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Estrasburgo, la ciudad esquizofrénica

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SociedadEUtopia: EstrasburgoEU-topia: Time to vote

El centro de Estrasburgo es tan bonito como tranquilo. La ciudad es sede del Parlamento Europeo y rebosa prosperidad, pero bajo esta fachada se esconde una cara más oscura. El paro juvenil está por las nubes, los problemas de drogas se han disparado, hay cientos de personas que dependen de los comedores sociales y muchos otros se ven obligados a emigrar para buscar una mejor vida.

El sol se pone sobre el río Ill, y los edi­fi­cios gó­ti­cos de ma­de­ra que ca­rac­te­ri­zan el cen­tro de la ciu­dad, de­cla­ra­do Pa­tri­mo­nio de la Hu­ma­ni­dad por la UNES­CO, se re­fle­jan en las aguas en calma. Se ve a jó­ve­nes andar en bici a lo largo de la ori­lla del río, y mu­chos de ellos con­ti­núan el paseo sobre las ca­lles ado­qui­na­das o beben cer­ve­za en uno de los mu­chos agra­da­bles bares del cen­tro. Es­tras­bur­go pa­re­ce tan ani­ma­da y enér­gi­ca de noche como lo es de día, y es que es una de las ciu­da­des eu­ro­peas con la po­bla­ción más joven. In­clu­so con un des­em­pleo ju­ve­nil que roza el 23% sigue sien­do una ca­pi­tal eu­ro­pea di­ná­mi­ca y mul­ti­cul­tu­ral. Pa­re­ce casi como si los miles de jó­ve­nes que aba­rro­tan la ciu­dad no tu­vie­sen pro­ble­mas. ¿Pero es esto ver­dad?

Aun­que su po­bla­ción sea de solo 272.000 per­so­nas, Es­tras­bur­go es sede de uno de los dos Par­la­men­tos Eu­ro­peos, acoge el Tri­bu­nal Eu­ro­peo de De­re­chos Hu­ma­nos y el Con­se­jo de Eu­ro­pa, ade­más de las mu­chas otras agen­cias de la Unión Eu­ro­pea que tie­nen su ofi­ci­na cen­tral allí. La ciu­dad está si­tua­da en un cruce de ca­mi­nos, en la fron­te­ra con Ale­ma­nia, así que sus ha­bi­tan­tes sue­len poder ha­blar fran­cés, ale­mán e in­glés in­dis­tin­ta­men­te, lo que la con­vier­te en una de las pocas ciu­da­des que puede pre­su­mir de ha­blar los tres idio­mas de tra­ba­jo de la UE. ¿Pero se sien­ten todos los ha­bi­tan­tes tan eu­ro­peos?

Tho­mas Bou­llu tra­ba­ja para SOS Aide aux Ha­bi­tants, una or­ga­ni­za­ción que ofre­ce ayuda legal a los jó­ve­nes que se en­fren­tan a pro­ble­mas con deu­das cre­cien­tes o la cri­mi­na­li­dad. Dice que quie­nes viven en subur­bios como Neuhof  "ni si­quie­ra saben qué es la UE", mucho menos las opor­tu­ni­da­des que ofre­ce. Con una vi­si­ta a Neuhof, que se en­cuen­tra a media hora hacia el sur en el fu­tu­ris­ta tran­vía de la ciu­dad, se puede apre­ciar lo di­fe­ren­tes que son las afue­ras del cen­tro. Es­ta­mos muy lejos del en­can­to fran­co-gó­ti­co me­die­val por el que se co­no­ce a Es­tras­bur­go, y se res­pi­ra la in­cer­ti­dum­bre. Está claro que el pres­ti­gio de Es­tras­bur­go no va más allá del cen­tro de la ciu­dad.

Neuhof es una de sus zonas más con­flic­ti­vas. Con el au­men­to del paro ju­ve­nil y la falta de ayu­das es­ta­ta­les para los me­no­res de 25 años, los jó­ve­nes están de­ses­pe­ra­dos y el trá­fi­co de dro­gas se ex­tien­de por este tipo de ba­rrios. En oc­tu­bre de 2012 arres­ta­ron a 26 jó­ve­nes por su par­ti­ci­pa­ción en una gran red de trá­fi­co de dro­gas que había to­ma­do el con­trol de Neuhof. "La res­pues­ta del tri­bu­nal fue con­de­nar a hasta 10 años a al­gu­nos de estos cha­va­les", co­men­ta Bou­llu, se­ña­lan­do que la ma­yo­ría de ellos tenía menos de 25 años y los sor­pren­die­ron con gran­des can­ti­da­des de droga (he­roí­na, can­na­bis, co­caí­na, etc.). Al­gu­nos ven­dían he­roí­na desde sus motos. El tri­bu­nal es "agre­si­vo" en este tipo de casos, con­ti­núa Bou­llu con voz seria.

"Estos casos son muy di­fí­ci­les", ex­pli­ca con tris­te­za. El pro­ble­ma está en cómo su­perar el sen­ti­mien­to de di­vi­sión y ais­la­mien­to que se­pa­ra estos ba­rrios de los más prós­pe­ros, que se en­cuen­tran más cer­ca­nos al cen­tro. "Las di­fi­cul­ta­des co­mien­zan a los 15 años", ex­pli­ca, "cuan­do los cha­va­les de­ci­den que no pue­den o no quie­ren se­guir es­tu­dian­do. In­ten­tan bus­car prác­ti­cas, pero si no tie­nen éxito están con­de­na­dos al fra­ca­so", y su vida con­ti­núa cues­ta abajo mien­tras acu­mu­lan deu­das, in­se­gu­ri­da­des e ines­ta­bi­li­dad, lo que les lleva a si­tua­cio­nes de­ses­pe­ra­das.

Bri­git­te Lud­mann tra­ba­ja en Ré­seau Ex­press Jeu­nes, una or­ga­ni­za­ción que ayuda a los jó­ve­nes a en­con­trar tra­ba­jo en Ale­ma­nia. La re­gión de Ba­den-Wur­tem­berg está a solo 45 km de dis­tan­cia y tiene una tasa de des­em­pleo ju­ve­nil de solo un 2,8%. Lund­mann sus­pi­ra al ex­pli­car que las di­fi­cul­ta­des a las que se en­fren­ta la ju­ven­tud ac­tual les lle­van a bus­car cual­quier opor­tu­ni­dad por el sim­ple hecho de tener algo que hacer. "Al co­mien­zo de la cri­sis te­nía­mos que bus­car can­di­da­tos y ahora te­ne­mos que re­cha­zar so­li­ci­tu­des". Los pro­gra­mas de la UE que ofre­cen opor­tu­ni­da­des a los jó­ve­nes para prác­ti­cas de corta du­ra­ción en em­pre­sas ex­tran­je­ras no siem­pre ter­mi­nan con una ofer­ta de tra­ba­jo, "pero es un pri­mer paso hacia la mo­vi­li­dad a otros paí­ses, cul­tu­ras e idio­mas, ade­más de que ayuda mucho a mo­ti­var a la gente y a me­jo­rar su au­to­es­ti­ma", se­ña­la Lund­mann.

Pero tam­bién ad­mi­te que a los jó­ve­nes no se les hace fácil mar­char­se, y no solo por la be­lle­za de Es­tras­bur­go. "Las ba­rre­ras cul­tu­ra­les son las que di­fi­cul­tan el pro­ce­so. El hecho de que el idio­ma sea dis­tin­to y que el di­ne­ro afec­te la per­cep­ción de lo que es irse al ex­tran­je­ro, tam­bién". Añade con tris­te­za que los jó­ve­nes de campo son quie­nes se vuel­ven más na­cio­na­lis­tas y creen que lo mejor sería salir de la UE.

Fren­te a uno de los edi­fi­cios más do­mi­nan­tes y ma­jes­tuo­sos de Es­tras­bur­go, el Pa­la­cio Rohan, se en­cuen­tra algo ines­pe­ra­do. Lund­mann me dice que deje el cua­derno y el boli cuan­do en­tra­mos en el co­me­dor so­cial de L’Étage, una or­ga­ni­za­ción con 30 años de ex­pe­rien­cia que ayuda a los jó­ve­nes des­em­plea­dos o sin­te­cho. 45 tra­ba­ja­do­res y 30 vo­lun­ta­rios pro­por­cio­nan co­mi­da y ayu­dan con el alo­ja­mien­to a los jó­ve­nes de entre 18 y 25 años que de un día para otro se han que­da­do sin nada. Re­ci­ben un plato de co­mi­da ca­lien­te con una mez­cla de ali­vio y de­ses­pe­ra­ción en los ojos. No se sabe si es el ham­bre o la vergüenza lo que les hace con­cen­trar­se aten­ta­men­te en sus pla­tos, pero aun así ofre­cen una ama­ble son­ri­sa a quie­nes se sien­tan a su lado. Pa­re­cen man­te­ner­se in­creí­ble­men­te tran­qui­los y de buen humor, te­nien­do en cuen­ta las di­fi­cul­ta­des a las que se en­fren­tan.

"Aquí siem­pre te sor­pren­des", me dice Lund­mann mien­tras sa­lu­da a los vo­lun­ta­rios. "No vie­nen solo quie­nes no tie­nen for­ma­ción, tam­bién hay gente con es­tu­dios que ter­mi­na en estas con­di­cio­nes sin saber por qué". La or­ga­ni­za­ción ayu­da­ba a 40 jó­ve­nes cuan­do em­pe­zó, pero ahora man­tie­ne a entre 600 y 1.000 per­so­nas.

Paseo a lo largo de la ori­lla del río mi­ran­do a los cis­nes que se des­li­zan sobre el agua. Me guío por la om­ni­pre­sen­te ca­te­dral que so­bre­sa­le entre los ex­tra­or­di­na­rios edi­fi­cios, con cui­da­do de no ser atro­pe­lla­do por una de las cien­tos de bicis que deam­bu­lan por el cen­tro, y pa­re­ce obvio por qué los jó­ve­nes es­co­gen que­dar­se en Es­tras­bur­go. Solo hace falta que los eu­ro­dipu­tados que se reúnen en los im­po­nen­tes edi­fi­cios si­tua­dos a pocos ki­ló­me­tros voten una di­rec­ti­va que cree em­pleos, en lugar de sim­ple­men­te obli­gar a la ju­ven­tud a aban­do­nar sus ho­ga­res para bus­car algo mejor en otro lugar.

Este re­por­ta­je forma parte de la edi­ción de Es­tras­bur­go del pro­yec­to de EU­to­pia: Time to Vote. El pro­yec­to está co­fi­nan­cia­do por la Co­mi­sión Eu­ro­pea, el Mi­nis­te­rio de Asun­tos Ex­te­rio­res de Fran­cia, la Fun­da­ción Hip­pocrène y la Fun­da­ción evens.

Translated from Strasbourg: The Schizophrenic City