Amor más allá del telón de acero
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Fernando Navarro SordoEl amor prefiere el misterio: las mujeres del bloque del Este fascinaban a los hombres occidentales. Recíprocamente: en tanto latin-lovers o «buenos partidos», los occidentales representaban también un pasaporte hacia la libertad.
En el amor las fronteras nunca han sido un problema, incluso en la Europa bipolar. Durante la era comunista, el número de parejas binacionales no era reducido; antes al contrario, del lado del Oeste se apreciaba mucho a esas mujeres del Este tan fuera de lo común, tan inteligentes y modestas, y tan poco despilfarradoras en comparación con sus vecinas del Oeste. Las jóvenes checas, eslovacas y polacas hallaron en esto un filón inesperado para pasar al otro lado del muro. Se casaron entonces por centenares, accediendo a Alemania Federal, a los Países Bajos o a Austria, para huir del régimen comunista. Cerca de 300 mujeres abandonaban cada año Checoslovaquia por esta vía: el 0,3 % de los matrimonios (de unos 90 000 al año por entonces). Las bodas transnacionales eran para ellas un medio sencillo de emigrar al Oeste y obtener la nacionalidad de un Estado libre. En cambio, para los hombres la situación fue mucho más complicada: escrupulosamente vigiladas por el Estado, las respuestas a sus peticiones eran negativas en el 90 % de los casos… Sobretodo si estaban en edad de trabajar. Sólo se autorizaba la emigración por motivos matrimoniales a los hombres de avanzada edad, cuya carga podía suponer un gasto excesivo para un Estado feliz de poder ahorrarse alguna que otra pensión.
Matrimonios de conveniencia
Claro que no todos los amores eran veraces. Para muchos candidatos a la emigración, mujeres sobretodo, casarse con un chico occidental representaba la única oportunidad de de huir del Este «legalmente», con la posibilidad de obtener luego autorizaciones de retorno a su país. La piedra angular de estos matrimonios mixtos fue el Acta final de Helsinki en 1975, cuyo contenido, en especial en materia de derechos humanos, tenía por objetivo permitir una coexistencia reglada de los dos bloques. En muchas ocasiones se jugaba mucho dinero en lo que damos en llamar «matrimonios de conveniencia»: la berlinesa oriental Daniela, enfermera en un hospital público, encontró en 1987 al alemán occidental Peter G., y le propuso la suma de 25 000 Marcos si la pedía en matrimonio. Para no levantar sospechas entre las autoridades de la RDA, escenificaron su relación de modo magistral, cuidando hasta el más mínimo detalle. En 1989 (apenas unos meses antes de la caída del muro…), su plan llegó a buen término: Daniela pudo por fin emigrar al Oeste. Así es como muchas mujeres se lo tomaron.
Rosa (Lübeck) Luxemburgo
Hace más de 100 años, «la señora Gustave Lübeck», más conocida por su nombre de soltera (Rosa Luxemburgo), ya experimentó las ventajas de un matrimonio occidental. En 1898, esta política de origen ruso contrajo matrimonio con un prusiano, obteniendo así pasaporte alemán y protegiéndose contra toda expulsión al imperio zarista.
Tras la caída del muro, algunas parejas han vuelto a atravesar la frontera en sentido contrario, para volver a empezar en su país de origen. Con la ayuda de su experiencia occidental, en seguida han establecido empresas de éxito y fuerte expansión. De modo que el amor también ha contribuido al desarrollo de las infraestructuras en la Europa central y oriental. Pero los años 90 han deparado separaciones en este tipo de parejas debido a las presiones padecidas tras el regreso a la tierra materna. Las esposas, originarias del Este, se emanciparon y no quisieron seguir siendo consideradas como «las que habían tenido éxito adaptándose». Las que regresaron al Este para hacer negocios sin abandonar a sus maridos pero sin llevarlos consigo, mantienen con ellos una «relación de fin de semana». Según una de estas parejas instaladas en Praga, estas familias tratan de instalarse cerca de los aeropuertos para recuperar el tiempo perdido durante las vacaciones y fines de semana. A menudo, sus hijos se educan en el bilingüismo más perfecto.
Con la ampliación de la Unión Europea, las connotaciones de las relaciones Este-Oeste han pasado a un segundo plano. Entre italianos y checos, franceses y polacos, alemanes y letones, la gente se susurra cada vez más desde el fondo del corazón: Miluji te, ti amo, je t'aime, kocham cie, ich liebe dich, es tavi milu, te quiero o simplemente «I love you».
Translated from Die Liebe über den Eisernen Vorhang