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No existe Europa sin opinión pública europea

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Sociedad

Cafebabel estrena su versión polaca con un artículo de Jacek Zakowski, cofundador del diario polaco Gazeta Wiborcza En él, el periodista y publicista polaco escribe sobre el papel que juegan los medios de comunicación en el desarrollo de una "opinión pública europea".

Mi jornada laboral comienza como la de muchos otros periodistas, hombres de negocios y políticos en Europa: con un café y el International Herald Tribune. En nuestros encuentros en convenciones o conferencias, muchos de nosotros nos referimos al International Herald Tribune como un lugar común, del mismo modo en que lo es el Frankfurter Allgemeine Zeitung en Alemania; la Gazeta Wyborcza en Polonia o el New York Times en Estados Unidos. Nos irritamos con sus declives; alabamos unos artículos y criticamos otros; discutimos sobre ellos. Todo entraría dentro de la normalidad si no fuera por un detalle: que el único periódico Pan-europeo que existe de facto sigue siendo norteamericano, o, para ser más exactos y desde que el New York Times compró parte del Washington Post, neoyorquino.

El lugar que ocupa el International Herald Tribune tenía su sentido durante la década de los cincuenta, en una Europa continental que reconstruía sus instituciones y costumbres democráticas, devastadas durante el caos de los años treinta y la posterior guerra. En cambio, ¿qué sucede hoy? Cuando uno se para a pensarlo, resulta extraño que la comunidad transnacional más importante del mundo, que dispone de una red política, institucional, y económica perfectamente interconectada, y de unos fuertes vínculos sociales y culturales, no cuente con un diario propio.

Quizá la respuesta esté en la lengua. El caso es que si los norteamericanos pueden publicar un diario que lee habitualmente una élite europea, ¿por qué los europeos no podemos hacer lo mismo? ¿Es porque cada país, cada nación y cada lengua han tenido siempre su propia prensa? Esa sería la explicación habitual. Lo cierto es que es una razón de peso, pero no de suficiente peso. El idioma es un obstáculo evidente. Todos otorgamos gran importancia a la preservación de nuestra lengua materna. No sólo intelectualmente –porque reconocemos su valor identitario-, sino también emocionalmente –porque crecemos con ella. Esto supone que incluso las generaciones jóvenes de europeos, que utilizan el inglés con total naturalidad en sus contactos internacionales, prefieren leer y escribir en su propio idioma en el ámbito de la cotidianeidad. No parece haber nada malo en ello, pero sigamos. Cuando leemos en nuestro propio idioma, queremos leer sobre el territorio en que predomina. Esta tendencia es perfectamente identificable en los medios de comunicación polacos. En la práctica de las redacciones, los temas europeos siguen ocupando las secciones de Internacional. El caso es que Europa ya no es un asunto "exterior" para nosotros, pero tampoco es aún una patria común. No podemos decir que haya una sociedad europea como tampoco hay una opinión pública europea.

¿Es posible construir una Europa común, una identidad europea, una Comunidad Europea, el núcleo de una nación europea, sin una opinión pública europea? No lo creo. Hubo un tiempo en el que se podían construir países, naciones e identidades empezando por el tejado –desde el gobierno hacia las comunidades y el individuo en último lugar-. Hoy ya no es posible, como ha puesto de manifiesto el rechazo al Tratado Constitucional Europeo.

Si ni la Constitución Europea ni la idea de una identidad política europea han prosperado por el momento ha sido porque la opinión pública europea no se ha sentido implicada en ese proceso de creación. Y no se ha visto implicada porque, para empezar, nunca ha existido. La élite política europea consiguió de algún modo llegar a un acuerdo, pero a continuación todos sus miembros se vieron obligados a explicar el documento a las distintas opiniones públicas nacionales y a los medios de comunicación de sus respectivos países, quienes, inevitablemente, aplicaron al Tratado una perspectiva local. Y en cada una de esas perpectivas locales, a los ojos de cada opinión pública local, había cosas que se echaban de menos y muchas otras que se echaban de más. El punto de vista de cada opinión pública local, su interés común, que es lo que la Constitución pretendía representar, se dirigía hacia el afianzamiento de ciertos intereses en las comunidades locales.

Los europeos dijeron "no" al Tratado Constitucional sólo en dos países, pero podría haber ocurrido en muchos más si el proceso de ratificación no se hubiera detenido. Esto demuestra que la simple suma de intereses no se convierte automáticamente en un interés común si no hay una conciencia común. En otras palabras: la Comunidad Europea no puede desarrollarse más rápidamente de lo que lo hacen una conciencia y una identidad europea.

Los políticos cometen errores y según la tendencia predominante en Europa ellos son, por omisión, los que asumen la responsabilidad de todas sus desgracias. Pero incluso si se tratara de ángeles dotados de un don antediluviano, no serían capaces de sortear los umbrales de la conciencia pública. No puede haber una Europa común sin la existencia real de una opinión pública europea.

Translated from Nie ma Europy bez europejskiej opinii publicznej