24 horas en Kabul
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lorenza olivares brémondDía a día de una expatriada en Afganistán que se enamoró del país pese a los disparos y a la diferencia cultural. Mirada para comprender mejor el trabajo de los voluntarios.
04:30h: despertar al alba tras el canto del muecín. Después de unos mediocres estudios de Derecho, salimos con una ONG francesa en busca de seis meses de "aventura" en la capital afgana. Dos años después, aún seguimos aquí, enamorados del país; salvo por la mañana, muy temprano. En el programa para hoy: visita a un proyecto de microcréditos en el campo, en las afueras de Kabul. Cuatro horas de trayecto por una pedregosa carretera y la impresión de estar tomando parte en un combate de boxeo contra el coche. Mi adjunto decidió ofrecerme una clase magistral de poesía afgana, seguida de la narración detallada de las líneas de frente de los últimos veinte años. Ciertos funcionarios internacionales consideran normal decir que el año en el que viven los musulmanes –“Naw Roz Tabriz” 1384– se corresponde con su nivel intelectual y social... Sin comentarios.
Una tarea pesada
Llegada al pueblo. Cálido y cortés recibimiento por parte de nuestros colegas afganos. Me someto al ritual de los saludos, obligado en cada encuentro: “¿Cómo está usted? ¿Se encuentra bien? ¿Está bien de salud? ¿Bien de ánimo? ¿Qué tal su familia? ¿Sus hijos?...”. Enlazamos con la comida, que tomamos sentados en el suelo sobre unos cojines. En el menú: arroz con verduras, un trozo de carne bañado en aceite, judías pintas y uvas. Hay prevista una reunión con autoridades locales y varias familias beneficiarias, para evaluar el impacto del proyecto de microfinanciación que hemos puesto en marcha.
No es raro oír a nuestros anfitriones quejarse durante horas de que las ONG no llevan a cabo suficientes iniciativas: “Ya que ustedes se dedican al microcrédito, ¿no podrían, de paso, construirnos un pozo y comprarnos un tractor?”. La imagen de las ONG en Afganistán se divide en dos grupos: por un lado, la gran mayoría lamenta que la construcción del país no vaya lo suficientemente rápido y denuncia la corrupción de algunas organizaciones (a menudo empresas constructoras que se convierten en ONG para obtener contratos de los proveedores de fondos con mayor facilidad y no pagar impuestos sobre los beneficios...), pero que, en el fondo, están contentos con la ONG que trabajan en la zona ya les ha rehabilitado el canal de riego; por otro lado, los talibanes y Al-Qaeda, para quienes la presencia de la comunidad internacional es el origen de todos los problemas afganos y matan a algún expatriado cuando tienen oportunidad.
Pese a todo, ciertas quejas son legítimas: la llegada masiva de ONG en 2002 suscitó importantes problemas de coordinación. Además, para el afgano, que sale de 25 años de guerra y miseria, resulta difícil ver a tantos extranjeros, paseando en grandes coches y con aspecto de vivir felices, pero incapaces de dar respuesta a las necesidades de la población.
Lo "humanitario", un negocio como otro cualquiera
Son las 15.00h, es la decimoquinta vez que hoy me ofrecen una taza de té y la quinta que acepto. Es difícil rechazar la hospitalidad de los afganos y sus regalos. Las mujeres me preguntan con frecuencia si estoy casada. Cuando les respondo que no, me prometen que rezarán para que encuentre rápidamente un marido: "A su edad –27 años- ya va siendo hora". En un país donde la esperanza de vida es de 42 años, esto es casi evidente.
Nos damos prisa en volver a Kabul antes de que anochezca, para cenar con un donante que financia nuestro proyecto. El objetivo: ser muy agradables y estar siempre de acuerdo con él. Y es que no hay alternativa: si la financiación de la ONG se acaba, perdemos el empleo. “Lo humanitario” se ha convertido en un mercado. Las ONG deben ser competitivas, rentables y crecer. Esta evolución, debida a los patrocinadores y al trabajo de los últimos años, ha fomentado la profesionalización del sector, que estaba todavía en la Edad de Piedra. Los voluntarios han sido sustituidos por expertos que han hecho de necesidad urgente y del desarrollo su oficio, consiguiendo que la acción humanitaria sea más eficaz. Todas las ONG de tamaño medio (la mayoría) deberán crecer y profesionalizarse radicalmente o morir. Pese a ello, proceedores de fondos siguen pidiendo a las ONG que hagan muchas cosas, proporcionándoles pocos medios.
Seguridad, alcohol y disparos de mortero
Sin embargo, para los "humanitarios", la vida no es tan dura como lo era justo después de la guerra: las duchas han reemplazado a los cubos de agua e incluso hay electricidad de manera continuada. En cuanto a los expatriados de Naciones Unidas, principalmente, sus barrios parecen verdaderos oasis de confort occidental en medio de un país hecho trizas. Violando algunas normas de seguridad, hasta se puede salir a cenar todas las noches. Pero las posibilidades de diversión siguen siendo limitadas. Una velada de cine al aire libre con la juventud internacional expatriada de Kabul (que vive como en Nueva York) y la del velo y la cultura local se interrumpe por el ruido de los morteros. Todo el mundo se precipita a los refugios. Pero hay más posibilidades de morir de claustrofobia que de una bala perdida. Al final uno se consagra por completo o bien a su trabajo o bien al alcohol.
Mañana a las 04:30h, la llamada a la oración volverá a sonar. ¿Por qué me quedo? Para continuar mi aprendizaje de esta cultura tan complicada, tan contradictoria y tan sorprendente. Y para conocer el final de la novela de suspense en la que se ha convertido la reconstrucción de este país.
Translated from 24 heures à Kaboul