Abuso de los derechos humanos
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marta lozanoCon la actual lucha contra el terrorismo, el tema de los derechos humanos parece haber resurgido con fuerza.
Totalmente cautivados por nuestras ansias de
paternalismo, no nos paramos a pensar en cómo se conciben los derechos humanos
fuera de Occidente. De hecho, nos encanta criticar la supuesta ausencia de
derechos humanos en la mayoría de los países, estableciendo una claro contraste
con nuestra virtuosa sociedad. Sin embargo, cuando Occidente comenzó su programa
sobre los derechos humanos en 1945, existía una considerable controversia sobre
su interpretación. La mayor parte de la oposición procedía de los antiguos
países socialistas de la Unión Soviética, del sureste asiático y de África, que
intentaban desafiar el supuesto universalismo de los derechos humanos,
especialmente porque lo consideraban una inclinación occidental hacia los
derechos políticos y civiles que dejaba de lado deliberadamente los derechos
económicos. Desde la caída del Muro de Berlín en 1989 y el posterior
derrumbamiento de la Unión Soviética, dicha crítica ha ido desapareciendo a
medida que Occidente ha consolidado el consenso político y económico global.
Aunque el tema de los derechos humanos se ha visto envuelto a menudo en el
lenguaje idealista, se puede comprobar fácilmente que está condicionado por
preferencias económicas e ideológicas especificas. Es decir, intrínsecamente,
las tendencias capitalista y liberal, respectivamente. Además, la existencia de
un amplio órgano permanente de derecho internacional sobre derechos humanos
contrasta con la pasividad, o quizás indiferencia, de la comunidad
internacional, hacia los actos de genocidio (como en Ruanda en 1992 o Timor
Oriental en 1998), las penurias sociales generalizadas, el hambre, el SIDA, etc.
Frecuentemente se explica que la importancia que se otorgó a los derechos
humanos en el periodo de la posguerra internacional fue debida a una reacción
moral contra la barbarie nazi, incluido el Holocausto, los experimentos médicos
y los campos de concentración. Esto explica, sin duda, buena parte de los
motivos; sin embargo, existía a la vez un afán mucho menor de cambiar la
moralidad de una política exterior que legitimaba la expansión global del
capital occidental en detrimento de los más pobres.
Los más desfavorecidos conciben los derechos humanos como un conjunto de
valores que fomentan la expansión de capital y promueven la explotación y la
sumisión. Cuando los profesores tratan este tema en las universidades, asumen
implícitamente que los derechos políticos y civiles (libertad de expresión,
etc.) equivalen a los derechos sociales (derecho a la educación, acceso a los
alimentos, etc.) Sin embargo, el fenómeno de la globalización ha hecho que los
derechos económicos reciban mucha menos atención y ha exportado un sistema de
capitalismo neoliberal a los países en vías de desarrollo que no tienen ni voz
ni voto en este asunto. Después de la guerra, los países en vías de desarrollo
intentaron aclarar qué derechos consideraban imperativos, como el derecho a la
autodeterminación, el desarrollo sostenible y el control sobre los recursos
locales. Sin embargo, dichos derechos suponían una pesada carga para los países
desarrollados, ya que debían ayudar a los pobres, cuestionar los valores
liberales y, lo más importante, desafiar el sagrado mercado libre. Estados
Unidos, consciente del peligro que esto suponía para su poder, quitó importancia
por tanto al discurso formal sobre los derechos humanos en relación con el
aspecto económico y prefirió centrarse en sus propios intereses, especialmente
en la expansión de capital, es decir el todopoderoso dólar.
Los derechos humanos se han utilizado como una fachada idealista en la política
exterior. Después de 1945, Estados Unidos necesitaba encontrar desesperadamente
nuevos mercados para canalizar los enormes excedentes que había producido
durante la guerra. El resultado fue un programa de derechos humanos que
reflejaba los intereses occidentales y una ideología liberal que incluía la
libertad del individuo y un enfoque no intervencionista del tipo laissez-faire
por parte del estado en los asuntos económicos y políticos, que prepararon el
terreno para la dominación económica de Occidente. Con miles de millones de
personas en los países en vías de desarrollo dependiendo del estado como su
única forma de asistencia, ¿a quién iba a recurrir la gente? El sector privado,
por supuesto, era la respuesta. Éste es el proceso que la globalización ha
extendido. Ha expandido el papel de los intereses privados, mientras los estados
se han visto obligados (normalmente debido a las condiciones impuestas por los
préstamos occidentales) a recortar las prestaciones a expensas de los sectores
mas desfavorecidos.
A los occidentales, por ejemplo, nos gusta unirnos cuando nos conviene a la voz
de Amnistía Internacional para castigar a Cuba por su fragante represión de los
derechos políticos y civiles. De hecho, dicha crítica justifica el asfixiante
embargo estadounidense a la isla. Aunque no cabe duda de que realmente se violan
los derechos humanos, nuestra crítica no tiene en cuenta algunos aspectos. Al
contrario que el anterior dictador Batista – apoyado por Estados Unidos-, Castro
ha logrado alimentar a su pueblo y proporcionarle una educación muy superior a
la de la mayoría de los países en vías de desarrollo. Según datos de UNICEF del
año 2000, la tasa de mortalidad infantil y los niveles de educación primaria en
Cuba, tanto para niños como para niñas, eran comparables a los occidentales. Lo
mismo ocurrió en Nicaragua durante el gobierno socialista sandinista a
principios de los ochenta, antes de que Estados Unidos y sus secuaces
aniquilasen el país. Después de adaptarse a las “normas” democráticas
occidentales, Nicaragua compite actualmente con Haití por la poco envidiable
distinción de ser el país más mísero del hemisferio norte. Al mismo tiempo,
durante la era de ferviente liberalismo occidental de los años ochenta, cuando
la mortalidad infantil crecía a niveles terribles por toda Latinoamérica, el
único país que no mostraba semejante aumento en la mortalidad infantil era Cuba.
Es muy cuestionable si sus logros podrían haber sido posibles si se hubiese
abierto al mercado libre y hubiera adoptado las instituciones democráticas en
1959, un momento tan crítico de su historia tras la dictadura de Batista y entre
las tensiones de la Guerra Fría durante los ochenta. Los países vecinos que
optaron por lo contrario, Nicaragua, Panamá, El Salvador y otros “escaparates
del capitalismo”, han vivido en la miseria desde entonces.
Esto explica por qué los pobres ven con recelo nuestra ávida propagación de los
derechos humanos. Porque no ha considerado en primer lugar sus principales
problemas. Problemas que poco tienen que ver con la libertad de expresión, de
prensa u otras preocupaciones que nos podemos permitir en Occidente. Sus
problemas son el hambre, la malnutrición, la falta de sanidad, el analfabetismo
infantil y la propagación de enfermedades que diezman a la población. Sólo
cuando las organizaciones de derechos humanos y las agencias occidentales
empiecen a ocuparse de estos problemas, los más desfavorecidos comenzarán a
confiar en nuestros nobles ideales.
Translated from Imposing Human Rights