Afganos en Roma: "mejor refugiados que prófugos perennes"
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Alberto Haj-SalehAtraviesan Irán, Turquía, el mar y finalmente Grecia e Italia con la esperanza de llegar a uno de los países miembros de la Unión Europea. Ahora, por culpa del II Convenio de Dublín, se encuentran bloqueados en Italia, rehenes de su derecho al asilo
En Via Ostiense buscan la manera de volverse invisibles. Roma es para muchos de los refugiados afganos presentes en la capital una ciudad difícil de abandonar. Desde hace años. El problema es que también es un lugar en el que es imposible quedarse, es decir, existir. Por ejemplo, la mañana del 15 de abril de 2009, las tiendas azules distribuidas por los voluntarios del MEDU–Médicos por los derechos humanos– han guiado a las fuerzas del orden hasta un campamento. El desalojo ha sido ordenado poco después. Hablan algunas voces anónimas: “Estoy aquí esperando que mi petición de asilo sea aceptada”, dice Samadali y repiten todos los demás indistintamente.
Durante el día se les ve sentados a la salida del metro, parada Piramide, Linea 5, dirección Laurentina, divididos en grupos de cuatro, entre botellas de cerveza Peroni vacías y pañuelos usados. Hablan en pastu (lengua que habla el pueblo pastum en Afganistán) prestando atención a cualquier presencia extraña. Algunos son muy jóvenes, otros en cambio son ancianos, casi todos ellos han pedido asilo. “Me gustaría ir a otro sitio, pero estoy bloqueado aquí. Me han obligado a pedir asilo en Grecia, pero me fui de allí porque estaba mal. No trabajaba. Aquí hago algunos trabajillos, ayudo a un amigo mío. No puedo quedarme. No me puedo ir. No quiero volver a coger el camino de Atenas. Y tampoco, ni aunque pudiese, volvería a Kabul, donde nací”. La historia es casi siempre la misma, el testimonio de uno es la voz de todos ellos; el relato es notable: la travesía por Irán, Turquía, el mar y Grecia, hasta Italia al fin, donde se quedan esperando durante mucho tiempo.
Prófugos en lugar de humanos
En Grecia muchos de ellos han perdido la libertad de poder existir civilmente en algún otro lugar, en uno cualquiera de los otros Estados miembro, dado que el II Convenio de Dublín quiere que la petición de permanencia sea solicitada en el primer país al que se llega en la Comunidad Europea; y el primero es, en efecto, Grecia. A pesar de ser solo la mitad del camino. “No es lo que habría querido. No sabía siquiera si podría quedarme en Italia, donde tendría que haberme reunido con mi hermano, ni tampoco pensaba en pedir asilo; pero me han tomado las huellas dactilares y aunque quería ser feliz, sentirme protegido, en Europa y no en medio de la guerrilla de Afganistán, me he sentido encarcelado. Del mismo modo que he escapado de Gazni antes, he vuelto a escapar de Atenas. Y nada ha cambiado. Allá donde voy soy un prófugo y no un hombre”, cuenta un chico de veinte años.
Ahora nos encontramos en el campamento donde duermen, un poco lejos de la estación. Samadali dice que las tiendas montadas de forma irregular una detrás de la otra, divididas por la ropa tendida del día a día, le recuerdan los montes de Safed Koh. “Huele este trozo de piel, lo he traído de mi país”, Gazni (ciudad situada 200 kilómetros al oeste de Kabul) es famosa por la manufactura de piel bordada y los montes de Safed Koh son desde siempre el lugar perfecto para esconderse, sobre todo para los talibanes. Hay gente que incluso sostiene que Bin Laden nunca se ha movido de allí.
Gente de paso
Mientras tanto aquí, en Roma, Mediterráneo, Italia, Europa, los Safed Koh surgen bajo un viejo remolque para trenes. Entre sus ruedas. Se mantienen ocultos con la misma discreción de la naturaleza: “Hasta ayer había un chico que dormía junto a mi tienda. Se ha quedado tres semanas y luego se ha ido. Le han llevado a un centro porque tenía solo quince años”. Llegan y difícilmente se quedan, los cambios son tan rápidos que, al menos en este campamento, impiden el nacimiento de una auténtica comunidad. Alem vuelve a menudo de visita, “No vengo a ver a nadie en particular – son pocos y normalmente son los adultos los que se quedan más tiempo– sino a comprobar que mi gente todavía está protegida y si consigue sobrevivir de algún modo”. Llegó a los quince años a Italia, justo después de la muerte de sus padres, después de pasar por el Peloponeso, y solo pasó dos noches en Ostiense. “Después me mandaron a una casa familiar. Me concedieron el asilo político y la espera (de dos años) fue terrible. Tenía miedo”. Ahora estudia en una oficia contable de Roma y su historia ha resultado ser tan excepcional que ha sido incluida entre los cinco testimonios del libro La ciudad de los muchachos, del escritor Eraldo Affinati. “Me gustaría escribirla a mí, mi historia. Publicar un libro yo mismo”, sonríe Alem. Samadali en cambio saca un artículo arrugado recortado de un periódico nacional de hace más de un año: “¿Ves? Léelo. Yo conozco a este hombre, es de mi mismo país. Llegó a Italia desde Grecia, agarrado a un camión. Buenos brazos”.
Empieza a hacerse tarde y son muchos los que, arrodillados, cogen su lugar en la tienda. Alem les saluda llamando a algunos por su nombre. “Son tratados como si fuesen gente de paso, a la que echar, devolverlos o enviar a alguna otra parte. Mueven los límites de los campamentos, los dispersan. Nuestra situación no es sencilla: escapados de la muerte en la guerra, ninguno de nosotros volvería a Afganistán, por lo menos durante un tiempo. Y ninguno sabe tampoco donde estará mañana, donde vivirá. Se esconden. Se quedan quietos. Y esperan. Esperar completamente quietos, a veces, es lo único que desean: mejor refugiados que prófugos perennes”.
Translated from Rifugiati afghani: ovunque profughi e non uomini