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Paula Bonet: "Ya no nos permitimos disfrutar o sufrir del aquí y ahora"

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Cultura

A medio camino entre la nostalgia y el optimismo, la serenidad del azul y la fuerza del rojo nos atrapan en el universo creativo de Paula Bonet, la ilustradora valenciana que ha encontrado en Internet la mejor galería para acercarse al público. Con ella hablamos de casas sin brazos, gambas de papel y de su nuevo libro, escrito e ilustrado íntegramente por ella. 

Con­tem­plar una ilus­tra­ción de la afa­ma­da Paula Bonet es ojear­se a uno mismo y en cier­tas oca­sio­nes, per­ma­ne­cer para re­fle­xio­nar­se. Que­dar­se in­mó­vil fren­te a un es­pe­jo en el que una mujer re­mien­da un co­ra­zón, el suyo, al que pide que no se acabe nunca y otra anuda a sus ca­be­llos ro­ji­zos otros, tam­bién lar­gos pero más os­cu­ros, que acaba de en­con­trar, por ac­ci­den­te, en la ducha de su casa. "La can­ti­dad de imá­ge­nes que con­su­mi­mos dia­ria­men­te y la ve­lo­ci­dad a la que todo su­ce­de no nos per­mi­ten parar un mo­men­to y dis­fru­tar –o su­frir, o sim­ple­men­te ser cons­cien­tes– del ahora y aquí", ase­gu­ra Paula Bonet (Vi­la-real, 1980), que acaba de pu­bli­car su pri­mer libro ín­te­gra­men­te re­la­ta­do y di­bu­ja­do por ella.

Aun­que hace tiem­po que tra­ba­ja con imá­ge­nes y texto sobre el mismo so­por­te, "in­ten­tan­do que uno y otro se ne­ce­si­ten", en Qué hacer cuan­do en la pan­ta­lla apa­re­ce The End (Lun­werg Edi­to­res, 2014) ha dado por fin rien­da suel­ta a sus dos pa­sio­nes ar­tís­ti­cas para "tejer algo menos in­me­dia­to, más cul­ti­va­do, donde las ilus­tra­cio­nes y la li­te­ra­tu­ra se fu­sio­nan y crean un todo más con­sis­ten­te", cuen­ta. "Puede que sí, quizá en esta obra haya im­plí­ci­ta una li­be­ra­ción na­rra­ti­va", re­ma­ta la au­to­ra para la re­vis­ta Ca­fé­Ba­bel.

Casas sin bra­zos, gam­bas de papel y océa­nos de tris­te­za

Las minas 0,5 mi­lí­me­tros, la tinta china o las pin­ce­la­das de acua­re­la agua­ma­ri­na y roja, que tanto sin­gu­la­ri­zan el es­ti­lo de Bonet, re­vis­ten cada una de las cua­ren­ta his­to­rias que al­ber­ga este libro.

Al­gu­nas nos­tál­gi­cas como la de aque­lla casa a la que pa­re­ce que le han ampu­tado un brazo por­que ya no estás, otras enig­má­ti­cas como la de la mujer que acos­tum­bra­ba a pedir mesa para uno y que fi­nal­men­te in­tu­yó qué cara y qué son­ri­sa tenía la per­so­na que ocu­pa­ba el asien­to vacío de en­fren­te, o aún más, ocu­rren­tes y sa­la­das como la de ese niño al que de tanto como le gus­ta­ban las gam­bas, ter­mi­nó co­mién­do­se una de papel. Bonet con­fie­sa que le cues­ta de­ci­dir­se entre sus pro­pios di­bu­jos, quizá "ha­cien­do un es­fuer­zo" y de­ján­do­se lle­var por su fa­ce­ta "más ín­ti­ma", po­dría se­lec­cio­nar la ilus­tra­ción del per­so­na­je mas­cu­lino de Cómo cru­zar un río (re­la­to nº 12) ya que per­so­ni­fi­ca a un "amigo que des­a­pa­re­ció antes de tiem­po" y al que, siem­pre que puede, le gusta re­cor­dar. La mujer inun­da­da por el océano y los ani­ma­les que en él ha­bi­tan de la pieza Llo­rar mares y que se te que­den den­tro (re­la­to nº 36) es otra de sus pre­di­lec­tas. "Esta ilus­tra­ción inau­gu­ró una nueva etapa de mi obra", ex­pli­ca. Pese a que su for­ma­ción ar­tís­ti­ca se había cen­tra­do en la pin­tu­ra al óleo y el gra­ba­do -cal­co­grá­fi­co, xi­lo­grá­fi­co y li­to­grá­fi­co-, fue a par­tir del año 2009 cuan­do se lanzó a ex­pe­ri­men­tar en el campo de la ilus­tra­ción. Los lien­zos le ca­du­ca­ban. "Hacer imá­ge­nes era mi ma­ne­ra de co­mu­ni­car­me con al­guien y ne­ce­si­ta­ba ganar tiem­po. No podía de­di­car­le tres días a una idea que ex­pre­sa­ba algo que me pa­re­cía im­por­tan­te en ese mismo ins­tan­te", se­ña­la.

Entre la se­re­ni­dad y la fuer­za

Casi de in­me­dia­to em­pe­za­ron a aso­mar­se los tra­zos que tanto evi­den­cian los tra­ba­jos de Paula Bonet, el uso de los tonos rojos, que ella misma aso­cia a la "san­gre, la vi­ta­li­dad y a la fuer­za" o de­li­ca­de­za de cada de­ta­lle, como el cui­da­do con el que per­fi­la el ca­be­llo de las pro­ta­go­nis­tas de sus obras. Sin em­bar­go, sos­tie­ne que le cues­ta teo­ri­zar sobre sus crea­cio­nes pero que, aún así, la ma­yo­ría de desen­la­ces for­man más parte de la forma que del con­te­ni­do. "Cuan­do di­bu­jo in­ten­to con­tar una his­to­ria, el tema del es­me­ro en el pelo, por poner un ejem­plo, es del todo anec­dó­ti­co", ob­ser­va.

Cuan­do la vi­la-realen­se pu­bli­ca una de sus imá­ge­nes en las redes so­cia­les, las reac­cio­nes no se hacen de es­pe­rar. Esta misma se­ma­na, 814 likes a los tres se­gun­dos de haber com­par­ti­do el bo­ce­to para un pós­ter en su cuen­ta de Ins­ta­gram. "In­ter­net no es la mejor ga­le­ría de arte en la que he po­di­do ex­po­ner mi obra, pero sí es la que más me ha acer­ca­do al pú­bli­co", acla­ra. "La Red ha con­se­gui­do que toda la es­truc­tu­ra de las ga­le­rías tal y como yo la en­ten­día cuan­do es­tu­dia­ba Be­llas Artes, tam­ba­lee y deba rein­ven­tar­se", ma­ti­za.

Es esta nueva ge­ne­ra­ción de crea­do­res, en la que Paula Bonet des­ta­ca par­ti­cu­lar­men­te, la que po­dría au­gu­rar un cam­bio de pa­ra­dig­ma en las en­tra­ñas del Arte. La que quizá pon­drá punto y final al eli­tis­mo que siem­pre ha es­ta­do li­ga­do a esta dis­ci­pli­na.