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La tierra de los gitanos

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Sociedad

Hay un periodo del año en el que los gitanos de todo el mundo tienen su propia nación, o mejor dicho, su propia ciudad. Sucede a finales de mayo en Saintes-Maries de la Mer, en la región francesa de Camarga

Entre lagunas, a este lugar habitado por unas dos mil quinientas almas (sin incluir a flamencos, toros y caballos) llegan hordas de caravanas, una manada blanca desfilando hacia el delta del Ródano. Son gitanos de España y del sur de Francia, los manuches transalpinos, los sintis de Italia y los romaníes de toda Europa. Justo aquí, donde llegaron en barco María Magdalena, Santa María Jacobé y Santa María Salomé, las ‘Santamarías’ del mar.

Historia de la santa Sara, la negra

Una leyenda cuenta que en el barco que trajo a las tres santas desde Palestina a Francia estaba también su esclava, Sara. Otra en cambio dice que Sara era una nómada que fue acogida por estas proscritas palestinas en su casa. Sara fue llamada ‘la Khali’, la negra, a causa de su piel oscura que nos sugiere un origen misterioso. Es la santa protectora de los pueblos romaníes, a pesar de no estar reconocida oficialmente por la Iglesia: de algún modo, los excluidos de la sociedad han elegido una patrona que es como ellos, con la piel oscura y rechazada. La tarde del 24 de mayo, Santa Sara sale en procesión por las calles para después llegar a la playa donde se supone que encalló el barco.

Los portadores de la estatua avanzan con dificultad por las calles de la ciudad llena de gente. También a los guardias camargueses, sobre sus típicos caballos blancos, y a las arlesianas, con sus pesados trajes tradicionales, les cuesta trabajo moverse, pero no pierden la compostura. En la playa la multitud cambia de forma avanzando hacia el mar. Los portadores de la estatua, les gens du voyage, y los guardias a caballo entran en el agua colocados en fila de cara a la playa. Es el momento más solemne y místico, la culminación del peregrinaje, cuando los nativos camargueses y el pueblo de los nómadas se une en una oración común. Al finalizar el ritual, Sara es devuelta a la iglesia entre música y sonido de campanas. La fiesta comienza mientras que en las plazoletas y en las terrazas de los cafés los músicos ponen en marcha sus instrumentos: el flamenco es lo que predomina, aunque no faltan los músicos de jazz manuches ni las fanfarrias balcánicas.

Emergencia: la invasión de curiosos italianos

Los hoteles de Saintes-Maries de la Mer están abarrotados: incluso los aparcamientos, cámpines y las zonas de excursionistas están completamente ocupadas. Para dormir es necesario ir a Arles, a 40 kilómetros de aquí. Se dice que se llega a las cuarenta mil personas, mientras que la oficina de turismo cifra en veinticinco mil los visitantes, siete mil de ellos gitanos. En pocos días, la población del pueblecito se ha multiplicado por diez. Lo más asombroso es la afluencia de italianos: el periódico local La Provence los señala como el grupo más numeroso de turistas venidos del extranjero. Vienen aquí a pesar del clima de desconfianza que hay hacia los ‘zíngaros’. "Hace dos meses que hicimos la reserva", dice María, de Savona, quien ha venido con un viaje organizado. "Hemos venido a propósito", dice Carla, mientras que Silvana añade: "No tenemos miedo, si hemos venido es porque tenemos curiosidad de ver y de conocer".

Una asociación de turismo responsable de Bérgamo, llamada ‘Mirada más allá de las fronteras’, hace seis años que incluye entre sus destinos de viaje a Saintes-Maries de la Mer. Daniela Coria, responsable de la asociación, dice: "Este destino ha sido escogido por estos ‘benditos/malditos’ zíngaros, por las ganas de conocerlos y ver su realidad. Nosotros lo hemos hecho para intentar hacer comprender la diversidad y tratar de aprender algo nuevo", a pesar de que, precisa, "nunca ha tenido mucha afluencia". "¡Esta es la séptima vez! Ya está bien", grita un chico que se ha quedado aislado y al que se le ha acercado una gitana: por enésima vez intentan venderle los alfileres de Santa Sara, ofreciendo "felicidad, salud, amor".

Apenas hay sintis en Saintes

Por los embarcaderos del puerto sopla un viento mistral fortísimo. Allí, aparcadas, están las tres caravanas italianas de dos familias de sintis lombardos. Los hombres están fuera hablando, fumando y bebiendo cerveza, las mujeres están vigilando a los niños mientras que una chiquilla vestida de faralaes pasea alrededor de los vehículos. Daniele, con un sombrero de vaquero y un bigote fino, viene de Desenzano: "No somos romaníes, somos sintis", especifica. "Yo vivo en un apartamento y ellos también", dice señalando a sus familiares. Aún así, mantienen sus caravanas, con las que van a las peregrinaciones ("Llegamos ayer de Lourdes", cuenta), y el uso de su propia lengua: "pero nuestras nietas ya hay algunas palabras que no conocen", dice Nanni, padre de Daniele. "Yo sé menos que mi padre y mi hija menos que yo...", añade Daniele con acento de Brescia.

¿Cómo viven ellos, italianos desde hace generaciones, el clima actual? "Los casos de delincuencia nos molestan también a nosotros, ¿qué os creéis?", dice Daniele. "Por culpa de unos pocos nos meten en el mismo saco a todos. Hay que decir también que algunas veces no se dicen las cosas como son. En Nápoles no era verdad la historia de la zíngara que secuestró al recién nacido". Bajo la mirada atenta de las mujeres que intentan que no se excedan, los hombres beben cerveza. Después hablan de fútbol y del internacional Andrea Pirlo, sinti como ellos: "Dicen que era de nuestra zona, sus padres eran feriantes como nosotros. Después, Andrea ha ganado mucho dinero y ahora están muy bien colocados". Uno de los patriarcas de la familia recuerda que no pueden detenerse mucho tiempo. Hace ya varios días que están estacionados en ese aparcamiento no habilitado y las fuerzas del orden ya les han dado un aviso. Por la noche no participarán en la animación del pueblo con el resto de peregrinos: "Nos han invitado a una fiesta privada y mañana por la mañana volveremos a casa", en Italia.

Translated from Il posto dei gitani