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Mónika Miczura, gitana sin palo fijo

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Una de las voces gitanas actuales más bellas, Mónika Miczura, de 37 años, reivindica su libertad musical, entre el instinto y la modernidad. Rompiendo los clichés del folclore gitano.

Paris, Fiesta de la Música 2006: algunos técnicos se esmeran en montar una tarima provisoria sobre la plaza de la iglesia de Saint-Sulpice a pesar de que unas grandes nubes negras se amontonan, empujadas por un viento frío. Algunas calles más allá, escondida en un rincón del Instituto Húngaro, una pequeña mujer fuma un cigarrillo detrás de otro. Dentro de una hora, Monika Miczura subirá a la escena. Tratando de no pensar en ello, va dando cuenta de unos cuantos canapés de queso. Aunque atravieso la puerta de su camerino improvisado, ella se levanta y se acerca, poniendo decididamente sus ojos negros en los míos. Mi interlocutora no habla realmente inglés, pero su mirada transmite mucho. Con su melena azabache, su risa metálica y sus pulseras tintineantes, es terrible e irresistiblemente gitana.

Pero Mitsú, su apodo, huye de las etiquetas como de la peste: “Nunca me he considerado una cantante folclórica”, dice. “Lo que yo canto es lo que soy y nadie puede decirme de qué manera debo definirme”. Escuchándola, me doy cuenta que el timbre de mi interlocutora no deja de oscilar entre entonaciones infantiles y oleajes roncos repletos de palabras exóticas. La originalidad de su voz es a la vez su corazón y su arma.

Animal exótico

Antes de abrirse paso en la canción, Miczura creció “en un pueblo húngaro, en el seno de una familia en la que la música y la danza formaban parte de la vida cotidiana”. Habituada a exhibirse en los espectáculos tradicionales a nivel local, enseguida lo enlaza con cursos de teatro. A los 16 años, sus padres se mudaron a Budapest y Miczura tuvo que renunciar a incorporarse a la escuela de arte dramático de la capital, pues “tenía muy malas notas, especialmente en francés”, nos suelta con gesto pícaro.

Más tarde, participa en un festival estival para jóvenes gitanos, se fija en ella Jenö Zsigól, el productor de un grupo húngaro muy popular en los años ochenta, Ando Drom (en camino). “En aquel momento, la música gitana estaba en plena ebullición y vivía un periodo de renovación”, recuerda Miczura. “Las formaciones como Kaly Jag (fuego negro) o Ando Drom han contribuido a dar a conocer las canciones gitanas al gran público. Es así como el repertorio gitano se convirtió totalmente en una forma de expresión artística.

Quince días después de su encuentro con Zsigól, Mitsú se convierte en la vocalista de Ando Drom. “Todo fue muy rápido y ellos se convirtieron un poco en mi familia”. La aventura duró 8 años: casi una década de conciertos y de festivales en un universo 100% gitano. Después, llega la ruptura. Púdicamente, Mitsú evoca “una divergencia de ideas tanto en el plano humano como artístico” con los miembros del grupo. Ella decide entonces desconectar de todo. “Durante tres años no canté nada, era muy difícil. Yo esperaba estar preparada para hacer mi propia música. No acepté más que las proposiciones con las que me sentía cómoda, como las películas de Tony Gatlif.” Después de haber encarnado a Nora Luca, la cantante con voz temblorosa a la que busca desesperadamente Romaní Duris en la película Gadjo Dilo (1998), participa en la banda sonora de Swing (2004).

Mestiza y al día

En 2003 monta su propio grupo, Mitsura, dando rienda suelta a la creatividad. Utiliza su voz siguiendo una tradición que llega directamente desde Rajastán, se rodea de las técnicas de audio más sofisticadas, amenizando sus espectáculos con efectos visuales hipnóticos. “las canciones que recogemos provienen de distintas tradiciones gitanas, las melodías de vacaciones o de funerales que cantaba mi madre o de viejos gitanos con un talento que probablemente yo nunca llegaré a igualar”. Punteada de acordes electrónicos y de otras notas de rock, jazz y clásica, su música reivindica alto y fuerte las virtudes del mestizaje, desde los colores de la India a los címbalos balcánicos.

El sonido, si es original, no pierde tirón. ¿Reciclaje, marketing? “Yo, sin embargo, no tengo la impresión de traicionar lo que soy”, se justifica devolviéndome la pelota y lanzándome una mirada negra. “Lo que nosotros entendemos por música gitana acaba entre lo falso y lo reductor. La música es primero peripecia de influencias: cada instrumento aporta un ambiente muy particular”. Miczura es muy consciente de su cruce audaz -“puedo causar una gran decepción a algunos”-, pero prefiere seguir sus experimentos como ella los entiende. Con instinto.

Artista de cabo a rabo

“Canto por gusto: no me imagino mi vida de otro modo. No tengo ni la fuerza ni las pretensiones de erigirme como la pasionaria de la causa gitana”, explica escogiendo las palabras mi invitada y llevándose a los labios una copa de vino tinto. “Creo que mi música, y espero que sea reconocida a nivel internacional, no tiene fronteras. Soy una mujer del siglo XXI, educada en una familia gitana pero abierta al mundo, con una reflexión musical moderna”, subraya. La vehemencia de sus propósitos atestigua la dificultad de imponerse en un contexto gitano a veces cerrado y machista.

A pesar de su creciente popularidad, Miczura rechaza erigirse en portavoz de la comunidad gitana. Hungría y sus 600.000 gitanos son el cuarto país con más gitanos del mundo, después de Rumania, Bulgaria y España. A pesar de su apariencia distante y la insistencia que pone en la gratuidad de su implicación artística, mi interlocutora no puede impedir pensar que “el proceso de integración de los gitanos en Europa tomará mucho más tiempo del que se cree. Se invierte muy poco dinero en Hungría para promover la cultura gitana”, continúa. “El país es tan pequeño que una cierta consaguinidad puede instalarse en el seno de las elites. Estas son las mismas personas que deciden las mismas cosas, en el mismo momento”. Ni de aquí, ni de allí, Mitsú ha elegido ser siempre y nunca la misma.

Agradecimientos a Kristina Rády por su traducción simultánea del húngaro al francés

Translated from Mónika Miczura, gitane sans filtre