Agnès Bihl, un ángel juguetón.
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alberto de franciscoAgnès Bihl, a sus 31 años, no tiene pelos en la lengua. Esta cantante francesa, precipitadamente encasillada en la denominada “nueva escena francesa”, aborda las debilidades mundanas con humor e insolencia.
“Podría haber sido un paje, una bailarina de can-can o una princesa”, bromea Agnès Bihl. Tras elegir mesa en un restaurante americano en pleno centro de París, no tarda en pedir un café solo al tiempo que se burla de las rodillas de alambre que se intuyen bajo sus medias negras. Y es que, pese a que esta treintañera rebose gracia y simpatía por cada poro de su piel, sus facciones muestran un punto de cansancio. “Es que acabo de regresar de una semana de vacaciones con los niños y no ha sido precisamente todo descanso”, confiesa al tiempo que echa mano de su cajetilla de Chester. En cualquier caso, su rostro no pierde un ápice de encanto. “Es horrible”, añade, “supongo que es el síndrome de las canas y, aunque a primera vista pueda parecer que soy todo dulzura, no es más que un espejismo”.
Como ella misma ha reconocido en más de una ocasión, Agnès Bihl se hizo cantante por casualidad y también por amor, y confiesa que aterrizó en el mundo de la música tras haberse enamorado de un acordeonista. Impresionada por los espectáculos de Allain Leprest en “La Folie en Tête”, un cabaret libertino del centro de París, Agnès escribe su primera canción, Joulik, a los 23 años. Más tarde, y tras haber producido ella misma su album La Terre est Blonde, que sacó al mercado en 2001, cae en el olvido. Algo que no le afectó demasiado.
La voz de una niña traviesa
Un buen día, el famoso productor y cazatalentos Gérard Davoust, le hizo una prueba, a ella y a su pianista y, seducido musicalmente por los encantos de Agnès, se embarca en la realización de su próxima obra: Merci Maman, Merci Papa. “Cuando escribí ese disco estaba embarazada”, recuerda. “En aquel tiempo, me planteaba muchas cosas: quién soy, cuál es mi sitio en el mundo,...”. Cuando nombra a Rosalie, su hija de tres años y medio, los ojos de Bihl se iluminan. Su niña ya ha salido al escenario con ella, haciendo un duo improvisado para su canción Baby Boom.
Tras sus incursiones en temas tabú con su primer album: Viol au vent o L’Enceinte Vierge, esta rebelde sin causa continúa su aventura musical abordando temas espinosos y corrosivos, muchas veces ausentes en la música francesa, tales como el aborto, la violación, los sin techo, los hijos de presos o el incesto. En cualquier caso, la etiqueta de “artista comprometida” le molesta un poco a esta joven mamá. “Me duele que se me califique de artista militante” –confiesa-. Me da igual serlo o no. Además, ¡es un filón!”.
Etiquetada como una de las cantantes de la denominada “nueva escena francesa”, Bihl rechaza el apelativo, máxime cuando ella misma admite formar parte de una nueva generación de artistas “independientes”, para quienes la letra es lo más importante de la canción, tal y como sucede con Loïc Lantoine o con Nina Morato. Desde hace más o menos diez años, Bihl hace buenas migas con Jeanne Cherhal, una cantante que en 2005 recibió el Premio Victoria de la Música, y hoy en día trabaja con el cantante y letrista Alexis HK. Ellos representan ese universo poético y agudo a menudo desconocido para el gran público.
La descarada de las coletas
Al mismo tiempo, Bihl reivindica influencias más universales, como la música gitana y sudamericana, el cantante ruso Vladimir Vissotski, el cineasta italiano Nanni Moretti, las bandas sonoras originales de películas, la literatura, la fotografía o el arte en general. “Cuando estoy ante un folio en blanco, a menudo imagino un cuadro que he visto y que me ha gustado, e intento pintarlo de nuevo sustituyendo los colores por palabras”. Bihl reconoce asimismo una fascinación especial por Clint Eastwood. “Es capaz de estar ahí, en una escena, sin hacer nada. No tiene miedo al vacío o al silencio, ni pretende evitar situaciones que para otro resultarían incómodas”.
Esta princesita moderna cuida mucho su lado “underground” y como auténtica artista de escenario que es, goza del reconocimiento fiel y sincero de su público, jugando con las rimas corrosivas de sus canciones y su voz canalla. A diferencia de cantantes más comerciales o de iconos para la generación de los denominados “bobos” –jóvenes burgueses y bohemios-, Bihl compone canciones protesta y reniega de la mediatización exagerada de la música desterrada al terreno de lo lúdico.
Reality shows como Starac (el equivalente francés de nuestro Operación Triunfo) llevan aparejada, según ella, una imagen de facilidad. “Se confunde a veces ser una estrella con ser un artista, cuando en realidad, el talento es algo que no se aprende."
Esta parisina, criada en el barrio de Montmartre, confiesa sin ningún pudor sufrir “angustias de autor sexuado” y desgrana con valentía las trampas del voyeurismo y del maniqueismo. Además de su instinto natural, el buen juicio de lo que denomina “sus tres pares de orejas”: Gérard Davoust, su amiga Roxanne y Giovanni, el padre de su hija, la mantienen especialmente viva y hacen que se sienta importante.
Tras esa imagen de niña traviesa o de curtida madre soltera, Bihl es ante todo mujer. “No me tengo sin embargo por la Rosa Luxembourg o la Louise Michel de la canción. En realidad, el grado de profundidad de las letras de mis canciones no va más allá de la altura de mi propio culo”, bromea. Pese a todo, durante mucho tiempo, Agnès ha tenido que escuchar no pocos comentarios misóginos y reflexiones hirientes. De entre ellos, la pregunta más frecuente que le hacen es: “¿Quién le escribe las letras de sus canciones?” Ella, como buena artista, no lo piensa mucho y responde haciendo un guiño a Luis XIV: “¡La letrista soy yo!”.
La Terre est blonde (Amalgammes, 2001).
Merci maman, merci papa (Naïve, 2005).
Translated from Agnès Bihl : «Je ne poète pas plus haut que mon cul»