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La La Land, ¿retrato de la generación millennial?

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Cultura

[OPINIÓN] El musical romántico 'La La Land: La ciudad de las estrellas' se estrenó en Europa hace pocas semanas y ya se ha hecho con el aprobado de los espectadores en las salas de cine. No obstante, hay una división entre quienes adoran la historia y quienes a pesar de reconocer su calidad artística critican el mensaje. 

[SPOILER] Chico conoce a chica, chica conoce a chico. Se encuentran en fiestas americanas en jardines con piscina, se gustan, salen un par de veces, pasean a altas horas de la madrugada, se ríen bajo el cielo estrellado de Los Angeles y se besan mientran suena una brillante banda sonora. Vestidos preciosos para Emma Stone y un elegante traje de chaqueta y unos zapatos de swing para Ryan Gosling. Así arranca "La La Land, la ciudad de las estrellas".

Una comedia musical romántica que recoge grandes clásicos como 'Cantando bajo la lluvia' o 'Moulin Rouge' y que ha dividido la opinión de los espectadores entre aquellos que se reconocen en ella y ven en el filme el ADN de la generación millennial y aquellos que, como yo, encontramos una realización, una puesta en escena y una música bellísima con un argumentario desfasado.

De hecho, los medios digitales ViceVanity fair o Vagabomb alababan la apuesta de esta película por enmarcar el conflicto vital de nuestra generación: debatirse entre perseguir nuestros sueños y mantener una estabilidad emocional y amorosa. Hasta aquí estamos de acuerdo. Hoy en día, las relaciones a 3.000 o 10.000 kilómetros de distancias son más frecuentes que nunca. Los millenials vamos de ciudad en ciudad para mejorar como profesionales en un contexto económico y laboral complicado y muchas veces dejamos atrás el amor de nuestra vida persiguiendo otra pasión. No obstante, La La Land pone el foco de esta realidad en ella, en Mya (Emma Stone)y la presenta como un personaje insatisfecho, ambicioso e incompleto. Algo que a las mujeres ya nos suena demasiado. Para nosotras parece que no hay dos sin tres y tener éxito profesional se representa a menudo como un fracaso en lo emocional y es ahí donde las mujeres no tenemos permitido fallar.

Que comience el espectáculo

Escribo esto tecleando suave ya que las opiniones divergentes a cerca de La La Land pueden suponernos un buen número de críticas. Que le pregunten al escritor Paulo Coelho, que se ganó un aluvión de críticas en forma de tweets - a pesar de ser un autor con gran influencia en redes -  tras atreverse a decir que la cinta es aburrida. Después, borró el tweet, pero ya se le habían echado encima. Desde otro polo, algunas voces críticas como la del músico estadounidense de origen iraní Rostam Batmanglij se quejaban de lo lejos que queda la realidad de Los Angeles en esta película. Bajo el hashtag #NotMyLosAngeles muchas personas mostraron su descontento ante la falta de diversidad sexual y de protagonismo de la raza negra. Algo imperdonable para Batmanglij pues como él dice: "los negros inventaron el jazz".

A pesar de la polémica, este musical se ha convertido ya en la película con más Globos de Oro de la historia tras llevarse siete premios. Ahora su proyección es imparable y va rumbo al estrellato con 14 nominaciones a los Oscars. Su director, Damien Chazelle, con poco más de 30 años reafirma su éxito con esta película aunque ya en 2014 con Whiplash se llevó el Gran Premio del Jurado y del público en el Festival de Cine Sundance y se hizo con varias nominaciones a los Oscars en 2015.

Las gafas para ver La La Land

Pero volvamos al hilo de la película. Nos habíamos quedado en: se besan y hasta ahí todo normal. A partir de aquí es cuando a los millenials deberían saltarnos las alarmas. El sueño americano, la cultura del 'si lo persigues, lo consigues' llega para desprender toda su carga simbólica pero no de la misma forma en los dos personajes. Aunque los dos enamorados, Mya y Sebastian (Ryan Gosling) se ven inmersos en la persecución de su sueño y en el dilema que - según nos muestra el filme - provoca tener que elegir entre éxito profesional o estabilidad en la pareja, es Mya quien acabará abandonando al bueno de Seb. Es en esta parte final de la película donde conocemos los detalles de la nueva vida de ella. Sabemos que tiene una hija y una niñera que se ocupa de ella, es existosa, anda con aires de diva y, sobretodo, ha rehecho su vida. De Sebastian sabemos poco. Tan sólo que ha cumplido su sueño de abrir un negocio. Sin embargo, ni un atisbo de su vida privada. Nada. Una nada y un vacío que parece indicar que él ha estado ahí quieto esperando mientras ella, ambiciosa, ha triunfado; ha rehecho su vida pero no es feliz. Un pequeño guiño de un par de minutos en forma de recordatorio llegado desde la imaginación de Mya nos ofrece una alternativa idílica de lo que podría haber pasado si la elección hubiese sido otra, si hubiesen permanecido felizmente juntos.

Lo que podría haber sido una versión revisitada de los musicales hollywoodienses de los años 50, una versión 2.0. de la máxima expresión del séptimo arte ha terminado siendo una repetición del mensaje que presiona más a unas que a otros: ¿es casual que el foco de la culpa de la ruptura recaiga más sobre ella? ¿Es casual que el triunfo de una mujer se ligue en este filme a la renuncia y la infelicidad, a la incompletitud emocional?

Deberíamos poder responder de forma individual a cada una de estas preguntas, pero personalmente considero que nuestra generación - llamémosla millenial, llamémosla X - debería de haber superado ya este tipo de asociaciones. Por eso, creo que antes de permitir que nos acuñen una narración como símbolo de nuestra generación es imprescindible que vayamos al cine, nos pongamos bien las gafas y miremos qué es lo que en el fondo se nos está diciendo.