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¡Socorro, se me han caído las opiniones públicas!

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Los intereses sectoriales y las dudas de los respectivos gobiernos han hecho que se deshinche el entusiasmo de las opiniones públicas del Este respecto a la ampliación. Un dato a tener en cuenta con vistas a eventuales referenda.

En 1984 el escritor checo Milan Kundera se refirió, desde su exilio parisino, al “grito” que se alzaba desde Europa Central. El expansionismo soviético y el totalitarismo de los regímenes comunistas la habían separado artificialmente de la historia de la civilización europea, de la que formaba parte integrante. Se la habían, decía, “arrancado”.

Cuando aquellos regímenes explotaron desde el interior, pareció claro para los pueblos de aquellos países que la dirección que había que tomar era la de la reunión con “Europa” y con las instituciones internacionales que habían traído consigo prosperidad y seguridad. Por supuesto, había una cara oscura: había que ceder la independencia política que se acababa de conquistar a un nuevo centro lejano de poder, esta vez Bruselas, o padecer una especie de “comisariamiento” por parte de las instituciones europeas, siempre dispuesta a castigar a los alumnos indisciplinados. Pero el sacrificio merecía la pena, y la mayoría, tanto de la de gobierno como la de la opinión pública, pareció convencida de que era una elección acertada.

El efecto fortaleza

¿Pero acaso los ciudadanos que ya eran “europeos” de pleno derecho esperaban con los brazos abiertos a sus hermanos siameses “arrancados”? Hay signos que tienden a ofrecer respuestas en ambos sentidos. Para entenderlo, podemos referirnos a la división que el economista Baldwin propuso a principios de los años noventa para explicar la actitud de los gobiernos frente a la perspectiva de la ampliación. En su opinión, a favor había razones de “alta política”, concretamente completar con lógica histórica el diseño comunitario, sin olvidar la estabilización de la región central y oriental del continente a través de la difusión de la democracia y las libertades económicas. Se oponían a éstas razones de “baja política” y de economía, concretamente la oposición de grupos de intereses bien estructurados y representados tanto en Bruselas como en las capitales nacionales. Los agricultores, por ejemplo, veían el ingreso de países mucho más pobres como una amenaza para las importantes rentas que obtenían de Bruselas; los sindicatos, por su lado, temían la llegada de mano de obra barata.

Un sondeo detallado realizado por Eurobarometro en la primavera de 2002 hacía constar una cierta extrañeza respecto al proceso de ampliación por parte de los ciudadanos de los quince Estados miembros, como si no fuera con ellos. Ciertamente, las motivaciones que hemos llamado de “alta política” gozan de amplia aceptación. Sin embargo, aunque el ciudadano medio de la actual Unión Europea piense que su calidad de vida no se verá afectada por la adhesión de los países candidatos, se puede notar un cierto “efecto fortaleza”. Sólo en cuatro países más del 10% de los encuestados declara que la ampliación traerá consigo nuevas oportunidades, ya sean laborales, de viaje o de potencia (con una Europa más escuchada en el mundo)

¿Se acuerdan de Irlanda?

En cambio, los que ven con escepticismo el proceso son claramente sensibles a las motivaciones que hemos clasificado como económicas. Sus temores se centran sobre la pérdida de oportunidades de trabajo y el aumento del paro. En términos generales sólo el 40% cree que habrá más beneficios que sacrificios. Y, por último aunque no menos importante, sólo el 43% cree que la ampliación hará que la Unión pese más en las relaciones internacionales.

La amplia mayoría de los ciudadanos declara estar informado sobre este proceso a través de la televisión. Pues bien, ¿qué han visto en los últimos meses o en el último año? En Italia, han visto al ministro de finanzas explicar que la ampliación sustraerá fondos para las regiones del Sur. En Alemania y Austria, han visto cómo la clase política en bloque se lanzaba en una batalla para limitar la libertad de los “nuevos europeos” de instalarse en sus países. En Francia, han visto cómo un ex-Presidente de la República ponía en guardia contra el destructivo peligro representado por el ingreso de Turquía (que es, según el 39% de los encuestados, futuro miembro de la Unión) y cómo el Presidente actual cargaba contra Polonia por ingratitud. A cambio de los fondos que los agricultores franceses están dispuestos a darles, ¡Varsovia compra aviones americanos en lugar de los Tornado “made in France”! Y no sólo eso: debilita la posición común que Europa (es decir el dueto franco-alemán) había adoptado sobre Irak, para apoyar, junto a otros candidatos, la posición anglo-americana.

No sería de extrañar que nuevos datos mostrasen un descenso del apoyo a la ampliación. Después de todo, corresponde a las elites y a los gobernantes explicar sus decisiones a los ciudadanos. Si no lo hacen, nada garantiza que, como respuesta a la firma que de todas formas tendrá lugar en Atenas el próximo 16 de abril, las opiniones públicas de los países miembros responderán con un caluroso abrazo ¿Se acuerdan de Irlanda?

Translated from Aiuto! Mi si è sgonfiata l’opinione pubblica!