Arte digital: el prometedor futuro de la cultura
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Alberto Martín ParienteEl arte digital es oscuro y confuso. No sabemos muy bien de qué se trata. Sin embargo, es la modalidad artística que sin duda está más cerca de nuestros hábitos cotidianos. Estoy seguro de que pronto tendrá una gran presencia en nuestras instituciones culturales.
La primera vez que escuché hablar del arte digital fue en una clase de historia del arte y la imagen que tenía de él era la de un grupo de artistas esotéricos y frikis. Como nunca había visto este tipo de arte en los museos, había llegado a la conclusión de que se trataba de uno de los muchos movimientos efímeros de entre las décadas de 1940 y 1980, propiedad de algunos iluminados desfasados. Por entonces, no conocía la diversidad de los "diferentes" artes digitales, ni las colecciones de las grandes instituciones culturales internacionales.
David Hockney, algodón de azúcar y un iPad
En las revistas sobre programación artística parisina se puede ver que tres de los grandes espacios culturales de la capital dedican lugares destacados al arte digital. El Palais de Tokyo, con una exposición completamente libre de la célebre artista francesa Camille Henrot, la Fundación Louis Vuitton, con sus últimos pisos dedicados a algunas figuras contemporáneas del arte digital como el videoartista estadounidense Ian Cheng, y, por último, el Centro Pompidou, el cual, en su exposición sobre el pintor inglés David Hockney, incluye una obra realizada de principio a fin en un iPad.
¿El punto en común de estos tres artistas? El uso del vídeo como medio de creación. Mis ideas preconcebidas hacen que adquiera cierta actitud infantil y le espete a Clément Thibault, mi profesor de estudio de arte digital, algo como "no entiendo por qué, en el mundo de los teóricos del arte, uno se ve obligado a complicarse. ¿Por qué no hablar simplemente de videoarte en lugar de confundir a la gente con la noción de arte digital?". Sin sorprenderse un ápice, me aconseja encarecidamente que me interese por un acontecimiento específico que me permitirá tener una "idea más exacta" de lo que es el arte digital: la Biennale Némo.
Tras echar un ojo en Internet, descubro que se trata de la bienal internacional de arte digital. En su segunda edición, tiran la casa por la ventana: 6 meses de programación, del 4 de octubre de 2017 al 18 de marzo de 2018, y 130 eventos en cincuenta espacios en París y alrededor. Ligeramente confuso por una oferta semejante, opto por un modelo clásico en un lugar que me es familiar: una exposición en el Centquatre, en el distrito 19 de París, llamada Les faits du hasard (Los hechos del azar).
Hace un día gris y mi motivación comienza a decaer. Pero, de repente, el ambiente del lugar me atrapa. Después de atravesar el gran vestíbulo del edificio, donde se mezcla el baile, el canto y el arte circense en una especie de fiesta, llego al lugar exacto de la exposición. Durante unos minutos, creo haberme equivocado de camino: tengo delante de mí algo semejante a una máquina de algodón de azúcar gigante que proyecta en el aire filamentos comestibles. Un poco más lejos, hay personas corriendo en una gran plataforma para conseguir que se mueva. Echo un vistazo al programa, cuya portada es más bien sobria, clásica, adaptada a un acontecimiento de arte contemporáneo. Sin embargo, el ambiente me transmite la impresión de haber aterrizado en un parque de atracciones. "Perdone, ¿es aquí la exposición Les faits du hasard?", pregunto a un padre de familia. "¡Está metido de lleno en ella, joven!", me responde.
Metido de lleno me hallo. Sin embargo, no es habitual ver a los asistentes a una exposición de arte tan activos. Siempre me habían enseñado a guardar un silencio contemplativo en este tipo de espacios. Voy de sorpresa en sorpresa. Tan pronto descubro una coreografía luminosa cuya programación es aleatoria, como una instalación de varillas metálicas conectadas con una pradera de Minnesota que simulan los movimientos azarosos del viento. Más sorprendente todavía me parece la aquaphoneia de los artistas multidisciplinares Michael Montanaro y Navid Navab que permite transformar, a través de una serie de operaciones, las ondas sonoras de la voz en materia acuosa y, después, en aire. Se susurra una frase en una trompa y, luego, se observa el recorrido alquímico autónomo que va desde el agua a la vaporización. En esta instalación, como en todas, el público se divierte, se entretiene y trata de comprender el mecanismo de la obra preguntado a los demás o consultando su teléfono.
Definitivamente, el arte digital no se reduce al formato vídeo. Mi profesor tenía razón. Pero, entonces, ¿cómo lo podríamos definir? Me resulta difícil llevarme una idea preconcebida de mi visita al Centquatre: demasiado heterogéneo, demasiado diverso.
Raíces dadaístas
Seducido por esta experiencia, decido volver a hablar con mi profesor para ampliar más mis conocimientos. Me cuenta que, aunque la primera bienal internacional de arte digital se inauguró en 2015, las raíces de este movimiento se remontan a hace casi un siglo. En su origen se encuentran sobre todo los métodos dadaístas de Man Ray o Marcel Duchamp, los cuales crearon sistemas estéticos que combinaban diferentes soportes (collage, dibujo, pintura, ready-made...) y que dejaban lugar para el azar (¿la exposición del Centquatre no se llamaba "los hechos del azar"?). La concepción clásica de tener un dominio total sobre los materiales se ve sustituida por la idea de dejar margen de "libertad" a la obra. Decididamente, el arte digital ha heredado del movimiento dada el concepto de crear la obra jugando con el azar y no yendo en contra de él. Su objetivo es hacer de él una herramienta de creatividad más que un problema.
Cuando pregunto una semana más tarde a Clément Thibault por una fecha simbólica que marque el nacimiento del arte digital, su respuesta no es del todo clara: "Podemos considerar que los científicos y los artistas interesados por la cibernética a finales de la década de 1940 y principios de 1950, bajo el paraguas de Norbert Wiener, son los primeros 'artistas digitales'". Es decir, nombres como Nicolas Schöffer, William Grey Walter... y aun siendo sus obras analógicas. El arte digital, en el campo visual, nació sin denominación propia, bajo la paternidad de ingenieros como Ben Laposky, Frieder Nake o los Bells Labs.
No es hasta la década de 1960, con el desarrollo de los Experiments in Art and Technology, cuando estas creaciones abandonan la esfera de la ingeniería para entrar en el terreno del arte con obras que mezclan la performance, la música y las instalaciones. Un inicio repleto de fracasos, ya que la característica principal de los métodos del arte digital era una voluntad de profunda ruptura con los circuitos tradicionales del arte. "La tecnología y el arte contemporáneo se han dado la espalda durante mucho tiempo y se han creado dos circuitos con legitimidad paralela", continúa Clément Thibault.
Una ruptura ocasionada, primero, por la creación de obras transmedia y, segundo, por la concepción que se tiene del artista. Lejos de la visión de genio solitario a lo Da Vinci, el artista digital trabaja muy frecuentemente acompañado de un equipo de programadores o ingenieros. Tercer elemento de ruptura: la interactividad es a menudo necesaria para que la obra tenga sentido. De hecho, ¿qué hubiera sido de la estructura que se balanceaba en el vestíbulo del Centquatre sin el público entusiasmado que modificaba su equilibrio? Muchas obras digitales se basan en la idea de participación. Las posibilidades de creación no se explotan con plenitud sin la ayuda de la intervención de los espectadores. La cuestión está hasta tal punto extendida que, cuando pregunto a Clément sobre la especificidad formal del arte digital, me responde sin pensarlo: "Lo que distingue el soporte digital de los demás (pintura, dibujo, escultura...) es el hecho de ser adaptativo, de poder adaptarse a su entorno y al público".
Un Facebook, un Instagram e, incluso, un Periscope artístico
Desde 1991, gracias a Internet, todos tenemos el derecho a la palabra. Todos podemos acceder a la cultura y al arte. Por aquella época, uno de los grandes convencimientos del arte digital era que se debía romper con los circuitos demasiado exclusivos y reaccionarios de las instituciones culturales clásicas. Por esta razón, Internet se convirtió rápidamente en un soporte artístico, en una herramienta de creación, pero también en un espacio de exposición y difusión.
La frontera entre artista y público nunca ha sido tan difusa. El arte digital utiliza la mayoría de las veces soportes e instrumentos conocidos por todos. "El entorno digital es actualmente omnipresente y es completamente natural que los artistas lo empleen cada vez más y que el público sea muy receptivo a él", subraya Clément Thibault. Así, ha surgido un Instagram artístico, un Facebook artístico e, incluso, un Periscope artístico. La industria de los videojuegos, en pleno apogeo, también inspira a muchos artistas tanto por los ambientes de sus universos ficticios, como por sus técnicas de inmersión. De hecho, la realidad virtual representa hoy en día una verdadera mina de oro para las experimentaciones del arte digital y parece muy probable que, en unos años, casi todos los museos cuenten con una CAVE (Cave Automatic Virtual Environment), es decir, salas dedicadas íntegramente a la simulación virtual.
Esta proximidad con el público actúa a varios niveles y, a menudo, hace que una salida cultural se convierta en una experiencia que requiere del oído, del tacto y, por supuesto, de la vista. Estas innovaciones contrastan claramente con la oferta cultural clásica del arte contemporáneo, pero también han ocasionado una gran falta de reconocimiento por parte de las instituciones, las galerías y los coleccionistas. Al arte digital le resulta complicado integrarse en estos circuitos ya que el coste de su mantenimiento es elevado (las actualizaciones de los dispositivos son a menudo complejas y costosas) y de reproducibilidad, ya que muchas de las obras son originalmente programas informáticos codificados. Por su parte, los artistas han rechazado durante mucho tiempo las imposiciones institucionales tradicionales, especialmente la de "exclusividad", un concepto que choca de frente con el principio de la web 2.0, el cual responde a una lógica de intercambio y de comunidad.
Una conquista programada
¿Mi profesor me aconsejó la Biennale Némo por ser una excepción internacional? Para nada. Desde comienzos del siglo XXI, el arte digital seduce a numerosas instituciones de renombre por toda Europa, entre otras el Victoria and Albert Museum de Londres, el MEIAC de Badajoz o el iMAL de Bruselas. Por su parte, las citas artísticas también proliferan: la Biannale Némo, por supuesto, pero también Elektra en Montreal, Cinématics en Bruselas o Transmédiale en Berlín. En 2012, la Guía de Festivales Digitales fijó en más de 437 el número de este tipo de acontecimientos en todo el mundo.
Otra señal de reconocimiento progresivo: en Francia, la partida presupuestaria concedida a estos proyectos ha experimentado un marcado aumento entre 2006 y 2011, pasando de 75.000 euros en 2006 a 226.000 euros en 2011. Por otro lado, las escuelas superiores de arte de Cambre, Bruselas, Namur y Tournai ofrecen cursos específicos para aprender esta disciplina. Aunque la profesión de artista digital está actualmente reconocida por ejemplo en Francia, el número de sus representantes sigue siendo muy reducido comparado con los demás sectores artísticos: unos 70 en 2013 frente a los aproximadamente 9.058 pintores censados por el Ministerio de Cultura francés en 2015.
Pero está claro: el arte digital gana en legitimidad año tras año y está cada vez más presente en el arte contemporáneo. "Actualmente, todos los artistas emplean herramientas digitales en algún momento de su proceso creativo, aunque sea durante la etapa de investigación. Se ha hablado mucho recientemente de las pinturas de David Hockney realizadas en un iPad. Las cosas se entremezclan hasta tal punto que necesitamos preguntarnos si existe un arte digital que se diferencie del arte contemporáneo. Algunos críticos prefieren hablar del 'coeficiente digital del arte'", explica Clément Thibault.
Al inspirarse en nuestros usos cotidianos, el arte digital consigue en parte romper la dimensión en ocasiones esnob de las instituciones clásicas. ¿Estamos ante una democratización del arte? Posiblemente. La idea de integrar la tecnología de nuestro día a día y de utilizar la interactividad crea para el público una nueva experiencia cultural más diversificada, más pedagógica, más acogedora. Después de todo, hay que confesar que nos divierte imaginar el futuro del arte como inmensas máquinas de algodón de azúcar, ¿verdad?
Translated from L’art numérique : le beau futur de la culture