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Arte que cura.

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Sevilla

“Lograr la igualdad de género y el empoderamiento de todas las mujeres y niñas”, ese será el Objetivo de Desarrollo Sostenible nº 5 que aprobará en septiembre la ONU. Pero empoderar, ¿cómo?

El arte puede jugar un papel clave. Lita Cabellut, Esperanza Fernández, Lola Ferreruela y Emilia Peña son 4 mujeres gitanas que han encontrado en el arte un arma, como diría el poeta, “cargada de futuro”.

“Eso de empoderar suena a poder y no me gusta”, dice al otro lado del teléfono una prístina voz. La que habla es Lola Ferreruela. Una artista gitana que nos interpela con sus cuadros a disfrutar de lo mágico de la vida con el lenguaje de los colores y las formas. Lo de empoderar le suena a poder. Y de eso trata el empoderamiento. Pero no del poder que tiene Ferreruela en su cabeza cuando habla conmigo.                    

En su libro “Empoderamiento a examen”, Jo Rowlands distingue entre poder sobre, poder para, poder con y poder desde dentro. El “poder sobre” es el que tiene Ferreruela en la cabeza aquella tarde:   un   poder opresor   de suma   cero;   es   decir,   si   uno   gana   debe   perder   el   otro. Pero el empoderamiento no va de eso.   

El empoderamiento es un proceso que nos da “poder para” el cambio, “poder con” los demás para establecer redes y alianzas y “poder desde dentro” que nos permite mejorar nuestra autoestima. En resumidas cuentas, de lo que hablamos al hablar de empoderamiento es de poder, sí; pero para asumir el control de nuestras propias vidas, cuestionar el contexto en el que vivimos y ser agentes activos del cambio social.

Objetivos de desarrollo del milenio.

En 2012, la ONU aprobó la Resolución 66/288, titulada “El futuro que queremos”, en la que reconocía “que las oportunidades para que las personas influyan en su vida y su futuro, participen en la adopción de decisiones y expresen sus inquietudes son fundamentales para el desarrollo sostenible”. Y, precisamente, el desarrollo sostenible ocupa el centro del debate de la próxima Cumbre de la ONU que tendrá lugar del 25 al 26 de septiembre en Nueva York.

2015 parecía un horizontes lejano, pero ya ha llegado. Y es el momento de hacer balance de lo conseguido en relación a los 8 Objetivos del Desarrollo del Milenio (ODM); entre ellos, el objetivo 3 era “promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer”. 15 años han pasado ya desde que la Asamblea General de la ONU aprobara la Declaración del Milenio que contenía estos 8 objetivos que debían realizarse con fecha límite en este año y parece que algo está fallando en el modelo de desarrollo impulsado por Naciones Unidas.

Por ello, desde 2012, esta organización internacional viene colaborando con la sociedad civil, el mundo   académico   y   las   empresas   en   la   construcción   de   la   denominada   “agenda   post­2015” destinada a fijar los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Queda aún mucho debate; sobre todo, en lo relativo a cómo medir los objetivos; pero sí parecen estar más o menos claro los próximos 17 objetivos. De todos, el objetivo 5, “lograr la igualdad de género y el empoderamiento de   todas   las   mujeres   y   niñas”  supone   una   oportunidad   para   que   el   mundo   que   defiende la Plataforma de Beijing sea posible: un mundo en el que todas las mujeres y niñas de este planeta puedan ser libres y decidir su destino.

Ser resilente siendo creativa.

Y los gitanos “no somos extraterrestes”, señala Patricia Caro, una joven gitana activista por los derechos de las mujeres romaníes. “Al fin y al cabo, nos afectan las mismas cosas que a vosotros”, nos dice.  “Una mujer que soporta sobre su espalda toda una pirámide de opresión; eso es una mujer gitana”; así es como ve esta psicóloga a las mujeres gitanas que sobreviven a un situación que, para Caro, es peor que la de hace 50 años porque la violencia es más invisible. Pero las mujeres gitanas no se rinden tan fácilmente.

“Y, ¿cómo veo a las mujeres llevando esa pirámide de opresión? Las veo llevándola a costa de su salud, con una fuerza y un ímpetu impresionantes e intentando pintar de flores la fortaleza, e intentando encontrar el lado positivo, siendo resilentes, enfrentándose a la vida y a su situación con sus mejores herramientas y de la forma más creativa posible y, además, procurando la protección de los suyos”, afirma. Y es que el arte posee esa doble dimensión de, por un lado, bálsamo catártico para las penas que afligen el alma y, por otro, de arma de transformación social.

El arte es, para Lola Ferreruela, “expresar lo más elevado del espíritu del ser”. “El pueblo gitano tiene en el arte una de sus principales formas de supervivencia”, nos dice Emilia Peña, una gitana de Lebrija (Sevilla) que ha cambiado su cámara de fotos por la política para cambiar la realidad que la rodea. Esperanza Fernández, que rezuma flamenco por los cuatro costados, nos explica cómo el escenario le ayuda a soltar lastre. Se vacía en el escenario, “sí, pero es un vacío glorioso”.

Empoderamiento a través del arte.

Y,   si   hay   alguien   que   encarna   a   la   perfección   el   poder   del   arte   como   herramienta de empoderamiento de la mujer gitana, ésa es Lita Cabellut. A los 13 aún vivía en la calle, en El Raval, en Barcelona, rodeada de carteristas y prostitutas. Y a los 17 años estaba exponiendo por primera vez. Hoy esos retratos de gran formato, tan suyos, llenan los museos y galerías de medio mundo: Nueva York, Dubai, Miami, Singapur, Hong Kong, Barcelona, Londres, París, Venecia, Mónaco o Seúl. 

Duele mirar a los ojos de sus personajes tanto como a ella le dolía Goya la primera vez que visitó el Museo del Prado: “El mundo de Goya no era para mí una fantasía, sino un reconocimiento real y actual de mis sentimientos. Y sí, sigue diciéndome lo mismo. Goya hablaba de la incapacidad del ser humano".

De aquella niña que fue, Cabellut conserva “todo. Simplemente que esa niña es íntima, muy amiga y muy querida por la mujer Lita”. Tal vez, por eso, el espectador siente que sus cuadros están deseando gritarle algo con mucha fuerza: “Me gusta contar mi historia. Me gusta quererme, perdonarme, aceptar todo aquello que no entiendo de mí misma. He elegido los retratos para demostrar que el dolor, compasión, amor, pasión, tienen los mismos ojos, los mismos miedos, los mismos   huesos   y   la   misma   estructura.   Quiero   hacer   un   gran   retrato   de   nosotros   con   el conocimiento que llevo dentro”. Y eso es porque “el arte nos cura”.

Ser gitana le ha dado a Lita Cabellut el duende. “El duende se lleva en la vena, ese nervio, ese movimiento rápido, intenso, ese punto agudo que siempre va de cabeza a la esencia de esa perla negra. Ese querer morir por un momento de duende. Ésa es la fuerza de mi arte. El duende gitano”.

Orgullosas de ser gitanas.

Si el pueblo gitano fuese un palo flamenco, le preguntamos a la cantaora Esperanza Fernández, sería una seguiriya, nos dice; el cante por excelencia de la tristeza. “Reniego de mi sino como reniego de la horita, madre, que te conocido”; cantaba Manuel Cagancho. Y, sin embargo, estas artistas se sienten muy orgullosas de ser gitanas:      “Ser gitana me ha dado una intensa visión del amor, de la familia y de la creatividad  y eso lo transmito en mi obra”, nos dice Lola Ferreruela, autora de la serie “El beso gitano”. “Llevamos una travesía de nomadismo que nos ha hecho entender mejor a los seres humanos y la travesía nos ha dado una comunicación estelar importante”, añade.                                      

Para Lita Cabellut, “el hecho de ser gitana sí ha influido en mi arte. Tengo otras ventanas, otros paisajes, una gama de colores y trapecios en el mar. Los gitanos somos diferentes, venimos de lejos, hemos caminado en muchas tierras y tenemos muchas influencias de las que ni siquiera nosotros somos conscientes y, de vez en cuando, esa memoria que tiene el cuerpo y la mente te hace reaccionar, pensar, sentir de una forma que ahí le decimos nosotros eso es muy gitano”.

“Ser gitana, para mí, es una forma de ser, una forma de sentir y de vivir y de entender la vida. Aunque ello conlleva que ser gitana es ser menos en esta sociedad, estar malvista y menospreciada, tener que demostrar y trabajar más; a la vez que sufrir más solo por el hecho de nacer y ser gitana”,   asegura   Emilia   Peña   que   con   su   exposición   “Trazos   gitanos”   intentó   explicar   a   los neoyorkinos la filosofía gitana. Filosofía que se puede resumir con estas palabras de Patricia Caro: “una filosofía orientada absolutamente al pesente y totalmente grupal. Incluso el sentimiento de libertad es más un sentimiento de libertad grupal”.

Es ese ansia de libertad la que empuja a Lola Ferreruela cada mañana para coger los pinceles. “La libertad es hacerse preguntas interesantes, eso es avanzar, y la mía la he conseguido a base de cuestionarlo todo y conseguir buenas respuestas”

Luchas interconectadas.

Tendemos   a   pensar   que   los   gitanos   son   machistas   per   se,   Patricia   Caro nos desmonta ese estereotipo: “el machismo es la expresión de un sistema que es el sistema patriarcal que se basa en la opresión de unos grupos sobre otros. Está muy relacionado también con la acumulación de la riqueza y con la sedentarización. Como nosotros no somos extraterrestes, ni somos impermeables, todo lo contrario, pues en el momento en el que los gitanos nos sedentarizamos, una de las cosas que absorbe nuestra cultura es el tema del machismo”

En esta idea del machismo no como algo propio de la cultura gitana; sino como el fruto de un contexto social más amplio, coincide Emilia Peña:  “Dentro de mi gitaneidad, ser mujer además significa añadir el tener unos principios de feminismo e igualdad muy marcados. A la vez significa tener que luchar aun más en este mundo hecho para el hombre­blanco­europeo­heteropatriarcado”. Y en eso, las luchas de las mujeres gitanas por su visibilización, coinciden con otras luchas más conocidas: “Esto es como la lucha que llevaban las mujeres artistas negras en Estados Unidos con el tema de la exposición de sus obras en los principales museos”, nos recuerda Caro. 

Y   conectan   con   lo   que   otras   antes   que   ellas   hicieron.   “Coco   es,   para   mí,   el símbolo   de   la determinación, disciplina y capacidad de supervivencia. Frida, la mujer infiel, esposa de la vida, amante de la muerte y la creadora de campos de flores en paisajes secos y tristes, la risa y la alegría en las tormentas. Con las dos mujeres me identifico tremendamente en sus adorables e insoportables   peores   formas”,   asegura   Lita   Cabellut   quien   tiene   dos   series   dedicadas   a   estas mujeres. 

“Si te puedo hablar de una de ellas que creo que es muy importante para esta entrevista es Pastora, la Niña de los Peines”, empieza a narrar Esperanza Fernández al hablar de mujeres que han sido referentes en su vida. La Niña de los Peines, esa gitana valiente como la califica Fernández, se abrió paso en un mundo de hombres “y ella luchó mucho contra ese machismo desde muy jovencita y consiguió ponerse a la altura de ellos”. Por eso, esta cantaora, que soñaba con serlo desde muy pequeña, cree que las mujeres que triunfan hoy en el mundo del flamenco le deben mucho a a la cantaora total que fue Pastora Pavón y cuya voz fue declarada Bien de Interés Cultural por la Junta de Andalucía.

Empoderamiento colectivo.

El empoderamiento nunca puede ser individual. Ha de ser, por definición, colaborativo y colectivo con efectos en lo individual. Y si eso es así siempre, mucho más en una cultura donde lo grupal prima sobre lo individual.  “El empoderamiento es una herramienta que fortalece los lazos de cohesión porque cuando una mujer se empodera lo que hace es ayudar a las que están alrededor. Y las mujeres gitanas  somos  muy expresivas  y tendemos  mucho a formar grupos informales de mujeres para expresar nuestras preocupaciones, para expresar nuestras necesidades, para pedir ayuda o consejo sobre cómo enfrentar determinada situación”. Y a la importancia de esos grupos informales de los que nos habla Patricia Caro, hay que sumar el papel de la familia.

Para Esperanza Fernández, su familia ha sido “todo, el apoyo absoluto” y, sin ellos, hubiera sido muy difícil. “Aun sabiendo mi padre que el mundo del arte, que el mundo del flamenco, era muy difícil, que es muy difícil; mi madre y mi padre me apoyaron al 100% porque, además, ellos sabían que yo no podría vivir sin ello. Porque yo desde muy pequeñita lo tenía super claro. Mi padre tuvo que jugar, y juega, sigue jugando, un papel muy importante en darme muchos consejos . A veces me he equivocado por no echarle cuenta y era necesario equivocarme; pero he seguido mucho sus pasos y, gracias a él, soy la persona que soy”

“Mi familia es fuente de inspiración por sus ricas personalidades  y me han dado una niñez maravillosa. Por su nobleza les debo todo lo que soy y todo lo que he hecho de bueno en mi vida se lo debo a ellos y lo  menos bueno me lo debo a mí misma. Y les pido perdón por haber puesto como prioridad ir a mi bola que, aunque forma parte del conocimiento de mí misma y de mi libertad, ahora he comprendido que todo lo que he conocido en el mundo estaba de forma más elevada en mi propia familia. Ellos me han dado la libertad en la niñez, como los buenos gitanos y, aunque no han estado de acuerdo con mi revolución  adolescente, han comprendido que ha sido mi elección; ya que ellos también son seres libres”, asegura Lola Ferreruela.

Si las mujeres fueran un palo flamenco, Esperanza Fernández, no lo duda, serían las alegrías porque son las que le dan alegría al mundo, las que dan apoyo, empuje, luz. Aunque no siempre se la den a sí mismas y haya que recordárselo de vez en cuando. En septiembre, el recordatorio vendrá de la mano de la Asamblea de la ONU en forma de Objetivo de Desarrollo Sostenible.