Acuerdo UE-Kosovo: ¿nuevas puertas para entrar en europa?
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La UE aprobó hace unas semanas un acuerdo de asociación con Kosovo, que se firmará el año que viene.
Europa sortea el veto de los cinco estados que aún no reconocen a la república balcánica acogiéndose al Tratado de Lisboa.
Serbia y Kosovo mejoran relaciones como única posibilidad de entrar en el club comunitario.
La República de Kosovo será a partir del año que viene un territorio asociado a la Unión Europea en el cual se creará un área de libre intercambio de bienes, servicios y capitales entre ambos. Traducido: las puertas del mercado común europeo se abren para la exprovincia serbia aun sin ser miembro nominal del club. Este hecho no tendría nada de extraordinario –la firma de un acuerdo de asociación es el primer trámite oficial para cualquier país que aspira a la integración comunitaria- si no fuera porque esta es la primera vez que esto se hace por parte de la UE de manera unilateral, es decir, sin el beneplácito de todos sus estados miembro.
Sin embargo, la potestad de la Unión para saltarse el procedimiento habitual no supone una novedad, pues está recogida en el Tratado de Lisboa aprobado en 2007. Antes de esa fecha, los estados podían vetar incluso la apertura de negociaciones como las que se han llevado a cabo en los últimos años entre las instituciones comunitarias y Kosovo. Por ejemplo, cabe recordar el largo y tortuoso proceso de adhesión de Turquía, que a pesar de formar parte de la Unión Aduanera desde 1995 chocó con la oposición de Francia y Alemania. El caso turco es especialmente complejo, ya que es un estado transcontinental -con la mayor parte de su territorio en Asia- y de cultura musulmana a pesar de la evidente laicidad de su sociedad. Además, mantiene un conflicto con Chipre y Grecia por su apoyo a la República Turca del Norte de Chipre.
Nuevas realidades, nuevas fórmulas
El caso kosovar, por el contrario, ha sido una de las prioridades de la UE desde el fin del último conflicto de los Balcanes, ya que las fuerzas de la OTAN intervinieron para detener la limpieza étnica contra la mayoría albanesa asentada en la provincia serbia. Kosovo declaró la independencia en 2008, pero Serbia había perdido el control efectivo sobre la región tras su derrota en la guerra en 1999, que dejó la administración del territorio en manos de las Naciones Unidas (MINUK), aún hoy presentes en muchos asuntos.
A pesar de contar con un gran reconocimiento internacional –más de cien países, entre ellos Estados Unidos y la mayoría de miembros de la UE- la República de Kosovo no es aún un estado completamente normalizado. Serbia sigue considerándolo una región autónoma dentro de su territorio nacional. Es aquí donde cobra importancia el gesto de la UE, que sortea gracias a esta fórmula el veto previsible de los cinco países que aún no lo reconocen: España, Eslovaquia, Chipre, Rumanía y Grecia.
La prioridad de la UE es avanzar en la integración de los Balcanes, un proceso que ha tomado protagonismo tras la integración primero de Eslovenia y finalmente Croacia el pasado verano. Con Montenegro como estado candidato y Serbia en negociaciones, Kosovo se convierte en una pieza clave para lograr este objetivo. No en vano, el primer paso fue conseguir el establecimiento de relaciones entre Serbia y Kosovo, un hecho histórico que abre la puerta al reconocimiento y que interesa a todas las partes.
De un lado, Belgrado se asegura el avance hacia la fase de adhesión; del otro, Pristina comienza a ver la luz en la normalización de sus relaciones internacionales y accede a un mercado que el país –con una tasa de paro del 30%- necesita como agua de mayo. Finalmente, la UE consolida su acción diplomática exterior y se proyecta como un actor influyente en cuanto a las relaciones internacionales, un aspecto que necesita reforzar.
En cualquier caso el acuerdo de asociación kosovar no deja de ser una ley ad hoc, una nueva vía a la integración que hace pensar en una Europa con diferentes niveles de participación: Suiza, Noruega e Islandia son espacio Schengen sin ser UE; Reino Unido, Irlanda y los últimos países incorporados son UE sin estar en Schengen y Andorra, Mónaco o San Marino acuñaran sus propios euros sin formar parte siquiera de la Eurozona. Son solo algunos ejemplos que dibujan un continente a diferentes velocidades.
El hecho de que dicho acuerdo sea firmado por la UE como única entidad legal pone de manifiesto una realidad evidente: el gran pragmatismo de la institución para afrontar las realidades políticas a medida que se producen, es decir, su predisposición a adaptarse a cada caso concreto sin haber establecido normas previas. Lo que también se puede interpretar como un mensaje de tranquilidad hacia Escocia, Catalunya o Flandes.