2016: el fin de su mundo
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Belén Burgos Hernández¿Deberíamos calificar el 2016 de annus horribilis? Desde luego que sí si pensamos en el Brexit, Donald Trump, el terrorismo o Alepo. Sin embargo, este año nos ha ofrecido también la oportunidad de hacer un replanteamiento sin precedentes sobre todo un sistema de creencias y de referencias en el que confiaba mucha gente. Guillaume, el primero.
Le encantaban esos momentos. Guillaume acaba de compartir con mucho gusto su experiencia en una mesa redonda dedicada a las nuevas formas de activismo digital. LLeva ya varios años intentando desarrollar una plataforma en la que se pueda participar de forma sencilla, lúdica y eficaz. ¿Su secreto? Los microcompromisos que hacen que la política signifique algo para todo el mundo.
A su proyecto lo ha llamado Blast, porque sonaba bien y porque uno de sus significados en inglés es "explosión". Hace dos años que trabaja en él y tres meses que lleva pensando en este momento, por lo que el Civic Forum en el que acaba de participar le ha hecho sentir muy bien. Después de tanto tiempo dedicado a su proyecto, uno puede llegar a pensar que podría convertirse fácilmente en el nuevo Facebook. Evidentemente, no. Durante una hora ha tenido que explicar los aspectos principales de Blast, volver a decir que se basa en determinadas ideas de microactivismo y contar que permite, por ejemplo, publicar la historia de una chica que decidió dejar de comprar latas de atún como protesta contra la sobrepesca. Es bueno hablar de un proyecto que crece en la sombra durante meses, pero es mucho mejor levantar la nariz y darse cuenta de que algo interesante está pasando con el proyecto de otros: Kevin y Florence, creadores de Kialatok, una empresa social parisina que organiza talleres de cocina impartidos por inmigrantes; Jakob, ese joven alemán que compró un barco de segunda mano para irse a salvar a personas que huyen de su país; o Alexander, un diseñador gráfico ucraniano que confeccionó él mismo un nuevo mapa de la red de transporte público de su ciudad.
Afuera no hace bueno, pero hace calor. La Eurocopa trae buenos recuerdos. Mientras que la selección francesa de fútbol irradia esperanzas y victorias, la gente empieza a creer de nuevo en la Francia "black-blanc-beur" [negro, blanco, árabe. Expresión francesa que hace referencia a la integración, nota de la editora]. Aquella selección, en 1998 se proclamó campeona del mundo. El país está ilusionado de nuevo e incluso Guillaume, que no le gusta mucho el fútbol, tiene que reconocer que la Eurocopa 2016 muestra bien las particularidades de la sociedad francesa: identidad, integración y convivencia. Es, en definitiva, un descanso más que bienvenido que acaba con una primavera particularmente complicada. Atraviesa la Plaza de la República y sonríe. Han limpiado la monumental estatua de Marianne, personificación de la República Francesa; han quitado los mensajes, las velas y los grafitis garabateados en homenaje a las víctimas de los atentados de París, de Copenhague y de Bruselas, pero también en homenaje a los refugiados o a los sirios fallecidos. Le sale reírse con sarcasmo al recordar lo que le gritó a un tío que no conocía de nada cuando la plaza estaba todavía llena de de casetas, barricadas, tribunas y de ideas. "Verás, serán capaces de ponernos aquí una puta zona de aficionados, y seguro que el espónsor de todo será Coca Cola". No había pasado tanto tiempo desde que la Plaza de la República se convirtió en el epicentro de un movimiento internacional bautizado como Nuit Debout ("noche en pie"). Puesto en marcha por personas indignadas y alentado por intelectuales antiliberales, la plaza se convirtió en una especie de corte de los milagros políticos en curso. Representantes de comisiones tan dispares como la organización de la lucha social o los defensores de los derechos de los animales se sucedían con éxito en el estrado. Miles de personas se acercaron hasta aquí para compartir su experiencia y su opinión como ciudadanos: jóvenes y viejos, mujeres y hombres. Todos animados por un deseo de cambio y ganas de tener voz y voto en un pequeño evento social que iba creciendo por momentos.
Disfrutó mucho. Esta iniciativa, llevada no se sabe muy bien cómo por el periodista François Ruffin y su película social Merci Patron, logró durante un mes reunir a una parte de la población alrededor de un nuevo movimiento político, en un momento en el que solo se repetía que la mayoría de la gente es imbécil y apolítica. Las tornas cambiaron. No podía ser de otra manera. El movimiento sin cabeza visible llegó al final de su punto álgido sin saber cómo dar el salto. Ningún líder, ninguna opinión, ninguna dirección. Pero no importaba, para él el movimiento demostró que todavía se podía hablar de "toma de conciencia", que todavía se podía soñar frente a la pasividad y al ambiente de derrotismo divulgado por los líderes de opiniones patentadas. Nuit Debout le inspiró mucho. Blast es la encarnación 2.0. Tuvo la oportunidad de hacer lo que había aprendido con sus conocimientos de desarrollo web y su teoría del diseño. Convencido de que la gente regresaba a sus casas menos estúpida, había que disfrutar, como se suele decir, del momento para ofrecerles una traducción simple y accesible de su compromiso. La primera versión de la aplicación para Android salió como una bala: 5.000 descargas en una semana. Desde el lanzamiento, hace unas semanas, se producen de 200 a 300 descargas más al día. Cada vez son más las historias diarias de gente que propician una revolución desde su supermercado. Bebe a sorbos su pinta de cerveza. Francia juega contra Suiza esta tarde. Huele bien...
9 de noviembre de 2016. Despertarse con una enorme resaca. Ayer se bebió más de una pinta. Después, fue al McDonals de Ménilmontant, donde terminó hablando de política con un vigilante. "Improbable que pase", soltó mientras mordía su hamburgesa de 2 euros. "A pesar de todo... ¡cuidado!", le dijo el vigilante con una gran sonrisa. Ya en la cama, se quedó dormido en la gran noche americana con sentimientos moderados. Su cuenta de Twitter le decía que todo iba bien, pero "a pesar de todo... ¡cuidado!" seguía leyendo bajo el edredón. El despertador sonó más fuerte que de costumbre. Un humorista de la cadena de radio France Inter gritó con acento estadounidense "He ganado". Es muy raro. También en las noticias de las 8 de la mañana, y con voz cristalina, el presentador anuncia que Donald Trump está muy cerca de ser presidente de los Estados Unidos. Es un tanto extraño. No es la primera vez que la radio le deja pegado al colchón. También ocurrió con el Brexit y los atentados de Niza. Sintió como si cayera al vacío. Durante tres semanas, los acontecimientos le tuvieron totalmente confundido. Rompió con su rutina diaria. Comía mal. Las insistentes ganas de tener algo que decir sobre los acontecimientos del momento ya no estaban en su cabeza. Guillaume devoró las páginas de los periódicos donde los editorialistas se peleaban sobre el sentido que dar a esta mitad del 2016. En pocas palabras, había pocas opciones.
Al principio, se consoló con la idea de que lo que estaba pasando crearía vocaciones. Se informó más, leyó más, se preocupó por lo que estaba ocurriendo en Estambul y en Alepo. Incluso llamó a la puerta de la oficina parisina de Mohabit hiflt, un proyecto berlinés que tiene como objetivo facilitar los trámites administrativos de los refugiados. Este verano, se atiborró de libros. Fue terapeútico y eso le recordó a su padre, que había releído "El diario de Ana Frank" justo cuando Jean Marie Le Pen pasó a la segunda vuelta en 2002. Luego, en septiembre, París volvió de nuevo a su infernal ritmo diario. Es increíble la rapidez con la que esta ciudad podría engulliros. Da la impresión de que te falta tiempo para hacer las cosas y de que los días pasan tan rápido como las ilusiones.
De repente, a Guillaume le entran ganas de vomitar. Las noticias de las 9 de la mañana acababan de confirmar lo impensable: Donald Trump ha obtenido los suficientes votos como para ser declarado oficialmente presidente de Estados Unidos. Le sienta como si literalmente le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Muerto de risa, respira profundamente en medio del salón. Como si todo fuera una mala broma, se levanta, se sienta en la mesa y desayuna. Desde ese día, los acontecimientos sociales y políticos que animan su vida de ciudadano alternarán entre la sorpresa y la estupefacción. Las elecciones primarias de la derecha francesa, la dimisión de François Hollande, la del presidente italiano Matteo Renzi… Blast continúa funcionando, y muy bien por cierto. La gente continúa dando su visión de las cosas a través de ejemplos muy personales. Pero, por primera vez, Guillaume se pregunta si todo tiene sentido. Se repite a sí mismo que sus colaboradores son los últimos iluminados de su generación. ¿Cómo es posible? Un documento no puede explicar lo que vive en estos momentos. Sin introducción, ningún ensayo, ningún libro. Queda una gran derrota para el significado, la pérdida de todo un sistema de puntos de referencia sobre el que descansaba todo, así como el malestar de haber sido manipulado. Eso de lo que se reía al principio se convirtió de repente en algo muy serio. Guillaume no sabe lo que está pasando.
Hace un calor insoportable. Le han invitado a participar en un programa de política para hablar de Blast y de las nuevas herramientas de activismo digital. Entre bambalinas, otros tres jóvenes comparten sus opiniones sobre la candidatura de Manuel Valls a la presidencia de la República y explican con pasión y convicción sus propuestas para hacer frente al abismo cada vez más inquietante que existe entre la política y la juventud. Según una reciente encuesta realizada a más de 20.000 jóvenes franceses con edades comprendidas entre los 18 y los 34 años, el 99% de ellos consideran que los políticos son corruptos y el 87% no confían para nada en los medios. Apartado en un rincón de los camerinos, Guillaume observa espectante a los tres jóvenes competir para invertir la tendencia. Odiaba esos momentos...
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¿2016, año de mierda? Sí, la verdad es que sí. Pero ésa no es una razón para quedarse quieto. En cafébabel hemos decidido pensar en estos 12 meses y escribir sobre ellos. Historias de ficción, historias divertidas, inspiradoras, en caída libre, irónicas... Todas están aquí, en nuestro especial Best Year Ever.
Translated from 2016 : la fin de leur monde