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Alemanes en Austria: un campus con las puertas abiertas

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SociedadEU-topia: Time to voteEutopía - Viena

Mientras que cientos de europeos del Sur hacen las maletas y se mudan a Alemania en busca de un futuro, miles de jóvenes alemanes emigran a Austria, "el hermano pequeño", cada año para estudiar en sus universidades. ¿Qué ofrece el país alpino para que cada curso miles de estudiantes alemanes decidan cruzar la frontera de la pequeña, siempre acogedora Austria?

Si le preguntas a cualquier joven austriaco si le gusta su país, a buen seguro te contestará que "sí" pero con algún "pero". Así son los austriacos: siempre encuentran algo que mejorar, algún "pero" que añadir o alguna crítica que hacer. Incluso teniendo en cuenta la tasa de paro general, del 7,6% y juvenil, 8,20% -unas cifras que a los europeos del Sur nos hacen soñar-, cuando le pregunté a varios estudiantes de Viena si les gustaba su país o si pensaban quedarse a vivir allí, la mayoría me contestaba el país estaba "bien" pero que les resulta "aburrido". "Aquí nunca cambia nada... vivimos con esta Gran Coalición desde hace años y, sí, todo está bien, pero nunca pasa nada", me contestaba una reflexiva Dunja, estudiante de artes plásticas  en la Universidad de Artes Aplicadas. ¿Si es tan aburrido, por qué cada año cientos de estudiantes de todo el mundo desembarcan en el país de Mozart, de Sisi y de la Sacher torte para estudiar? 

A la universidad por menos de 20 euros

Llego a la capital austriaca con una ligera idea de lo que voy y lo que no voy a encontrar. Y sí, lo sé, eso no está bien. Se supone que uno tiene que visitar mundo sin ideas preconcebidas, libre de prejuicios y la mente abierta. Pero en mi caso, esto es más complicado... Hace un tiempo, pasé aquí una temporada y no me quito de la cabeza esa imagen de ciudad chapada a la antigua, vintage que dirían los hipsters (si esto suena mejor, claro), llena de arte y de (¿alta?) cultura, elegante y señorial... pero no precisamente joven. Y, sin embargo, la ciudad de los Habsburgo alberga la "mayor universidad de habla alemana del mundo", tal y como me destacan desde el gabinete de prensa de la Universidad de Viena. Y esto no se debe únicamente a los austriacos, sino también a la gran cantidad de estudiantes internacionales que se inscriben en sus cursos de grado cada año. Principalmente, alemanes. Según datos facilitados por la entidad, de los 90.000 alumnos registrados en el semestre de invierno 2013-2014, casi el 10% (8.600) venían del país vecino. Al parecer, este fenómeno se arrastra desde hace unos diez años. En este tiempo, el número de inscritos ha aumentado casi un 50%: de los 62.602 de 2004 hasta los 90.000 del pasado año, un incremento que ha provocado el colapso y la masificación de los cursos.

Entre esos 90.000 se encuentra Rachel Miriam, berlinesa de padre español y madre alemana. Cuando terminó el bachillerato, Rachel pensaba irse a Barcelona pero se quedó a medio camino y se instaló en Viena. "Esta ciudad es como un pozo, entras y no sales", bromea la experta en comunicación, residente en la "aburrida" Viena desde hace seis años. "Estudié en la FH, un centro un poco más caro que la Universidad de Viena pero con profesores asociados y clases reducidas", explica. Cuando acabó su diplomatura en 2013, pensó en irse fuera a estudiar un master, pero tras ver los precios del resto de Europa, decidió seguir en Austria. "Un amigo español ha pagado 18.000 euros por un master de dos años, y yo aquí pago 18,50 euros al semestre", me cuenta. Casi mil veces la diferencia. ¿Será esta la única razón que consigue atraer a tantos estudiantes a la capital imperial? "No", me contesta de forma tajante. "Aquí los alquileres son incluso más caros que en Berlín, pero es que allí es casi imposible entrar en la universidad". En Alemania, acceder a las carreras depende de la nota de corte y la competencia es feroz. En Austria, en cambio, todo el que pueda pagar la tasa anual de 18,50 euros del sindicato de estudiantes puede inscribirse en cualquier carrera, con la excepción de las cinco más demandadas, cuya matrícula requiere de un examen previo. "En mi país es una locura, vine aquí a hacer Psicología y al final tampoco pude porque no pasé el examen, pero es que en Alemania me hubiese resultado casi imposible estudiar cualquier cosa", me explica Hanna, compañera de Dunja en la Universidad de Artes Aplicadas y matriculada en Lengua Alemana en la Universidad de Viena. "Es cierto que los cursos son impersonales, en las clases magistrales tengo que sentarme en el suelo a veces para tomar apuntes... pero todo el mundo puede estudiar aquí y la calidad es buena", añade. 

'Overbooking' en el campus

Pero ¿qué hay de los austriacos? ¿son tan rancios como dicen? "Yo no tengo ningún problema con ellos, pero sí que notado cierto rechazo de algunas personas... cuando escuchan mi acento me dicen cosas como 'esto no es Alemania'... pero bueno, quizá tengan un problema con eso de ser 'el hermano pequeño'", me contesta Rachel. ¿El hermano pequeño? "Sí, los austriacos siempre se tienen que adaptar a Alemania, ver nuestra televisión, ver nuestras noticias... y al revés no, así que mucha gente está resentida". En cualquier caso, no parece ser un problema generalizado, pues Hanna asegura que la mayoría de sus amigos son austriacos. Además, el blanco de las revueltas de hace unos años, cuando el número de alumnos empezó a aumentar vertiginosamente, no eran los recién llegados, si no el Gobierno austriaco. Cuando éste empezó a implantar medidas para reducir el número de alumnos, los estudiantes salieron a la calle y le pidieron más inversiones económicas y menos restricciones, algo en lo que la asociación de estudiantes Österreichische Hochschülerschaft (ÖH) está trabajando. Me encuentro con Daniel de la Cuesta, asesor del sindicato, en la sede central de la asociación, desierta en estos días de septiembre, cuando el curso no ha comenzado. Además de actuar de mediadores, en el ÖH ofrecen asistencia lingüística, jurídica, psicológica y hasta financiera si en un caso extremo un alumno no puede pagar el alquiler por razones excepcionales. "Es cierto que la Universidad está muy masificada, pero se trata de un sistema muy flexible que te permite escoger las asignaturas que quieres hacer y al estudiante, si es europeo, no le cuesta dinero", destaca Daniel. 

La otra cara de la moneda de este idílico sistema es que los estudios pueden demorarse años. "Quizá un austriaco acabe la carrera con 25 años por tener que esperarse para matricularse de algunas asignaturas, pero mejor eso y tener ya experiencia que acabar con 22 y no haber pisado nunca una empresa, ¿no?", comenta al respecto Daniel. Esto es así porque, a diferencia de otros países más estrictos, en Austria los estudiantes pueden realizar prácticas en empresa desde sus primeros cursos. Llegados a este punto de la conversación, Daniel debe de haber visto el brillo en mis ojos, pues me es imposible comparar todas las ventajas que me cuenta con el rígido sistema español en el que yo me formé, con grados fijos de cuatro años y unas tasas universitarias que están provocando una auténtica sangría entre el alumnado. "Por supuesto, hay un límite de convocatorias para aprobar todas las asignaturas, se dan dos semestres de tolerancia y, si no cumples tu compromiso, te quitan todas las ayudas y empiezas a pagar los créditos. Además, si repites más de dos veces una asignatura, te expulsan de la universidad y se te cierran todas las puertas en Austria", me explica. En fin, no me parece un mal trato: una buena oferta debe llevar asociada siempre la exigencia de ciertas responsabilidades. 

¿No es país para jóvenes?

Pero ¿y luego? Algunos austriacos se quejan de que el gobierno realiza una fuerte inversión en la educación universitaria de la que muchos extranjeros se benefician pero que, cuando acaban la carrera, se van del país. "La ciudad me gusta mucho y de verdad que pensaba en quedarme a vivir aquí, pero desde hace un tiempo he empezado a echar mucho de menos Düsseldorf, y a mis padres, así que supongo que regresaré a Alemania cuando acabe", confiesa Hanna. Como ella, también Rachel piensa en irse, porque considera que Viena "no le ofrece muchas posibilidades". "Quiero irme a Alemania o a España, o a Suiza, porque aquí no se hacen muchas cosas, la gente acaba trabajando o en un banco o en una aseguradora, es un país pequeño y no hay grandes empresas, solo dos o tres", lamenta. 

Esta parece ser la asignatura pendiente que le queda a la ciudad: a pesar de contar con unas tasas de empleo envidiables, una estabilidad política bastante sólida y una calidad de vida que la sitúan entre las primeras ciudades del plantea, la elegante Viena no parece acabar de convencer a las nuevas generaciones. Pero quizá esto solo sea una cuestión de tiempo. Hablo con los austriacos durante mis días allí y todos coinciden al decirme que la ciudad ha cambiado mucho en los últimos diez años. Junto a los majestuosos palacios y las recargadas salas de conciertos, sus románticos parques y los cafés; el céntrico Neubau es un hervidero de galerías de arte y tiendas de segunda mano y MuseumsQuartier se transforma al caer el sol, cuando cientos de jóvenes lo ocupan para beber sturm y vino caliente. Tiempo al tiempo, quizá esos jóvenes que ahora la critican no son del todo conscientes de que son ellos mismos los que están cambiando Viena, los que la están haciendo despertar de su letargo. 

ESTE ARTÍCULO FORMA PARTE DE NUESTRO CONJUNTO DE REPORTAJES “EUTOPIA: TIME TO VOTE”. EN COLABORACIÓN CON LA FUNDACIÓN HIPPOCRÈNE, LA COMISIÓN EUROPEA, EL MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES DE FRANCIA  Y LA FUNDACIÓN EVENS.