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Otro mundo es posible, pero empieza en Navidad

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Avinagrados del mundo, uníos y combatid el espíritu navideño. Luchemos contra el consumismo con mala leche. Seamos serios: el mundo está muy mal y la culpa es de las Navidades.

Confieso que tengo severas limitaciones económicas, así que voy a celebrar las Navidades de la única forma posible: con energía, ilusión, utopía, corazón, imaginación y colores. En definitiva: con ganas de cambiar el mundo.

No confundamos valor y precio

Lo principal es no confundir en estas fechas valor y precio. El regalo navideño ha dejado de tener sentido porque se entiende como una obligación, una imposición social. Pero los criticados regalos son en realidad un test de autoestima. Regalamos para que nos quieran y pensamos que regalando caro, nos querrán más. Craso error. (Por favor, que estas líneas no desanimen a amigos y familiares si quieren hacerme regalos caros).

Comprar o no comprar no es la cuestión, hay una amplia y variada gama de posibilidades para homenajear y mostrar nuestro afecto: venzamos la tentación de comprar todo con dinero, ¡seamos creativos!.

Imaginación, cierto carácter subversivo y paquetes divertidos hacen de los regalos baratos éxitos seguros. Se pueden incluir cartas, poesías, picasianos dibujos, y realizar locas declaraciones de amor no correspondido a un tal mister XL. Lo importante no es sólo que guste el regalo, hay que pasarlo bien al decidir qué regalar y cómo presentarlo.

La familia: ¡socorro!

Para evitar daños colaterales fruto de la sobredosis familiar deben tomarse medidas preventivas y desarrollar técnicas de aislamiento ante comentarios y conversaciones no deseadas.

Para no sufrir un acoso en la mesa del tipo Bridget Jones propongo, para solterones como yo, una doble estrategia. Lo primero es llenar siempre bien los platos, en especial en los postres, y contra el “reseco” poner en la mesa suficientes botellas como para tumbar a 10 estudiantes erasmus en una party fin de curso. Es decir, muchas botellas. Y luego, para alejar los temidos comentarios del tipo “a ver si el próximo año nos das la sorpresa y te echas novio” (que no me tienten, a ver si voy a sentar a un pobre en la mesa la próxima Navidad), nada como un CD con villancicos y unos bailes. No olvidemos que “la música amansa a las fieras”.

Las Navidades no necesitan héroes

Ya anuncian los institutos nacionales de estadística que la cesta de la compra subirá un 30% esta Navidad, por lo que una partidaria como yo del slow food tendrá que comer aún más despacio para saborear los escasos manjares que podrá permitirse. No importa, así evitaremos gastar en dietas lo que antes hemos gastado en comidas, seamos positivas. Creo en las virtudes del minimalismo gastronómico: menos (comida) es más (diversión); las cenas no serán copiosas y eso nos permitirá estar animadísimos con sólo dos copas de vino. Conclusión: ahorraremos en copas.

Como con los regalos, lo importante no es lo que hay en el plato. El principal ingrediente de las cenas y reuniones familiares lo llevamos nosotros: el buen humor. Y si no apetece ir a las cenas, no nos sacrifiquemos inútilmente, aprendamos a decir “no”. Una ausencia es mucho mejor que una incómoda presencia. Las Navidades no necesitan héroes, sino concordia.

Solidaridad y sutil venganza

No soy una santa pero sufro en ocasiones súbitos ataques solidarios que se agravan en Navidad. ¿Voy a renunciar a ellos sólo porque estemos en Navidad? Reconozco que, a veces, el saludo o atenciones a una persona que considero sumamente antipática es una sutil venganza. Me enternece ver cómo esas personas -que de habitual no hablan, sino ladran- se ven obligadas a sonreír y ser amables.

Cada 5 de enero nos reunimos los amigos en una fiesta en mi casa para despedir las Navidades. En 2005, y para ayudar a las víctimas del tsunami, recogimos fondos para una ONG y desde entonces es una tradición. Celebramos la Navidad, pero no somos ajenos al dolor, carencias y sufrimiento de millones de personas volviendo a ser niños otra vez.