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Alexander Milinkevich: “Nuestra entrada en la UE puede ser positiva para Rusia”

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Alexander Milinkevich, jefe de la oposición democrática en Bielorrusia y premio Sájarov, habla sobre la necesidad de una estrecha colaboración entre la oposición bielorrusa y la UE.

Bielorrusia está considerada la última dictadura de Europa, un país en el que no hay lugar para la crítica al gobierno ni para la oposición legal. Desde 2006 se ha prohibido el uso del dominio .by, y los cibercafés deben conservar durante 12 meses un registro de las webs visitadas por su usuarios. En las elecciones presidenciales de 2006, cuyos resultados no fueron reconocidos ni por EE UU ni por la UE, Alexander Milinkevich perdió al conseguir oficialmente apenas un 6% de los votos. Fue encarcelado por tomar parte, junto con otros representantes de la oposición, en la protesta contra el fraude electoral. En noviembre obtuvo el premio Sájarov, concedido por el Parlamento Europeo a las personas u organizaciones que luchan por la libertad de pensamiento y de expresión. En febrero le ha enviado una carta al dictador Lukashenko para reanudar el diálogo con la oposición, en la que le propone, como gesto simbólico, declarar el 25 de marzo como Día nacional. Ese día en 1918, Bielorrusia se declaró independiente de Rusia.

Las personas ante todo

Según Milinkevich en la lucha por el poder “en primer lugar están las personas. Los más importantes, como siempre, son los jóvenes, ya que en ellos está el futuro”. Respecto al apoyo de la UE a Bielorrusia, afirma que hay “negociaciones también con la oposición”: “con cada partido hay que hablar de una manera distinta, insistiendo en cada caso en las cuestiones que cada uno considera fundamentales”.

El problema en la UE son “los que prefieren el gas y el petróleo a los derechos del ser humano”, convencidos de que “no merece la pena irritar a Moscú” (el 26% del gas que consume Europa proviene de Rusia). Según Milinkevich no entienden que “hay que molestar al régimen y ayudar a la sociedad; recordemos que el bloqueo de Cuba la arrojó en brazos de la URSS. Si se impusieran sanciones, se cebarían sobre la sociedad civil y sobre la economía, pero el gobierno, de una manera u otra, saldría adelante”. De momento, Alemania no tiene a Bielorrusia en la agenda de su presidencia semestral europea. Parece que hay decisiones, como la prohibición de extender visados a altos cargos bielorrusos, que no son respetadas de manera restrictiva, por lo que no es difícil encontrarse en Bruselas con miembros del parlamento bielorruso.

Contradicciones

Las declaraciones de ayuda son tan contradictorias como la cuestión de los visados: a raíz de la inclusión de Polonia en el Tratado Schengen en 2006, los funcionarios de Bruselas dispusieron que los visados polacos para ciudadanos bielorrusos costaran 50 ó 60 euros en vez de los 30 euros que habían costado hasta entonces. “Se trata de algo muy doloroso, como un nuevo muro de Berlín. El sueño de Lukashenko se cumple: el país se va a quedar aislado porque son pocos los que pueden permitirse salir”.

El siguiente problema es la falta de unión en la oposición: ¿Es posible la creación de una corriente dominante? “Es un problema muy importante”, subraya Milinkevich “tras las elecciones intenté crear esa corriente, pero está claro que tiene que surgir desde abajo. Los partidos solos no pueden ganar, son muchos (unos diez), no están unidos, y esa división es muy peligrosa”. Según Milinkevich lo más importante es luchar juntos contra el enemigo común: el régimen. “Los que no quieren colaborar no tienen derecho a veto”. La gente joven es importante. “Ellos, los jóvenes, tienen que unirse a nosotros, sin ellos retrocedemos diez años”. Sin embargo, hay que entender la decisión de muchos de no involucrarse en política: “Ir a votar en Bielorrusia muy a menudo significa quedarse sin trabajo”.

Un divorcio amistoso

Cuando habla de las relaciones entre Bielorrusia y Moscú deja claro que no son, ni mucho menos, de absoluta enemistad: “La prensa escribe que lo único que existe es una enorme aversión por parte de Rusia. Putin contaba con que la reintegración del imperio empezaría por Bielorrusia. Entretanto, Lukashenko se permitía hacer vulgares provocaciones a Putin en público. A Moscú le gustaría una persona elegida democráticamente que quisiera integrarse en Rusia”. El verdadero tema candente es la amenaza de corte de suministro de gas al que Rusia somete a Bielorrusia como arma de negociación para subirle el precio del gas que le vende de 47 dólares a 110 por cada 1.000 metros cúbicos: “Si se aceptara la solución propuesta por Rusia, como mínimo la mitad de las empresas trabajaría sin beneficios. Sería como “asfixiarse pero no del todo”. El programa de soluciones debería ser creado junto con Lituania y Ucrania, y debería establecer un plan energético alternativo en caso de pérdida de los gasoductos”.

Entonces, ¿cómo se puede llevar a cabo esa difícil unión con Rusia? “Estoy a favor de un divorcio amistoso. El plan no funcionó porque era un matrimonio político y no económico. Rusia debería ser uno de nuestros socios estratégicos, pero no el único. Por desgracia, la mayoría –incluida la mayoría de los políticos occidentales– es incapaz de ver más allá de la dicotomía: 'UE o Rusia'. Nuestra entrada en la UE es un objetivo geopolítico lejano, pero puede que también tenga consecuencias positivas para Rusia.”

Translated from Aleksandar Milinkiewicz: "Reżimowi dokuczać, społeczeństwu pomagać"