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Vladímir Kaminer: “Me importa un bledo ser un ruso modelo”

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Autor talentoso pero también mariposa nocturna de las noches berlinesas, el efervescente ruso Wladimir Kaminer, de 40 años, ha sabido reciclar el fantasma “estálgico” mejor que nadie.

“Una infancia en la ex-URSS bastaría para transformar a cualquiera en escritor”. La ocurrencia la firma Vladímir Kaminer. Auténtico niño mimado de los medios más allá del Rin, este ruso de mirada de gato no está lejos de tener siete vidas: es a la vez escritor de moda, icono de la escena alternativa berlinesa, organizador de saraos modernos o candidato aspirante a la alcaldía de la capital alemana. Un metomentodo con talento, que jura no tomarse en serio a sí mismo, Kaminer escribe en alemán y vive en el corazón del barrio bohemio de Prenzlauer Berg. Como hombre de prensa prudente, ameniza con regularidad las columnas de los diarios alemanes con su pluma sumergida en el espíritu de la época. ¿Un modelo de integración? “Me importa un bledo ser un ruso modelo”, declara irritado. “Esta etiqueta forma parte de la división periodística de la humanidad."

Canalla soviético

Nacido en Moscú en 1967 en el seno de una familia judía rusa, Kaminer siguió, en un principio, estudios de teatro. “El hecho de pertenecer a una minoría daba a algunos el derecho a ciertas ventajas en la URSS: con el sistema de cuotas, pude seguir cursos de arte dramático más fácilmente que cualquier otro”. Jugador juerguista y buscavidas, después de una brillante carrera de “parásito social”, decidió salirse por la tangente. En 1990, la URSS culminó su perestroika. El sistema soviético colapsó, muchos de sus compatriotas aprovecharon la libertad de movimiento inducido por los primeros sobresaltos del régimen para hacer sus maletas y coger la puerta hacia otro país: ninguna necesidad de pasaporte ni de visado para salir corriendo.

Kaminer tiró hacia Alemania, rumbo a Berlín. “No fui yo, sino Rusia la que me abandonó a mí”, lanza seguro de sí mismo. Después de la caída del muro, las reliquias de la RDA forman un vasto terreno de juego virgen, propicio a la creatividad y la expresión inesperada de numerosos artistas acallados durante decenios. Todo está por descubrir, por inventar, por crear. “La vida es una broma, pero no todo el mundo puede reírse de ella”.

No es hasta después de 8 años instalado en Alemania junto a su mujer y sus dos hijos cuando Kaminer, apuesto treintañero, se lanza a la escritura. “Al principio tenía muy poco conocimiento de la lengua alemana, pero siempre he adorado contar historias”. Al principio, son lecturas que se enlazan junto a otros jóvenes durante las “Berlín slam sessions” [competiciones de improvisación rimada].

En 2001, sale a la luz su primera obra Música militar: las confesiones de un niño del siglo soviético. Kaminer dio en el blanco de inmediato: estilo rotundo, tono autobiográfico y toques surrealistas. Primer libro, primer éxito, mientras Alemania nada en plena ostalgie (término que hace referencia a la nostalgia por la vida en la antigua Alemania del Este). Todo o casi todo el mundo ha visto Good Bye Lenin y la ropa retro se la rifan en los mercadillos de Kreuzberg.

¿Qué es el talento sin las circunstancias? “Yo creo que mi éxito no está ligado a mis orígenes sino a mis cualidades literarias”, insiste. “Intento comprender a la gente. Los lectores sienten que soy de una honestidad radical en mis escritos”. En literatura, este perturbador se niega a andarse con rodeos. “No como esos escritores franceses, por ejemplo, que fingen sentimientos. No hay que contar cuentos de Navidad.”

“Ostálgico” oportunista

Otro tanto ocurre con sus relatos pintorescos y sarcásticos sobre los contrastes y desgracias de la Unión Soviética. ¿No teme dar una imagen positiva del comunismo? “No hay que exagerar ni disminuir el sufrimiento”, explica, sibilino. “El mundo debería besar los pies de los rusos por haber probado al mundo que esta ideología no funcionaba. Han hecho una prueba de heroísmo.”

Kaminer finge ser el primer sorprendido por el regreso de la ostalgie. Después de 6 años, no es sólo el autor de moda, sino improvisado DJ, organizando de fiestas Russendiscos dos veces al mes en el Café Burger. Son veladas aderezadas con pop del Este, entre polka rusa y orquestas militares, llenas de folclore socialista. “Al principio, se trataba de pasarlo bien con los amigos de manera un poco alternativa, algo nostálgica”, recuerda diletante. Harto, estas veladas se convirtieron más tarde en cita obligada de los noctámbulos “perdiendo al mismo tiempo su lado underground”. “Es extraño darse cuenta de hasta qué punto la gente conoce tan poco nuestra vida”, apunta Kaminer. “Nosotros sabíamos más sobre el oeste que el oeste sobre nosotros”.

Bajo un paso desenvuelto, a la Rusia emigrada le gusta jugar con su conciencia política. “Está claro que es necesario comprometerse y combatir en política. Si no, nos adocenamos. Toda la literatura es el producto de una maduración política”. Kaminer pretende aspirar a la alcaldía de Berlín en los pr´ximos comicios. Para él, el G8 es “un jardín de infancia”. En cuanto a su Rusia natal, deplora que “el país no haya conseguido separar la economía de la política. Después de haberlo comprado todo, las oligarquías han querido también adquirir el poder político, el Estado. El único medio para dar seguridad a las instituciones era recurrir al KGB. Es lo que ha hecho Putin, sin derramar ni una gota de sangre.

Europa sigue siendo un asunto que le “apasiona”. “Es cierto que me he perdido el desmantelamiento de la URSS”, retoma, “pero formo parte de un camino hacia la Unión Europea. Aunque incierto, el futuro de la Unión me parece mucho más excitante que el porvenir de la dictadura en Turkmenistán”. El porvenir es otra historia. “No quiero excluir las buenas sorpresas en la construcción europea. El optimismo es una ideología de Estado. Si no, está hecha para los imbéciles.”

Translated from Wladimir Kaminer : « Je m’en fous d’être un Russe modèle »