de lo que había imaginado. "Con seis años ya sufría discriminación en la escuela. Un día le pregunté qué quería hacer cuando fuera mayor y adivina qué me respondió". Sentado en su restaurante chino, ubicado en el corazón de París, Sacha hace una pausa durante unos segundos, inhala una esfera de humo y continúa: "Me dijo: '¿Cómo voy a tener éxito en la vida, papá? ¿Es que no has visto mi cara?'".
"No eres lo suficientemente francés para estar aquí"
Sacha es la primera persona de su familia que nació en el país, en 1976. Creció en una zona tradicionalmente china del Distrito III de París, por lo que tuvo una infancia más tranquila que la de su hijo. No tiene ningún "recuerdo de haber sido discriminado ni excluido", y la mayoría de sus amigos de la infancia también tienen orígenes extranjeros. "Por aquel entonces, París era un entorno cosmopolita".
Los inmigrantes asiáticos empezaron a llegar a Francia ya en el siglo XIX, cuando Indochina se convirtió en un protectorado francés. Sus habitantes, que actualmente se les conoce como vietnamitas, camboyanos y laosianos, fueron los primeros en llegar. Más tarde, a partir de 1900, comerciantes de piel y cerámica de Wenzhou, del sureste de China, empezaron a instalarse en el Distrito III parisino. Durante la Primera Guerra Mundial, el gobierno británico reclutó a cerca de 100.000 trabajadores chinos y formó los Chinese Labour Corps. Después de servir a los ejércitos británico y francés, la mayoría de estos hombres fueron repatriados, pero algunos, se casaron con mujeres francesas y se quedaron. El abuelo de Sacha también estuvo un breve periodo de tiempo en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, pero su familia no se mudó allí hasta el final de la Revolución Cultural, en la década de 1970.
Actualmente, se calcula que Francia tiene cerca de un millón de ciudadanos de origen asiático, más o menos un 1,5 % de la población total del país. No existen estadísticas oficiales, ya que Francia no permite censos basados ni en razas ni en etnias.
Durante mucho tiempo, las comunidades asiáticas han vivido en armonía con los parisinos locales. "Solo se ha convertido en algo problemático hace poco", recuerda Sacha, "cuando los chinos han empezado a ganar dinero y a transformar el idílico barrio en una especie de centro comercial". Los franceses eran "bastante hospitalarios" y estaban dispuestos a ayudar a los asiáticos recién llegados, a los que veían como unos "pobres refugiados políticos".
Esta visión de los franceses resultó cierta en el caso de Mai Lam Nguyen-Conan, hija de un hombre de negocios vietnamita que huyó a Francia en 1976, una época marcada por una afluencia masiva de inmigrantes asiáticos en el país galo. Una gran cantidad de refugiados políticos, que huían de situaciones críticas como los Jemeres Rojos en Camboya, la caída de Saigón en Vietnam y la Revolución Cultural en China, fueron a Francia en busca de asilo.
Después de pasar varios meses en campos de refugiados en Laos y Tailandia, los Nguyen consiguieron el estatus de refugiados y llegaron a Francia en avión. "Estábamos entre los primeros refugiados y cuidaron de nosotros increíblemente bien a nuestra llegada", recuerda Mai Lam. A continuación, pasaron por un campo de refugiados, que más bien parecía un complejo hotelero, en Creteil, en la periferia parisina, antes de que los aceptaran en la región de Normandía, en el noroeste de Francia, donde lo tenían todo preparado, gratis. "Viviendas públicas, muebles, trabajos para los padres y escuelas para los niños… Recibimos mucho más de lo que necesitábamos en realidad". En la mente de la pequeña Mai Lam se instaló un "enorme sentimiento de deuda. '¿Cómo voy a poder devolver todo esto?'", se decía.
Pero el miedo y el trauma superaron enseguida la emoción y el agradecimiento cuando Mai Lam empezó a ir a la escuela y la separaron de su familia. "En aquella época creían que era bueno mantener a los niños lejos de sus orígenes y colocarlos con una familia francesa". Mai Lam pasó un año entero con una "violenta" familia de acogida y siendo testigo de cómo la madre pegaba a sus hijos. "Todos los niños inmigrantes volvían a casa llorando, y yo también", relata, "pero nunca hablé de mi sufrimiento porque decían que era por mi propio bien, así al menos aprendería francés". Actualmente, Mai Lam es la única de su familia que habla francés sin acento.
Cuando iba al colegio, sus compañeros se burlaban de su acento. "Por las noches estudiaba francés llorando porque hablar un francés perfecto me parecía esencial", continúa Mai Lam. "Estaba convencida de que ser francesa era mejor que ser vietnamita, que tenía que ser solo francesa y no vietnamita. Siempre quise ser más francesa que los propios franceses, y hasta creí que lo era".
Con el tiempo, Mai Lam dominó el francés, se integró en la sociedad francesa y se impregnó de su cultura. Vietnam se convirtió en una tierra lejana de la que apenas sabía nada y no cambió de opinión hasta los 19, durante los años de formación equivalentes al bachillerato de letras. "Saqué unas notas horribles. No aceptaban ni el más mínimo error en francés", explica. Sentía un rechazo constante por parte de su entorno a la hora de aceptarla como a una igual y le llegaron a decir que "no tenía nada que hacer" allí porque no era "lo suficientemente francesa". "Un día me puse delante del espejo y me dije a mí misma: ‘¡Despierta! ¡No eres francesa y no lo serás nunca!'"
"Siempre he sido una turista en Francia o en China. Nunca he podido encontrar mi hogar”
Mientras que los inmigrantes de primera generación suelen conservar fuertes vínculos con sus orígenes, sus hijos, que han crecido en Francia, se encuentran inmersos en una amalgama de diferentes culturas, desprovistos de toda identidad. Kei Lam se define a sí misma como una "chica banana", porque es "amarilla por fuera y blanca por dentro", y así titula su cómic autobiográfico. En 1991, con seis años, la chica de Hong Kong llegó a París, donde su padre, pintor, se había instalado para "cumplir su sueño como artista". Kei solo tuvo una "crisis de identidad" cuando se convirtió en adulta, en la escuela de ingeniería, donde era “la única asiática de la clase". "Era una mezcla de las dos culturas, pero me sentía rechazada por ambas partes. No era ni francesa ni china".
El problema surgió de verdad cuando volvió a China para trabajar, en un intento por reconectar con su país natal, cuya lengua se había convertido en "una especie de ruido" durante sus años en Francia. Por desgracia, este viaje "solo empeoró las cosas". Los chinos la veían como a alguien "de fuera" porque tiene la piel bronceada y habla mandarín sin acento. La mayor parte del tiempo no se la considera parte del grupo francés con el que suele salir, para ellos es una simple traductora. "Lo más duro es sentirte como una completa desconocida en un lugar al que se supone que perteneces; darte cuenta de que siempre estás fuera de lugar".
Como no sabe muy bien a dónde pertenece, Kei ha intentado continuamente buscar un modelo a seguir en la cultura pop, pero se ha dado cuenta de que no tiene nadie en quien fijarse. "¿Dónde está la Lucy Liu francesa? ¿Tenemos algún personaje asiático en las películas de superhéroes? ¿Los franceses verían una serie de televisión sobre asiáticos? No tenemos suficiente representación en la sociedad”.
Fue entonces cuando decidió dejar su trabajo en una empresa de planificación urbanística y se convirtió en artista del cómic. En su primer libro ilustrado, Banana Girl, relata sus primeros años en París: "Es la historia de alguien que no encuentra su lugar. Es el descubrimiento de mí misma".
Haciendo gala de modestia china, Kei admite que su primer libro no se está vendiendo mucho. Sin embargo, su trabajo ha hecho que los principales medios de comunicación franceses le hayan prestado atención a esta comunidad infrarrepresentada, y TV5Monde y Radio France Internationale invitaron a la joven ilustradora para tratar el tema. Para su sorpresa, el término "banana people" (gente banana), común en el inglés, les resultaba extraño a los periodistas franceses. "Me dijeron que nunca lo habían escuchado, pero sí conocían el término 'coconut people' (gente coco), que hace referencia a las personas negras que se sienten blancas por dentro. Como puedes ver, es muy importante tener representación en la sociedad".
Francia es como un "amante celoso"
En Francia, la integración ha sido durante mucho tiempo una palabra clave en los debates públicos acerca de la inmigración. Los políticos suelen centrarse en lo bien que se adaptan los inmigrantes en la sociedad o, según las experiencias de Mai Lam, en cómo de ‘franceses’ se han vuelto. A los recién llegados les resulta difícil deshacerse completamente de su identidad como Francia espera que lo hagan, o como deberían hacerlo. Mai Lam define este proceso como "una ilusión de civilización", en la que el país de acogida aspira a integrar a los inmigrantes jóvenes en su propia cultura, empezando por la lengua. "Y esto no se remonta a ayer", explica, "Francia es un país muy centralizado que, para desarrollarse, empleó la dominación lingüística a través del francés y aplastó a las identidades regionales".
Para ella, Francia es como un "amante celoso" que necesita escuchar palabras de afecto constantemente y para quien cualquier tipo de distancia supone una "traición". “Mezclar lo afectivo con lo racional es una característica muy francesa. La inmigración y la integración son asuntos racionales, pero Francia lidia con ellas desde lo emocional". Esta es una de las ideas principales del libro de Mai Lam, French I used to love you so much (Francés, solía quererte mucho), un relato de su autodescubrimiento, pero también un manifiesto y un rescate de su identidad. "Ahora no necesito usar el idioma del amor para demostraros que soy francesa". En los últimos años, cada vez más franco-asiáticos han llegado a esta conclusión, tal vez ‘gracias a’ los estereotipos, la discriminación e incluso a la violencia constante que padecen. Cuando asesinaron al sastre Chaolin Zhang en 2016, la comunidad china en París organizó una protesta sin precedentes contra "el racismo hacia los asiáticos". El fallo judicial confirmó la sentencia hace unos dos meses, el 19 de junio de 2018, que implica el ingreso en prisión de los dos asesinos durante cuatro y diez años respectivamente.
"El etnocidio es racismo y la burla también"
Lo que más remueve a la comunidad son los malentendidos e insultos cotidianos, que se han hecho tan comunes que la gente ya no se da cuenta de que suponen una clara forma de racismo. En 2016, el canal de televisión francés M6 emitió un sketch en el que dos humoristas famosos parodiaban lo que consideraban chino, desde los rasgos faciales hasta los acentos típicos y una ropa y unos accesorios zafios (aunque ellos mismos se convirtieron en el chiste, ya que el sombrero y la túnica que vestían los dos cómicos no eran del mismo periodo histórico). Mai Lam publicó varios artículos de opinión en los medios franceses para recordarle al país que "reírse de los asiáticos no es algo que debería tolerarse". "No es que no tengamos sentido del humor”, comenta indignada, "es que se burlan de nuestros esfuerzos por encajar en la sociedad, ridiculizan las raíces de nuestra identidad. No podemos pasar por alto esos actos solo porque son ‘menos graves’ comparados con, por ejemplo, un etnocidio. La burla es tan racista como el propio etnocidio".
En busca de una identidad auténtica
Sacha también participa en acciones directas para darle visibilidad a la comunidad y ha cofundado la Association des jeunes Chinois de France (conocida también como la AJCF, o Asociación para jóvenes chinos de Francia, ed.). En 2014, la organización ayudó a demandar a la revista semanal Le Point por un caso de racismo y ganaron.
"Fue una victoria a varios niveles", explica con orgullo el exactivista, "en primer lugar, la sociedad y los medios de comunicación empezaron a reconocer nuestra existencia y a abordar la cuestión del racismo. Y lo más importante: concienció a los asiáticos más jóvenes". Para Sacha, el escenario ideal sería uno en el que toda la comunidad tuviera en cuenta la identidad asiática, conociera sus derechos y celebrara su propio legado cultural. "Es mejor enseñarles a pescar que limitarse a darles el pescado", concluye, citando una famosa máxima taoísta.
Cuando les preguntamos acerca del objetivo de la integración, tanto Sacha como Mai Lam están de acuerdo en que no se trata solo de volverse francés. "Es una cuestión de crecimiento personal", añade él, "no de enseñar a los jóvenes asiáticos a negar su origen: hay que enseñarles a estar orgullosos de él. Eres francés… con un plus". Y esto es precisamente lo que han estado haciendo los franco-asiáticos más jóvenes. Cada vez más gente participa en el proceso de despertar conciencias, y algunos de sus trabajos se convierten en vídeos virales en Youtube. Además, Francia ha empezado a presumir de sus propias estrellas francesas, como Frédéric Chau, que interpretó al yerno chino en una familia francesa blanca y católica en la película francesa _Dios mío, pero ¿qué te hemos hecho? La AJCF que Sacha cofundó sigue activa y su liderazgo ya ha pasado a manos de la siguiente generación.
Pero ¿cómo sentirse orgulloso de ser asiático en un país en el que la gente se ha acostumbrado a la estigmatización y a la infrarrepresentación, incluidos los propios asiáticos? Como experta en el intercambio intercultural, Mai Lam considera que la tolerancia y una mente abierta son elementos clave. "No podemos encerrar a las personas en la jaula de la identidad francesa. Tenemos que dejar que la gente joven interiorice sus orígenes y luego regrese". Ella misma estudió a un filósofo vietnamita y vivió una "odisea" de seis años en Vietnam, donde trabajó como gerente e intentó vivir, en vez que limitarse a ser una turista. Cuando volvió, se sintió "orgullosa de ser francesa con orígenes vietnamitas, a [su] manera".
La publicación de Banana Girl le proporcionó a Kei una alegría y un ánimo inesperados, sobre todo al recibir los comentarios de lectores que son ‘como ella’ y que le dan las gracias por contar por fin su historia. Tanto chinos como coreanos o japoneses: los jóvenes franco-asiáticos simpatizan con la historia de Kei, una historia que ellos también experimentan en su vida cotidiana y con cuyo relato se emocionan. "Me di cuenta de que no estoy sola y de que hay unos cuantos ‘chicos y chicas banana’ como yo ahí fuera. Probablemente, mi sitio está ahí: junto a ellos".
En cuanto a Sacha, volvió a China por primera vez con 22 años y aprendió mandarín en una universidad de Pekín. Aunque sigue sintiéndose mucho más cómodo cuando habla en francés, esta experiencia fue una especie de "epifanía" para él y una oportunidad para "reconectar con la familia".
Respecto a lo que su hijo ha vivido ya siendo mucho más joven, Sacha no cree que sea algo necesariamente malo. "Tarde o temprano tiene que pasar por esto, y gracias a esta experiencia hemos estado hablando de historia, de colonización y de psicología. Ahora va por delante de sus compañeros y, por cierto, siempre saca la mejor nota en francés". Después de todo, "lo que no te mata te hace más fuerte".
Imagen de portada: Ilustración de Kei Lam para el cómic Banana Girl © Kei Lam
Translated from French Asians: Identity crises, belonging and bananas