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Living in the chiringuito

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El turismo residencial ha provocado una explosión urbanística en las costas del sur de Europa. Muy pronto también las playas serán de cemento.

El dominical alemán Bild am Sonntag daba a conocer hace pocas fechas las refriegas entre turistas alemanes e ingleses para hacerse con las tumbonas de la piscina de un hotel de Torremolinos. Los ingleses protestan con frecuencia porque los alemanes (más madrugadores) reservan, sin derecho y con toallas, varias hamacas, monopolizando la piscina del hotel. Los anglosajones contraatacan ocupando las tumbonas, haciendo caso omiso de las toallas germanas.

Para evitar este choque de civilizaciones al más puro estilo Huntington, ha surgido un nuevo tipo de turismo, alejado del concepto de guiri colorado en régimen hotelero con todo incluido: el turismo residencial.

Los datos hablan por sí solos. Según un estudio del banco Barclays los británicos compraron el 40% de las casas de nueva plantaconstruidas en la costa española en el año 2003. Y si hacemos caso a los datos del grupo alemán AMS, 1.700.000 familias extranjeras podrían comprar en España su segunda residencia en los próximos 5 años. Las causas de esta migración desaforada parecen estar en la subida meteórica del valor de la propiedad en el Reino Unido, en las compañías aéreas de bajo coste y en los bajos tipos de interés en Europa.

Spain for sale

Con el objetivo de vender la España de los tópicos a los ingleses, nació Viva España, evento promocional celebrado por primera vez en Londres en 2002 y cuya edición de 2004 espera llenar Dublín de sangría, flamenco y tapas. Las costas francesas también tienen su dosis de turismo residencial procedente del norte de Europa: con nombre análogo, también en Londres y con la misma filosofía inmobiliaria, Vive la France 2004 ha seguido europeizando un año más el hexágono francés.

El turismo residencial está provocando un explosivo crecimiento demográfico y una urbanización descontrolada en algunas costas europeas, sobre todo en la española, primer mercado mundial en el sector de las segundas residencias. Sus partidarios afirman que este tipo de turismo es la principal financiación municipal, una fuente de divisas e inversiones extranjeras y un impulso para el desarrollo de las infraestructuras. El turismo residencial, dicen, facilitará el aprendizaje de las lenguas europeas, la comprensión de las diferentes culturas en el resto de países y ayudará a la creación de una sociedad de servicios.

Sin embargo, no todo es tan bucólico. El turismo residencial no es inocuo para los lugareños. El valor de la propiedad española se incrementa cada año, en algunos casos de manera insostenible (21% de aumento en el suelo de las Islas Baleares, triplicando los índices habituales) provocando la disminución de la demanda interna de primeras viviendas. El sector inmobiliario compensa esta desaceleración animando el turismo residencial, agravando el problema de vivienda de las poblaciones de los países con seguro de sol. Recordemos que el problema inmobiliario del sur de Europa parecía no poder empeorar. Una de cada cinco hipotecas de la zona euro en el pasado año fue firmada en España y la media de edad de acceso a la primera vivienda ha subido hasta los 30 años, la más alta de Europa.

El pez que se muerde la cola

La especulación que merodea el dinero bienintencionado de alemanes y británicos pone en serio peligro el patrimonio natural y cultural de las costas del sur de Europa. La proliferación de campos de golf (sólo en la provincia de Málaga hay proyectados más de 40), parques temáticos, circuitos de alta velocidad, urbanizaciones y centros comerciales amenaza encinares, acuíferos y la propia longevidad del medio rural español, francés e italiano. Dicho de otro modo, el turismo residencial podría estar destruyendo los atractivos que lo generaron.

Las repercusiones sociales también comienzan a hacerse tangibles. Los centros comerciales de ocio y recreo y los parques temáticos nacidos para abastecer la demanda turística asfixian a los negocios locales y fomentan la precariedad laboral. El turismo residencial es más invasivo que el turismo hotelero porque necesita más terrenos y genera menos mano de obra provocando el empobrecimiento de las costas que acogen a los nuevos turistas.

La UE debe evitar que se formen estos guetos patrocinados por especuladores inmobiliarios. Hay que buscar alternativas sostenibles a la expansión del turismo residencial. El agroturismo, el turismo cultural y el turismo de interior parecen aportar más al intercambio y al conocimiento entre culturas que la simple colonización de la costa con fines económicos. Busquemos un equilibrio entre mercantilización y conservación de la identidad y el patrimonio. El capital cultural y natural de la UE no puede estar en manos de la industria turística. Y si nada de esto funciona, podremos plantearnos declarar a Mallorca decimoséptimo Land alemán. Typical Spanish.