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Malta, el país de la doble moralidad

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Sevilla

En uno de los del paseo marítimo, donde las liras maltesas se fundían más rápido, saciábamos el hambre casi todas las noches. Lo llamábamos porque el primer día uno de nosotros intentó regatearle al tendero con la ayuda de la única palabra en maltés que aprendimos, , que significa caro.

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De camino a Paceville, la ciudadela de la lujuria y el desenfreno, íbamos rellenando el estómago. Dos horas después de haber hecho el intento desesperado y ya rutinario de ingerir ese revoltijo de todas las especias del mundo de la media pensión que pagamos en el hotel y con la vista puesta en una larga noche de marcha había que darle un peso al estómago que amortiguara los centímetros cúbicos de alcohol. Malta, el país de la doble moralidad, fue elegido por dos tercios de los españoles becados por el Ministerio como destino para hacer un curso de inglés en el extranjero. Con la promesa de pasar veinte días en una isla exótica en pleno Mediterráneo, con el pretexto de aprender uno de los idiomas oficiales del país, muchos de nosotros nos apuntamos ilusionados a unas vacaciones semipagadas. Diversión, clima espléndido y playas era nuestra quimera. Desmadre, humedad insoportable y rocas fue nuestro descubrimiento.

A la llegada, el hotel de las cuatro estrellas tapadas por el arbolito de la entrada nos sorprendió con un cuasi hacinamiento en las habitaciones, condiciones insalubres y un trato . La agencia contratante nos había timado; el precio que pagamos, una buena parte del cual salió de nuestro bolsillo, no se correspondió en absoluto con los servicios recibidos. Patentamos las hojas de reclamaciones que brillaban por su ausencia en el lugar.

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Así como también exportamos nuestra más ilustre seña de identidad: el botellón. Y no orgullosa de ello, comprobé apesadumbrada como un señor, lejos de ser funcionario, se dedicaba a recoger los desperdicios cuando la zona autoagenciada a los españoles se iba despejando. Lotes de calimocho a lira y media y... a Las Vegas, como algunos llamaban a la zona de bares y discotecas, donde el libertinaje y la libido eran materia prima en la noche. Partículas de juventud, drogas y sexo contaminaban la atmósfera de un país ultracatólico donde en las iglesias está prohibido entrar con los hombros descubiertos. La presencia barroca de esculturas de santidades y beatos en las esquinas de cada edificio, así como el aspecto ruinoso de la mayoría de las construcciones contrastaba con el estrato del consumo en la ciudad de St. Julians. Con la imagen de un país contradictorio por sus altos ingresos procedentes del turismo y su fuerte inversión en una tradición socialmente no muy respetada, me fui de Malta con el pensamiento optimista de una posible futura adaptación a la Unión Europea, a la que se ha unido recientemente y en la que postmodernidad y tradición conviven en una cierta connivencia.

Amparo Castilla Ortiz

Translated from Malta, das Land mit Doppelmoral