Ariana Burstein: “Como artista en solitario no hay límites de ningún tipo”
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Alba MateosCómo la violonchelista nacida en Buenos Aires y residente en Alemania desde hace 30 años transformó su chelo en guitarra eléctrica, revolucionando la música de cámara europea con sus “tonos suaves”.
Berlín, Kreuzberg, calle Bergmannstrasse: doscientos metros de multiculturalidad repletos de bares de moda, tiendas y turistas. Muy cerca, el Viktoria-Park es una promesa de tranquilidad. A sus pies, una gran construcción desde cuyo sótano emerge el gran surtidor de agua artificial del parque. “Resuenan los ecos de la cascada. Espero que no salga en la grabación”, comenta, circunspecta, Ariana Burstein. Esta grácil violonchelista se sienta hoy bajo la luz de los focos de la sala de fiestas de esta antigua mansión, ahora convertida en restaurante y sala de conciertos. Fuera, la temperatura es de 28 grados. Aquí dentro, bajo los focos, protegidos del ajetreo del barrio de Kreuzberg, el termómetro marca 40 grados. Cuatro cámaras filman a Ariana Burstein y su compañero de dúo, el guitarrista Roberto Legnani. En unos enormes candelabros de plata se encuentran los micrófonos, solapados con habilidad.
Ariana Burstein enciende un cigarrillo, le da una calada con placer y exhala su humo: “Antes fumaba un paquete al día, pero desde hace seis semanas me bastan dos caladas. ¡Así solo fumo dos cigarrillos diarios! Roberto, en cambio, lo ha dejado del todo. E así de radical: ¡O todo o nada!”, y ríe con soltura, dejando aflorar las marcadas arrugas que tanta carcajada le ha legado a lo largo de los años. Nuestra conversación es básicamente en castellano, aunque palabras como heimat (patria), kulturbetrieb (ámbito de la cultura) y zupfen (puntear) las dice en alemán.
El violonchelo hace migas con la guitarra
Ambos músicos terminaron los estudios de música clásica hace mucho tiempo. Ariana Burstein, que creció en Argentina e Israel, formó parte de la orquesta de Bremerhaven. Más tarde, en 1996, se aventuró junto a Roberto Legnani en este insólito dúo, único en Europa.
“Sabes, he vivido ambas experiencias: ser músico de orquestra y artista en solitario”, comenta Ariana Burstein. “Los músicos de orquestra están siempre quejándose: que si ganan poco dinero, que si consiguen pocos contratos…, etc. Aunque en realidad, no hay comparación: se gana bastante y se tienen garantías. Ahora bien, el artista en solitario no se somete a límites de ningún tipo."
Es esta libertad la que subyuga a esta pareja de intérpretes. Nadie antes había combinado un violonchelo con una guitarra para tocar música de cámara, y por lo tanto no había partituras. Así que Legnani y Burstein escriben sus propias composiciones. Ahora, tras el gran éxito de sus conciertos, se pueden comprar las partituras a través de la editorial F. Hofmeister en Leipzig y ELEG en Estrasburgo.
El lado conservador del circuito clásico en Europa
“Cuando empezamos, nuestros colegas nos tomaban por locos. Al principio la idea era ofrecer cursos de música de cámara para formaciones poco comunes. Queríamos enseñar a los jóvenes músicos europeos cómo se transcriben y se adaptan las obras. Sin embargo, la idea fracasó por falta de interés. Los festivales de música clásica europeos son escépticos y conservadores. Se limitan a formaciones tradicionales de música de cámara: cuartetos de cuerda o un chelo con piano”.
Los elementos españoles de la música de Burstein vienen de su deseo de viajar, dice la chelista. El programa de su primer concierto constaba de composiciones folclóricas y música clásica de todos los países del mundo: “Roberto, por ejemplo, adaptó para nosotros música que había descubierto en Corea del Sur. Pero pronto nos dimos cuenta que a nuestro público le entusiasmaban, por encima de todo, los sonidos españoles desde el Renacimiento y el Barroco hasta principios del siglo XX”. Desde entonces sus conciertos están tan solicitados que en 2000 y en 2007 recibieron el premio Kulturförderpreis del presidente federal alemán.
“En mi opinión, la guitarra y el chelo se complementan de una forma extraordinaria. Ambos son instrumentos de cuerda con una larga historia. La guitarra proviene de la antigua lira. En la Torá hebrea se habla del kinor, una especie de violín. Algunos creen que ya se tocaba con un arco, parecido a los que se usaban con las flechas. Otros piensan que se rasgaba. En cualquier caso, violín en hebreo se dice kinor.
Ariana Burstein y Roberto Legnani, cuyo padre es italiano, son ambos judíos practicantes. Antes, él se quitaba la kipá para los conciertos. “Y un día le pregunté: Roberto, ¿porqué lo haces? ¡Pero si lo llevas siempre!”.
Patria y tonos suaves
Allí está otra vez: esa risa tan profunda y agradable como la nota más profunda de su chelo. Cuando le pregunto lo que significa para ella la patria, cierra los ojos. “Es difícil de decir. Quizás siento algo parecido a la patria en mi religión. Ya no soy argentina, pues me marché a los 14 años. Tras un tiempo en Uruguay, nos fuimos a Israel. Me identifico más con este país; aunque, la verdad, no quería vivir allí en un principio. Por una parte, me hubieran faltado las oportunidades profesionales: es un país pequeño, aun lleno de músicos. Por otra parte, el ritmo de vida allí hubiera sido demasiado estresante para mí. Necesito tranquilidad; la tranquilidad de los pequeños pueblos cerca de Estrasburgo, por ejemplo, donde viví un tiempo”.
Cosmopolita es un término con el que Burstein se siente identificada. “Con mi madre hablo en español y con mi hermana, en hebreo. Viví durante algunos años en Estrasburgo y me gusta hablar en francés. Bueno, hace ya casi 30 años que estoy en Alemania así que… Y en inglés e italiano me defiendo bastante bien”. Y tiene también la música, su chelo.
Unas horas después, se llena la sala. Hay hasta un par de estudiantes. Roberto Legnani los saluda con afecto en la primera fila. Durante el concierto ambos celebran su “música de tonos suaves”, como la denomina Ariana. Eso sí, también muestran que un chelo y una guitarra pueden ser una batería; que un chelo puede refunfuñar y reír. Durante la interpretación el conocido Concierto de Aranjuez del Maestro Rodrigo, Ariana observa pícara al público desde el parapeto de su violonchelo. Acaricia las cuerdas con suavidad y, en un arranque, suena como una guitarra eléctrica, en medio del barrio berlinés de Kreuzberg.
Translated from Ariana Burstein: "Europas Klassikfestivals sind verkrustet"