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¿Renace Argentina?

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SociedadPolítica

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Un país impredecible. Este cronista, argentino residente en España, dudó mucho antes de aceptar la propuesta de escribir esta nota. Cuatro meses atrás publicaba, aquí en Babel, “Crónica de una dependencia”, donde explicaba, lleno de dolor, de que modo la clase dominante argentina y sus apéndices políticos habían colaborado al vaciamiento del país por estados y empresas extranjeras. Hoy, aunque la situación sigue siendo crítica, parece existir un cambio en la relación de fuerzas, un nuevo sentido común, más favorable para la construcción de instituciones sólidas y la redistribución de la riqueza. Un presidente inesperado, en tan solo un mes, se ha ganado el apoyo del progresismo, sea este del signo partidario que sea pero, mejor aún, de aquellos ciudadanos que habían hecho del escepticismo un culto. Analizar lo que sucede en Argentina resulta siempre difícil, intentar predecir algo de lo que allí sucederá es simplemente una quimera. El país es la prueba irrefutable de lo que ningún texto de ciencia política afirma, pero suelen comentar los realpolitikers, en charlas de café: en política, uno más uno casi nunca es dos. Y eso es lo fascinante. Conviene observar los aspectos sociales, políticos y económicos por separado, deteniéndose en el estado actual de las cosas tanto como en las posibles direcciones que estas puedan tomar.

Suicidio a la argentina

Lo social. Antes y después de diciembre 2001. Argentina saltó a las pantallas de los noticieros del mundo en esa fecha, cuando la recesión licuó el poder de un gobierno que, de la mano del FMI y sus políticas fiscales, decidió suicidarse para salvar a banqueros y financistas. La opinión pública internacional se sorprendía de ver, en un país supuestamente rico, una clase media empobrecida protestando en la calle, al tiempo que los medios privados hablaban de anomia y caos, pero no de cómo se había llegado allí. Durante la década pasada, la de las privatizaciones y el endeudamiento constante, la sociedad civil argentina, tan dinámica en otros tiempos, se desintegró. Cedió ante el canto de la sirena y, fascinados por la posibilidad de consumo que daba una moneda fuerte, muchos argentinos se desentendieron de los asuntos públicos y dejaron que se debilitara el tejido social. Aún en las primeras etapas de la crisis, había ciudadanos que creían en el éxito individual en medio de la tormenta. Diciembre de 2001 fue un punto de inflexión. La transferencia de riqueza fue tan grosera que nadie pudo permanecer ajeno. Por supuesto, esto no significaba una Argentina pre revolucionaria, como algunos sostenían, pero sí que la sociedad civil comenzaba a recuperar su admirable dinamismo de otros tiempos. Algunos dejaron de manifestar cuando estuvo claro el destino de sus ahorros o cuando descubrieron que para organizarse y hacerse oír, en política se requieren esfuerzos mucho más grandes que el de salir a la calle. Pero muchos otros crearon asambleas barriales, comisiones de desocupados, asociaciones, comedores, periódicos vecinales o pusieron en marcha fábricas cerradas. Y volvieron a opinar en voz alta sobre los asuntos públicos y a ejercer sus derechos. Desde entonces, cualquier mandatario sabe que gobernar de espaldas al pueblo implica serios riesgos.

Efecto Ernesto

Lo político. Tanto y tan poco. Nuestro presidente llegó al cargo aprovechando un hueco entre los dos caciques del Partido Justicialista, Menem y Duhalde, que a lo largo de una década han jugado a destruirse mutuamente a cualquier costo. El apoyo de uno para la campaña y el miedo a la paliza electoral del otro (se retiró del ballotage porque las encuestas le anunciaban un castigo tipo Le Pen) no eran los mejores antecedentes directos. Sin embargo, más atrás en el tiempo, su trayectoria es más que digna, por lo que no deberían sorprender tanto sus primeras medidas. Pasar a retiro a los jefes militares con cuentas pendientes en materia de derechos humanos, no renovar el contrato de privatización a empresas que hayan incumplido su parte de inversiones, exigir al director del FMI una autocrítica por el papel del organismo en el país, lanzarse con todo contra los nichos de corrupción en el estado y acelerar la construcción del Mercosur son, por ejemplo, cosas que en otro país resultarían lógicas y esperables. Pero luego de tanto desgobierno, la idea de que el aparato estatal esté realmente al servicio de los intereses nacionales y del pueblo argentino, es una feliz sorpresa. No se debe olvidar tampoco que el gobierno está atacando intereses muy poderosos, que podrían intentar algún tipo de contraofensiva. Será ese el momento de poner a prueba la madurez del pueblo argentino. Mientras tanto, celebremos estos primeros pasos en la recomposición del contrato social y de los lazos entre ciudadanos y mandatarios.

La paradoja del salvavidas

Lo económico. La cuenta pendiente. Desde la devaluación, hace dieciocho meses, se ha iniciado un lento y trabajoso período de aliento a la sustitución de importaciones –que destruyeron millones de empleos en la etapa anterior-, especialmente en los rubros en los que no se requiere una gran inversión. Y las exportaciones argentinas, esencialmente agrícolas, se han vuelto más competitivas, aunque siguen chocando con los subsidios de la UE a sus productores. El turismo receptivo es la otra industria que ha florecido. Pero esto tiene un techo claro y definido. Estas actividades crean empleo muy lentamente. A ese paso, haría falta una década para volver a los niveles de empleo y crecimiento anteriores al estallido... Y el hambre no espera. El país necesita una industria capaz de crear valor agregado y competir en el mundo. Pero para ello hará falta crédito, algo que en Argentina no hay, porque el sistema financiero ha colapsado, precisamente por seguir indicaciones del FMI. El organismo internacional se empeña en proponer ajustes fiscales, los mismos que desataron las crisis asiáticas de 1997 y 1998, que luego se extendió a Rusia, los mismos que hicieron estallar el modelo argentino en 2001, como condición para dar crédito... justo ahora que el país muestra signos de recuperación. Imaginemos que en medio de un naufragio el capitán nos dice: “te doy un salvavidas sólo si prometes no usarlo y ahogarte tu mismo”. ¿Volverían a escucharlo cuando acaban de llegar a la playa y apenas logran respirar?

Sudamérica en la multipolaridad

Consciente de esta dificultad, el presidente argentino intenta construir una alianza estratégica con Brasil y Venezuela –cuyo ingreso al Mercosur se está tratando-, mientras espera que Tabaré Vázquez, candidato del centroizquierdista Frente Amplio, sea electo en Uruguay. El peso específico que semejante bloque puede tener en las negociaciones, aún frente a organismos como el FMI, es muy superior al de los países en negociaciones bilaterales. La buena noticia para Europa es que, si esta iniciativa progresa, los habitantes de la Casablanca tendrán que archivar definitivamente el proyecto del Area de Libre Comercio de las Américas y que el intercambio entre ambos bloques –UE y Mercosur- puede resultarle muy provechoso. Para ello es necesario que Europa decida si quiere un mundo multipolar o no, y si está dispuesta a asumir las responsabilidades que ello implica.

Aunque hay motivos para mostrarse optimista, es difícil imaginar cual será el escenario en Argentina en el futuro. Tan difícil como dejar de mirar ese billete de avión, que me devolverá a mi ciudad en unas cuantas semanas. Ya saben, el entusiasmo es contagioso. Uno más uno no es dos.