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Las voces de la oposición bielorrusa... desde Lituania

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Desde la reeleción del presidente Aleksandr Lukashenko el pasado mes de agosto, Bielorrusia está inmersa en una revolución que parece prácticamente ganada y, al mismo tiempo, lejos de haber terminado. Por un lado están los manifestantes, numerosos y muy decididos. Y por otro, el exdirector de un koljós, depositario del poder absoluto desde hace casi 26 años. Un centenar de bielorrusos se han visto obligados a abandonar su propio país. Polonia, Ucrania e incluso Lituania son algunos de los destinos que se han convertido en tierra de asilo para los opositores al régimen. Estos países tienen la ventaja de encontrarse cerca de la frontera bielorrusa, por lo que permiten la concentración de una importante diáspora en el extranjero.

Maria Moroz es una mujer tímida. Se describe a sí misma como una ciudadana normal a la que se le ha encomendado un papel político para el que no estaba preparada. «Creo que esta es la situación en la que están todos los bielorrusos, no soy una excepción», añade. Ahora es jefa del equipo de campaña de Svetlana Tijanóvskaya, que fue candidata a las elecciones presidenciales de Bielorrusia y es ahora una de las figuras más destacadas del movimiento democrático. Desde entonces, las dos viven en Vilna, la capital lituana.

Cuando recuerda su huida de Bielorrusia, esta madre de dos hijos deja muy claro que ella no se quería marchar. «La víspera de las elecciones, el 8 de agosto, yo estaba entre rejas». Maria estaba implicada en la campaña de la candidata opositora Svetlana Tijanóvskaya, que se había convertido en una figura muy molesta para el gobierno. «El día 10 tuve que presentarme ante el tribunal. Después, me llevaron de vuelta a la cárcel de Okrestina. Tras varias horas en la celda, tuve una entrevista con un hombre trajeado. Y después pasaron una serie de cosas de las que no puedo hablar. Por petición de Svetlana». A continuación, ambas mujeres se marcharon en un coche, acompañadas por los hijos de Maria. Su marido se encontraba ya en Lituania con los partidarios de Svetlana. «Durante el trayecto tuve la sensación de que nunca llegaríamos a Lituania», señala, ya que temía encontrarse en un coche bomba.

Maria empezó a colaborar con Svetlana Tijanóvskaya en el momento de la recogida de firmas. Para presentarse a las elecciones bielorrusas, cada candidato debe conseguir 100.000 firmas de los ciudadanos. «La propia Svetlana llevaba consigo los documentos con las firmas de la gente. Vino a mi casa y parecía estar completamente sola. Ahí me di cuenta de que podía ayudarla formando un equipo que la acompañara. Fue entonces cuando entendí que tenía la obligación moral de hacer algo». Sin embargo, no se ve dedicándose a la política en un futuro, sino que preferiría encargarse de las iniciativas civiles.

El pueblo en pie

Para Maria, este levantamiento popular es el resultado de la evolución de la conciencia bielorrusa, algo causado sobre todo por Internet y los viajes. «Gracias a estos dos factores podemos comunicarnos con otras personas y ver lo que sucede en otros lugares». La falta de gestión de la crisis sanitaria fue lo que terminó con la credibilidad del dirigente bielorruso a ojos de su pueblo. «En primavera, el presidente decía que la COVID-19 no era más que una psicosis que no existía en Bielorrusia». Cuando se vieron obligados a autoconfinarse, «los bielorrusos entendieron que habían conseguido luchar contra el virus por sus propios medios y con su propio esfuerzo». Se dieron cuenta de que no necesitaban a un presidente que no hacía nada por proteger a su población. Tanto desde Bielorrusia como desde los países vecinos, el pueblo bielorruso está haciendo todo lo posible por acabar con el hombre al que irónicamente llaman «el abuelo loco». Maria cuenta que todos los días contacta con el equipo de voluntarios afincados en Minsk para informarse sobre cómo ayudarles desde el exterior. Aunque no hay ningún obstáculo que impida esta comunicación a distancia, «quienes están en Bielorrusia no siempre se dan cuenta del trabajo que hacemos desde aquí», se lamenta.

A pesar de ello, el equipo de Svetlana Tijanóvskaya ha puesto en marcha una fundación para ayudar a la sociedad civil de Bielorrusia. «Es una fundación independiente creada por Svetlana y Serguéi Tijanovski». Muchos ciudadanos siguen luchando en Bielorrusia y otros tantos están detenidos. Esto ha provocado que muchas familias se hayan quedado desamparadas e intenten marcharse del país. Para ello necesitan un visado. «Decidimos crear la fundación para ayudar a estas familias», declara.

Para este proyecto, también cuentan con el apoyo de otros exiliados, aunque en las elecciones respaldaran a un candidato distinto de Svetlana Tijanóvskaya. Es el caso de Katia Kanapliova, «coordinadora de voluntarios del equipo de Viktor Babariko, otro candidato opositor a las elecciones». Babariko es expresidente del banco Belgazprombank y fue arrestado en junio, el mismo día en que se supo que había reunido las 100.000 firmas necesarias para concurrir a las elecciones.

Antes de meterse en política, Katia trabajó como intérprete, traductora y profesora ocasional de francés. Esta bielorrusa de 25 años también se vio obligada a abandonar su país, y llegó a Vilna hace tres semanas. Aunque aún no existe ningún dato oficial, Katia calcula que «han huido varios centenares de personas» a Lituania. Las cifras son algo más claras en el caso de Polonia, a donde casi 10.000 bielorrusos han emigrado desde agosto. La mayoría viene de la provincia de Grodno, cerca de la frontera polaca. Tal y como explica la joven, «si tus padres o tus abuelos son polacos, tendrás la suerte de poseer un certificado de pertenencia a la ciudadanía polaca».

Todos para uno

Los equipos de los candidatos rivales ahora tienen un enemigo común: el régimen autoritario. «También estamos desarrollando algunos proyectos con el equipo de Tijanóvskaya. Este es el objetivo del Congreso Internacional Bielorruso», que tuvo lugar el sábado 31 de octubre. El Congreso funciona como foro de debate en el que elaborar estrategias para superar la crisis política que atraviesa Bielorrusia. «Antes de estas elecciones, el pueblo bielorruso no estaba unido. Ahora, el país ha hecho frente común contra el régimen. Las diásporas, es decir, los grupos de bielorrusos que se encuentran en el extranjero, también se han unido», celebra Katia.

«Te pueden llamar para un debate y acabar en prisión»

En una cena organizada por Katia, conocemos a dos hombres que abandonaron el país el día de las elecciones. El primero, Ilya Begun, participó en el hackeo de una página web gubernamental. «Me marché para escapar de un gobierno que podría haberme hecho daño. Desafiar la censura política no te augura un buen futuro en Bielorrusia. [...] Te pueden llamar para un debate y acabar en prisión. Es imposible saber qué te va a pasar, es como jugar a la ruleta rusa», explica.

En cuanto llegan a Lituania, la mayor parte de los refugiados políticos pueden reunirse gracias a una asociación con sede en Vilna: Dapamoga. Sus miembros son muy activos en un grupo de Facebook, donde responden a las preguntas de los recién llegados. La mayoría tiene que ver con el alojamiento, con los datos de contacto o incluso con cómo cruzar la frontera entre Lituania y Bielorrusia. Además, el gobierno lituano ha puesto a disposición de los opositores una serie de locales donde los diferentes equipos de campaña pueden trabajar juntos.

Katia, Slava e Ilya
Katia, Slava e Ilya

El segundo hombre se presenta de forma más simple: «Me llamo Slava, vengo de Minsk y amo mi país, Bielorrusia». También participó en la recogida de firmas en favor del candidato Viktor Babariko. «Fue un récord en la historia de Bielorrusia. Conseguimos unas 400.000 firmas. De hecho, creo que fueron 450.000». Comenta que antes se consideraba apolítico.

Nos cuenta lo difícil que resulta hacer campaña por un candidato opositor en Bielorrusia. «Es de chiste, en realidad», bromea. El gobierno no quiere que la oposición pueda celebrar mítines. «Pudimos hacer uno de cinco minutos en una única ciudad, gracias a que la policía local no apoyaba a Lukashenko». A pesar de ello, ese mismo cuerpo policial insistió en que se marcharan rápido por miedo a las represalias.

También recuerda el corte de Internet que tuvo lugar tras anunciarse los resultados de las elecciones. Como el gobierno tiene el monopolio de este servicio, puede interrumpirlo en un abrir y cerrar de ojos. Después de las elecciones, hubo varios cortes de duración variable. Según Slava, los dirigentes quisieron evitar que los manifestantes planearan una reunión. «Se creen que nos podemos reunir al momento, cuando podríamos habernos organizado sin problema la víspera para quedar ese día. Es absurdo», observa. Estos cortes intempestivos no han desanimado a la gente a salir a la calle. Como mucho, han servido para recordar el control absoluto que el presidente tiene sobre casi todas las instituciones nacionales. El argumento que podría hacer que se quedaran en casa es otro muy distinto.

«Formaba parte del colectivo más poderoso de Bielorrusia: el de los apolíticos»

Lo que quiere el pueblo bielorruso no es más que estabilidad. Por ese motivo, la mayor parte de ellos tiene miedo de salir a manifestarse. Temen perder ese equilibrio. Para ilustrar este concepto, Slava nos habla de sus padres: «Cuando voy a comer a un restaurante, [mis padres] siempre me preguntan por qué lo hago. Me dicen que mejor ahorrarme ese dinero y así podré comprarme un piso o construirme una casa». Cree que esta idea de sacrificar la libertad en favor de la estabilidad es una herencia de la URSS. Para él, la estabilidad es algo completamente distinto, «es cuando puedes tener lo que quieres sin verte obligado a elegir entre el restaurante y la casa».

Este año, la mentalidad ha cambiado: «Como ya he dicho, yo era apolítico antes de esta campaña. Formaba parte del colectivo más poderoso de Bielorrusia: el de los apolíticos. Pensábamos que nunca podríamos ganar porque Lukashenko había vencido en todas las elecciones anteriores». Si la gente ha pensado durante mucho tiempo que su voto no iba a cambiar nada, la COVID-19 ha desempeñado un papel crucial en el futuro de Bielorrusia. Las personas empezaron a morir por la enfermedad y Lukashenko mostró un desinterés total por esta cuestión. Según Slava, los bielorrusos «ya han ganado esta guerra. La mentalidad está cambiando. Tenemos una solidaridad por parte del pueblo bielorruso que no habíamos tenido jamás». «Ya no somos la oposición. La oposición siempre representa a la minoría, pero a día de hoy somos mayoría. Ahora la oposición es Lukashenko», concluye Maria con una leve sonrisa.


Foto de portada: manifestación en Minsk en agosto de 2020 © Natallia Rak - Flickr

Story by

Camille Gaborieau

Etudiante en journalisme.

Translated from Vue de Lituanie : les voix de l’opposition biélorusse