Alessandro Mannarino: “Sé vivir con un euro en el bolsillo y, si no lo tengo, me lo invento”
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La tête dans les nuagesTalento emergente de la nueva escena italiana, el cantante de 30 años, romano hasta las puntas de su bigote, ha encontrado la receta de una poción musical al mezclar la poesía de las letras con los sonidos de todo el mundo. Y el elixir hace efecto
Son las cuatro de la tarde en San Lorenzo, barrio alternativo de Roma, entre la estación Termini y el cementerio del Verano. Al final de la calle aparece una silueta familiar para quien ya la ha visto en el escenario. Dos ojos negros curiosos y un poco maravillados acorralados entre un sombrero y un bigote, atributos del estilo que encarna. Alessandro Mannarino no levanta un palmo del suelo, pero a cada esquina la gente le suelta “Grande Ale'!”. Un año después de la salida a la venta de su primer disco Bar della Rabbia (‘Bar de la Rabia’), Mannarino ya es una estrella. Y, sin embargo, hace como si no lo supiera. La entrevista a solas se convierte rápido en una charla de barra; eso también forma parte de su mundo imaginario, de los personajes que encarna en el escenario y que cuenta en sus canciones. Prostitutas, alcohólicos, payasos tristes, charlatanes, enamorados desilusionados que se encuentran todos en el Bar della Rabbia, donde el vino corre a raudales. “Una copa de vino siempre es un pretexto para abandonarte, para dejar la máscara que llevas puesta a diario”, nos cuenta mientras aprieta su copa. “Al cabo de una larga noche de embriaguez, consigues finalmente contar tu propia historia y quizás dibujarte de otra forma”.
Hace unos centenares de años, a unos centenares de metros de ahí, Baco, el dios de la fiesta y del vino, arrastraba a los romanos a orgías oníricas, escapes exagerados de una rutina a veces insulsa. En la época de Julio César, Mannarino habría sido dj de los bacanales y habría animado las calles de Roma con músicas procedentes de todo el imperio. “A los veinte años me fui de casa y di paseos nocturnos en torno a la estación Termini. Empecé a hacer de dj de world music en bares multiétnicos y así descubrí otras formas de hacer música, distintas de las que escuchaba aquí en la radio”.
Una canción, un impacto, un chispazo
Su universo musical y sus melodías encuentran la inspiración en “el blues de los orígenes procedente de Malí, y en el del Mississipi, en la música klezmer, balcánica, en la bossa-nova”. Mannarino también reivindica a los humoristas franceses y cantautores italianos en su trabajo, y entre todas esas influencias encontró una ley en común: “Es una ley que existe en toda la música popular, tradicional. Cada canción debe contener en sí un impacto, un chispazo único, que deja una huella, una idea”. Pero su principal fuente de inspiración sigue siendo la infancia. De repente, sus ojos negros chispean, su bigote se agita. Debajo del sombrero, con la mano en el pelo, el cantante se sumerge en los recuerdos. Vuelven aquellas tardes pasadas en casa de los abuelos, escuchando canciones romanas tradicionales.
“Para mí, Alvaro Amici y Gabriella Ferri es un poco como lo que era el gospel para Ray Charles”. Mannarino puso el conjunto en un lagar, lo roció con poemas de Trilussa, lo amenizó con dialecto romano y vertió el elixir por las calles de Roma. “La Roma que cuento es la del sueño, la que he vivido, la que he pisado de día y por la noche se convierte en otra cosa”. Visión sublimada de una ciudad eterna de doble cara. Puerta del paraíso para unos, el infierno en la Tierra para otros. Una doble cara, cuyo Casilino 900 fue el estigma durante años. Fue en este campo gitano, el más grande de Europa, que Alessandro Mannarino rodó su primer videoclip, Tevere Grand Hotel. “Los gitanos del Casilino 900 no han hecho nada a nadie, sino enriquecer un poco a los italianos que, en los semáforos en rojo, han visto ropa distinta, joyas distintas, ojos distintos”.
Interpretar sus sueños en el escenario
Mannarino rechaza la etiqueta de cantante comprometido y se niega a hacer política. Antes de poder ayudar a los demás, dice que debe ayudarse a sí mismo y que “ya es algo”. En la lista de la felicidad, la más grande es, cuando inventa una canción, repetírsela “veinte, treinta veces seguidas” apenas escrita, porque le conmueve y le da ilusión. Luego, muy cercano a esta felicidad, viene el gusto del escenario. “Salir al escenario es un poco como interpretar un sueño. Se apagan las luces como si cerraras los ojos y entraras en otra realidad. Si una canción me hizo ilusión, podrá hacer ilusión después a otra persona”. Cuando vuelve a la Tierra, procura evitar los escollos de un éxito un poco repentino. El dinero no es un problema para él. “Sé vivir con un euro en el bolsillo y, si no lo tengo, me lo invento”. Por lo demás, el dinero tampoco es el problema de Italia, según considera él. “Es un problema de pensamiento. En la última década atacaron deliberadamente el cerebro de los italianos con la tele, los infantilizaron, los aturdieron con programas de televisión estériles, con una forma de proponer la vida como algo que hay que consumir, donde todo es posible sin que nadie se haga daño”. Termina su copa. “Pero no es así. ¡No es así! Y todos lo sabemos muy bien”.
Después del disco Bar della Rabbia en 2009, el finalista del premio Tenco 2009 de la canción italiana – categoria de los nuevos talentos – editará un nuevo álbum en 2010.
Foto: ©Sonia Maccari ; ©Simona Mizzoni ; ©Mathilde Auvillain
Translated from Alessandro Mannarino : «qu’importe la chanson, pourvu qu’on ait l’ivresse»