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Monumentos del Holocausto: Construyendo en el pasado

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¿Cómo abordar un crimen tan incomprensible como el del Holocausto nazi? Sesenta años después, Alemania todavía se enfrenta a esta pregunta.

Pocas vistas pueden competir con las de Berlín. Quizá sus rascacielos no sean los mejores del mundo, pero si apartamos la mirada de la cúpula de cristal del Reichstag en lo alto de la ciudad, símbolos emblemáticos del siglo XX pugnan por nuestra atención. Veremos los vestigios del muro que dividió esta ciudad y al mundo, el Fernsehtum (el Pirulí de Berlín) y las otras reliquias arquitectónicas de la República Democrática Alemana. Si observamos con cuidado, sin embargo, encontraremos un nuevo monumento al pasado alemán, construido para conmemorar el momento más oscuro y destructivo en la historia del país. Justo al sur de la puerta de Brandenburgo, situado entre la nueva embajada de Estados Unidos y los rascacielos de Potsdamerplatz, el monumento conmemorativo alemán a los judíos asesinados en Europa se erige como un enorme cementerio en el corazón de la capital. Concebido por el arquitecto estadounidense Peter Eisenmann y terminado en 2004 con un coste de 20 millones de euros, las 2.771 estelas representan el primer monumento alemán a las víctimas del Holocausto nazi.

Representar lo incomprensible

No hay una respuesta correcta sobre si un crimen de tal magnitud y brutalidad puede representarse en una obra arquitectónica. Theodor Adorno afirmó en una frase célebre que “después del campo de concentración de Auschwitz incluso escribir un poema resultaba un acto bárbaro”. Algunos quizá consideren que el esfuerzo arquitectónico de conmemorar el asesinato de tantos miles de personas puede ser a lo peor inútil y a lo mejor plantear multitud de interrogantes. Después de todo, ¿se trata de un monumento de aceptación del propio pasado o de búsqueda de redención? ¿A quién honra: a las víctimas o los descendientes de los verdugos? ¿No constituyen Dachau o Sachsenhausen la conmemoración más auténtica?

Ya hay en el mundo recuerdos físicos del Holocausto. El Yad Vashem de Israel es el más famoso. Alemania es única tanto en tono como en estilo, el autor no pretendió incorporar simbolismo alguno, es un reconocimiento de la culpa de una nación, un recordatorio de los momentos más oscuros de un país en vez de los más luminosos. En este sentido, como ha comentado Lea Rosh, la periodista que sugirió la iniciativa, el monumento no está dirigido a los judíos sino al conjunto del pueblo alemán. Por esto, más que nada, ha visto la luz sesenta años después.

Reconsideración del legado nazi

Durante la posguerra, los líderes alemanes estaban interesados en desmarcarse de las atrocidades cometidas en la era nazi y se preocuparon más por reconstruir la economía del país que por afrontar los fantasmas de su pasado reciente. En todo caso, si los disturbios de 1968 estaban relacionados con algo, era con las reticencias o el frontal rechazo de una generación de alemanes a lavar sus trapos sucios en la lavandería pública. Adenauer no estaba solo en su deseo de que los juicios de Nüremberg zanjaran el tema; incluso Helmut Kohl expresó su deseo de honrar a todas las víctimas de la guerra, especialmente a las del genocidio nazi.

Entonces, ¿qué ha cambiado? Algunos podrán decir que no demasiado. El debate que rodea la vinculación con el Holocausto de la empresa química Degusta, filial de la compañía que fabricó el gas en Auschwithz, vuelve a mostrar hasta qué punto el pasado continua definiendo el presente. Pero la reunificación alemana en los primeros años de los noventa y el relevo generacional en los políticos y la sociedad han dado el valor necesario al país para afrontar los horrores de su pasado sin pretender borrarlos, olvidarlos o expiarlos.

Aprender del pasado

La obra de Eisenmann se convierte en un símbolo de este cambio. Su gran tamaño contrasta con las discretas y pequeñas placas de bronce situadas modestamente fuera de las casas de los judíos deportados en Hamburgo. Pero mientras los pros y los contras de esta conmemoración continúan debatiéndose, el proceso ha forzado a algunos a reconsiderar el mayor compromiso de Alemania con su pasado y ha renovado la discusión sobre su futuro.

Quizás el monumento se ha convertido sólo en uno de los proyectos más recientes que sirven para asegurarse de que Alemania aprenda de su pasado y se enfrente a él en vez de olvidarlo en silencio. En la parte oeste de Berlín, el museo judío de Daniel Libeskind abrió sus puertas entre aclamaciones en 2001. Es un contundente monumento arquitectónico a las cicatrices de la nación judía así como al vacío cultural alemán en el apogeo del Holocausto. Por el contrario, la nueva sinagoga principal de Munich, 68 años después de que su predecesora fuera destruida durante La Noche de los Cristales Rotos de 1938, trata de paliar positivamente este vacío. El renovado lugar de culto albergará un centro judío y un restaurante. Estos tres proyectos constituyen respuestas diferentes a la misma pregunta, son manifestaciones muy visibles de la especial responsabilidad de Alemania con su comunidad judía. El público decidirá cuál de ellos integra mejor las lecciones del pasado en una visión positiva del futuro. Tal como enseña el vidrio del renovado Reichstag, la mejor manera de tratar la propia historia es construyendo a partir y no sobre ella.

Translated from Holocaust memorials: building on the past