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La injusticia alimenta el terror

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La pobreza y la injusticia, fruto de más de 500 años de política colonial occidental, son el terreno abonado en el que crece el terrorismo. La ayuda al desarrollo que ahora se baraja en la cumbre del G8 está lejos de ser suficiente. Lo que necesitan las relaciones internacionales es partir de cero.

El 2 de septiembre de 1898, las tropas coloniales británicas, encabezadas por el General Kitchner, aplastaron a las fuerzas musulmanas durante la Batalla de Ondurman, en el Sudán actual. 50.000 guerreros armados con machetes y lanzas se abalanzaron contra 8.000 soldados provistos de fusiles y todos los instrumentos de la entonces artillería moderna. “El mayor triunfo de las armas de la ciencia sobre los bárbaros. En cuestión de cinco horas, la más fuerte y mejor pertrechada de las tropas salvajes resultó aniquilada contra una de las Potencias modernas, o dispersada”, escribía el joven Winston Churchill a propósito del combate. 10.000 sudaneses cayeron bajo el fuego de las balas inglesas, mientras que sólo 48 británicos perecieron.

De César a Brutus

Hoy, Londres llora a sus 49 muertos, víctimas de ataques del terror el 7 de julio. En el mismo instante, entre 25.000 y 100.000 personas murieron por culpa de la guerra en Irak y de una ocupación ilegal. Ninguna de estas dos tragedias es más grave que la otra. Pero para comprender la lógica de los terroristas y remontarnos a la raíz de este fenómeno, los desarrollos y el sello de las potencias a las que se oponen los terroristas deben analizarse. El “modelo Occidental” que una vez más apuesta por la ofensiva, se ha extendido de un modo agresivo por todo el planeta durante los últimos 500 años. El uso de la fuerza por parte de los occidentales no se ha escatimado con tal de cumplir los proyectos políticos. Hoy, Occidente satisface sus ambiciones mediante el uso de la presión económica e institucional, a pesar de que su superioridad militar resulte ser su plan B preferido, como ha sucedido en Irak. El equilibrio de la economía mundial, la comunidad política internacional y los medios de comunicación dominantes son todos “Occidentales”. Una gigantesca ola de solidaridad se ha puesto en marcha con cada uno de los secuestros de europeos en Irak, mientras que las víctimas no Occidentales han caído en el olvido, a menos que se tratara del traductor de la rehén francesa Florence Aubenas.

La ignorancia reinante respecto a los padecimientos y las preocupaciones de los no Occidentales en relación a la epidemia de SIDA y el conflicto sangriento en el Congo, o el apoyo de Europa a dictadores de su conveniencia y su rechazo a procurarle abrigo a los refugiados, todo ello, provoca un sentimiento colectivo y creciente de inutilidad entre los excluidos. El “divide y vencerás” –máxima sin rival en la teoría del poder desde Julio César- ha animado a los oprimidos en la conformación de un alto grado de solidaridad entre ellos. Por primera vez, los grupos radicales han logrado galvanizar estas emociones a un nivel global dentro del sistema coherente e internacional de la religión musulmana. Quienes se unen a Al Qaeda o a grupos análogos respecto a su causa, esperan recuperar su honor y un sentimiento de estima, aunque tengan que matar para ello. Después de todo, los demás también matan. Bin Laden es considerado un héroe en muchos lugares del planeta, no sólo en regiones musulmanas. Simboliza la resistencia a un sistema que le asegura el poder y la influencia a una minoría de la Humanidad, es decir a Occidente.

Odio en el corazón

En contra de lo que los que se han reunido en Gleneagles quisieran hacernos creer, esta confrontación no proviene de un desacuerdo a propósito de valores como los Derechos Humanos, la libertad o la democracia. Esta confrontación es una cuestión de poder. Al día siguiente de los ataques de Londres, George Bush declaró que el contraste entre quienes intentan proteger los Derechos Humanos y la libertad y quienes matan y su resentimiento no podía ser más evidente. Tras Hiroshima, Vietnam, Guantánamo y Abú Ghraib, sabemos que las nociones de bien y de mal son relativas. Sólo volviendo a empezar de cero en las relaciones internacionales se puede desecar el mantillo del terrorismo. La iniciativa de Tony Blair de aumentar la ayuda al desarrollo acordando 50 millones de dólares cada año hasta 2010, tal y como se ha acordado en Gleneagles es un comienzo insuficiente. La esencia misma de la cumbre del G8, en el transcurso de la cual los hombres más poderosos del globo se refugian detrás de alambradas para decidir el otorgamiento de millones de dólares, no es sino la prolongación de esta injusticia. Mientras quienes manejan los hilos se quedan fuera de la realidad y a cubierto de las críticas, civiles inocentes siguen siendo víctimas. En Londres como en Irak.

Translated from Terror entsteht aus Ungerechtigkeit