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La ola europea

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La mayor catástrofe natural de la Historia ha provocado un aluvión de donaciones que difícilmente perdurará en el tiempo. Está por ver si vamos a remolque de los acontecimientos o si llegamos a la meta.

El tsunami desatado en las costas indonesias, y del que se han registrado más de 100 réplicas, ha provocado la muerte de más de 175.000 personas en el sureste de Asia y el Este de África. A unos 700 Km./h la ola gigante provocada por un seísmo de 8.9 grados en la escala Richter cerca de las costas de Aceh arrasó todo lo que encontró a su paso.

Catástrofe de proporciones bíblicas

Las cifras de muertos y desaparecidos aumentan cada día; hay alrededor de 1,5 millones de desplazados. Según datos proporcionados por el Coordinador de Ayuda de Emergencia de la ONU (Jan Egeland), los afectados por el desastre natural son 5 millones de personas, de los cuales 2 necesitan agua y comida de manera inmediata. El tsunami ha llegado a zonas en las que la tierra sólo se levantaba un metro por encima del nivel del mar arrasando no ya el entorno natural en superficie, sino también los fondos marinos que tardarán décadas en volver a la situación en la que se encontraban. La marea ha traído consigo otra marea de solidaridad que, a decir verdad, en muchos países ha comenzado por los ciudadanos y no por los Estados. Los próximos días serán vitales para ver cómo reacciona la comunidad internacional y, sobre todo, la Unión Europea.

La larga travesía del desierto

EE UU ha sido el primero en enviar aviones, barcos, helicópteros y personal para ayudar en las labores de rescate; algunos dicen que también para lavar su imagen, pero a quién le importa. Australia, India, Japón y la Unión Europea han estado en el terreno desde el primer momento. Por lo que se refiere a nuestros líderes, no nos podemos quejar. De momento están a la altura de las circunstancias, pero las consecuencias del tsunami van a durar muchos años y ya veremos si la atención europea se mantiene sobre esta catástrofe. Ahora lo importante es saber que nuestros compromisos con los países afectados y con la ayuda al desarrollo en general no pueden quedarse en una mera foto de los líderes europeos para aguantar el tirón de la opinión pública.

Europa mejora en reflejos

La Comisión se puso en marcha prácticamente el mismo día realizando donaciones y movilizando a las delegaciones en la zona para que recogieran información y coordinaran las primeras actuaciones. Luego, en la conferencia de Yakarta se concretaron cifras, aun a riesgo de que algunos se dedicaran más a lavar su imagen y a utilizar el impacto mediático como medida de propaganda. Sólo faltaba el Parlamento Europeo que es, no lo olvidemos, quien en cierta medida tiene la llave de la caja europea, quien da más visibilidad a las decisiones tomadas o por tomar y donde se presenta la oportunidad única de asistir a la escenificación del diálogo interinstitucional. Una vez más, no ha defraudado. Ha determinado la creación de un equipo de unidades especializadas en protección civil para la asistencia humanitaria que tendrá carácter permanente; nos encontramos ante lo que puede ser el germen de un "ejercito blanco" preparado para actuar allí donde se requiera con la mayor brevedad posible. También ha instado a la implantación de sistemas de alerta temprana en las zonas sísmicas más activas del planeta; de hecho, fue el centro de detección de tsunamis de Alaska integrado en la Agencia Oceanográfica y Climatológica de los EE UU quien dio el aviso del posible maremoto. En este sentido dos aspectos son sorprendentes. Primero, que el tsunami se previera por un centro de investigación al otro lado del globo sin ni siquiera disponer de boyas de detección ni sensores anclados al fondo marino. Y segundo: que aún así, y tratándose de un país que forma parte de ese grupo internacional, no se tuvieran los medios (o la voluntad) adecuados para dar una respuesta temprana la hecatombe.

Por último –y no por ello menos importante- el PE ha decidido que los fondos que se asignen a esta catástrofe no provengan de partidas asignadas ya a proyectos europeos para el desarrollo, sino de fondos nuevos.

El gran reto del futuro es que, de una vez por todas, los procesos de regionalización vayan más allá de la mera esfera económica. Para poder coordinar estas medidas de intervención rápida es imprescindible que la integración regional no se quede en temas económicos y que profundice en cuestiones de seguridad que agilice y dé cauce a los medios aportados.