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Pararse un segundo para preguntarse: ¿Qué es el arte?

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Barcelona

Escrito por Cristina Parapar  El arte es un bar con sillones rojos, pipas manidas, coches antiguos y saxofones en vilo. Beben poemas de vasos teñidos de miseria y descoloridos. Paredes en llamas, pianistas en trance que susurran bemoles y sostenidos. Todo eso es el arte.

Son historias que perfilan Velázquez, Renoir, Matisse o Picasso.

Transeúntes fornidos sin sombreros de copa, con los brazos atados a la espalda y de capa caída. Son pinceladas que navegan por ríos de tinta. Se apoyan en columnas de ideales inquebrantables y paran el tráfico. El arte es un adagio expresivo, un cuadro ad libitum o una pluma andante. Son trompetas que socorren de prisiones y celdas, violines que luchan contra compases de tres por ocho y cuatro por cuatro, y son batutas que acarician el aire. Son Bach, Beethoven, Satie y Malher jugando una partida de cartas, apostando sinfonías o verbos. El arte es abulia que como rocas chocan contra el suelo.

Son árboles de metal y amaneceres de cobre. Son entierros en Ornans que recorren el mundo o nenúfares que se convierten en hitos. Son rayos que iluminan lienzos de Monet y estandartes que se clavan en grandes barcas de la libertad guiando al pueblo.

Son también fresas salvajes, inocencia en peligro de extinción. Son esos rompecabezas de piezas interminables que Bergman no encuentra. Son recuerdos cautivos que Fellini roba y proyecta. El arte es un ladrón de lágrimas y silencios. En un pasillo oscuro es el que te espera en la esquina. Entorna los ojos, apaga las antorchas y te observa. Es el elixir maravilloso, el brebaje de Schubert que recompone la Sinfonía inacabada.

El arte es la trompeta de Sidney Bechet que acompaña largos paseos por París. En los campos Elíseos son las barandillas de balcones que sonríen. Son pintores callejeros y carmín de la Belle Epoque. El arte es una mujer elegante, vestida de negro que se contonea por grandes avenidas. Ataviada con sus mejores galas se empolva la nariz y se sienta en una terraza.

No obstante, casi sin darte cuenta, puede convertirse en un valiente caballero que enfunda su espada y te cubre la espalda. Puede enfrentarse a ejércitos, empuñar una pluma, una viola o un verbo y conquistar territorios antes ocupados.

Afortunadamente el arte es el telón que nunca se cierra. Son camerinos que esperan coches de caballos y diseñan atrezzos con fatídicos secretos. Como una serenata nocturna el arte te mira y te escucha. No te deja beber solo, es la musa que te agarraría de la mano si pudiera.

En definitiva, el arte son esas manchas que dan vida a negras con puntillo y que se sientan en tu mesa cuando nadie más te acompaña. Son los brochazos de nostalgia viva en lienzos de esperanza ya muerta. El arte es un contador de historias que escribe con lágrimas y recuerda en cenizas. Un contador de historias que olvida sus pergaminos raídos y crea literatura con sonidos y música con versos.